Quim Torra y los nazis
El presidente de la Generalitat se ha querellado contra Alfonso Guerra porque le ha llamado nazi y amenaza con una catarata de querellas por lo mismo.
El presidente de la Generalitat se ha querellado contra Alfonso Guerra porque le ha llamado nazi y amenaza con una catarata de querellas por lo mismo. Por lo mismo o algo parecido, porque lo que ha dicho Quim Torra es: "Voy a poner muchas más querellas. Pondré a todos los que me descalifiquen". Así puesto el listón, hasta le puede caer una querella al presidente Pedro Sánchez por decir que Torra no es más que "un racista al frente de la Generalitat" y "el Le Pen de la política española". Esto último lo matizó por su lado Josep Borrell diciendo que no se le pueda comparar con la actual líder del Frente Nacional, que ha expulsado a candidatos por poner "tuits denigratorios". Para el que va a ser ministro de Exteriores del Gobierno de España, alguien como Torra "ni siquiera podría estar en la lista electoral de [Marine] Le Pen en Francia". Todo lo cual, en fin, lo sitúa también como querellable.
El primero en la lista, no obstante, es Guerra, que fue igualmente el primer personaje público que etiquetó al separatismo catalán como movimiento "prefascista". Claro que ahora Guerra ha dicho Torra y ha dicho nazi, algo que cierta prensa atribuye a la edad –esa edad en que uno ya no se corta–, como si el dirigente socialista hubiera tenido alguna vez una edad distinta a esa. Pero es bueno saber lo que dijo Guerra en la radio, que fue esto: "Tenemos a un presidente de la Generalitat que habla exactamente igual que un nazi, pero decimos que es supremacista, no vaya a ser que se enfade". Y se enfadó. "Le pido que retire inmediatamente este insulto intolerable y deleznable y que jamás vuelva a utilizarlo ni contra mí ni contra ningún demócrata", respondió desde Twitter. Luego, al anunciar la querella, se explayó un poco más sobre esa condición de demócrata que por naturaleza, digamos, le corresponde:
Para cualquier catalán demócrata llamarle nazi es el peor insulto que se puede decir.
Es importante lo del catalán demócrata y su sensibilidad. Lo es puesto que sabemos por el mismo Torra, aunque no sólo por él, que Catalunya es demócrata y España, no. Que los catalanes-catalanes (no mezclemos a las bestias) son demócratas, mientras que los españoles nunca han llegado a tanta civilización. A fin de cuentas, España, según ha escrito Torra, "ha sido un país exportador de miseria, material y espiritualmente hablando. Todo lo que ha sido tocado por los españoles ha llegado a ser fuente de discriminaciones raciales, diferencias sociales y subdesarrollo". Lo peor de lo peor, los españoles. Un asco. "Sensación de inmundicia", por decirlo con las palabras de uno de sus tuits borrados. Pero no se pierda de vista la acusación: españoles y discriminación racial van juntos. El que describe a los españoles como lo haría un racista –seres miserables, degradados, groseros, como animales– los llama racistas. La utilidad de hacerlo es evidente: el que acusa de racista a otros no puede ser racista. La mala noticia para Torra es que eso que hace es característico de los actuales proyectos políticos de discriminación, segregación o expulsión de los otros. Han asimilado el lenguaje antirracista. Así se cubren y encubren.
En tiempos, en los años 1930 del siglo pasado para ser exactos, ya trató de cubrirse el nacionalismo catalán de lo mismo que hoy mueve a Torra a querellarse a diestra y siniestra; de momento más a siniestra. Fue cuando se publicó el manifiesto Per la preservació de la Raça catalana, firmado por luminarias como Pompeu Fabra, Batista i Roca, Puig i Sais y Vandellós para no "permanecer desprevenidos ante las posibles consecuencias" de "la mezcla de razas –en el sentido político de la palabra–" que se estaba dando en Cataluña, por su "decadencia demográfica" y "la inmigración forastera" a la que "hemos de acudir forzosamente". La propuesta que hacían era crear con urgencia "una Sociedad Catalana de Eugénica".
Uno de los firmantes, el arqueólogo Josep C. Serra i Ràfols, discípulo de Bosch Gimpera, añadió una nota aclaratoria en la que decía:
(...) resulta absurdo el calificativo de racistas que ha sido aplicado a los firmantes, dando a la palabra racista su sentido político tomado de la actuación de los nazis alemanes. Nosotros, como uno de los firmantes, debemos afirmar que nos sentimos perfectamente racistas en cuanto a nuestro deseo de mantener, conservar y preservar el complejo étnico que constituye la actual población catalana, complejo que tal vez no pueda recibir la denominación de RAZA, en el sentido antropológico, como no pueden recibirla los complejos étnicos que constituyen la población francesa, italiana o alemana, pero que, como éstos, se ajusta perfectamente a las denominaciones de PUEBLO y de NACIÓN.
Un adelantado, Serra i Ràfols. Su explicación de que no son racistas en el sentido en el que lo son los nazis, pero sí en otro sentido, aunque quizá no se pueda hablar de raza, es todo un barullo que tiene el mérito de anticipar el problema y mostrar que carece de solución. Pueden llamarlo raza, complejo étnico o identidad: en la política nacionalista desempeña el mismo papel.
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