España sin autoridad
¿Dónde hay una salida que no conduzca a la del Mariscal de Kojève?
Gracias a mi admirado Antonio Escohotado, recuperé este fin de semana el viejo libro de Alexandre Kojève, escrito en la Francia de 1942, La noción de autoridad (Buenos Aires, reimpresión 2006). Atendiendo a algunas de sus reflexiones, concluía yo –si bien nada es definitivo– que el problema de España en estos momentos es que no está vertebrada por la autoridad, que no hay autoridad.
Kojève señalaba que la autoridad, que existe solamente porque es reconocida y no puede derivar de la fuerza porque entonces no sería autoridad, se manifiesta en cuatro tipos básicos: la del Padre, resumamos en ella la fuerza de la tradición nacional o pasado; la del Jefe, que es la del Gobierno y el Parlamento, que deben prever el futuro; la del Juez, que es la de la imparcialidad del poder, y la del Amo, que es la autoridad de la fuerza ejecutiva de la democracia, vencedora sobre todos los ciudadanos sin distinción.
Independientemente de las reflexiones minuciosamente hilvanadas por Kojéve en su libro, y simplificando sus conceptos, digamos que la autoridad del Padre, la tradición, que hunde sus raíces en el pasado, carece ya de interés en España, no sólo porque en una democracia constitucional sea la construcción del futuro, sino que se ha tirado por el desagüe de la historia toda referencia al valor de la tradición. La interesada y en gran medida falsa leyenda negra ha hecho que se desprecie lo malo y lo bueno del pasado al mismo tiempo.
La autoridad del Jefe, Gobierno y Parlamento, está totalmente irreconocida e irreconocible debido a la corrupción, a la inconsecuencia moral y lógica y, lo que es más grave, a la diversidad de las concepciones acerca de la identidad del futuro. Esto es, en el momento histórico presente ni siquiera la democracia constitucional es ya un horizonte respetado por loa diferentes depositarios de la autoridad del jefe, partidos e instituciones políticas. Que la política en cuanto que tal sea un problema nacional para millones de ciudadanos indica la gravedad de su quebranto.
La autoridad del juez descansa en la "pretensión de imparcialidad, de objetividad, de desinterés…" y debe ser poderosa frente a las otras tres, quizá la que más. Pero el descrédito concerniente a la Justicia, consecuencia de un comportamiento desviado por parte de algunos que tienen por misión administrarla y consecuencia también de que esa administración ha sido arrebatada a sus legítimos depositarios, la conduce al irreconocimiento. Que, por un lado, el caso Gürtel conlleve más penas de cárcel que los asesinatos de ETA y que se haya sido capaz de acallar la inmensidad de casos como ERE-formación en Andalucía y Pujol, por poner dos ejemplos, superiores cuantitativa –mucho más dinero defraudado– y cualitativamente –sólo dinero público – a cualesquiera otros, da una idea de su degradación.
La autoridad del Amo sobre el Esclavo en la España de hoy puede considerarse mejor en su variante democrática como la victoria de los nuevos nobles, los políticos, sobre los nuevos villanos, el resto de los ciudadanos, limitados éstos a votar periódicamente por opciones opacas y ocultas en discursos meramente verbales sin obligado complimiento, en un curioso y nuevo feudalismo autonómico. El Amo, la estructura de un Estado democrático nacional en sí, está a punto de dejar de ser reconocida.
Por tanto, España está sumida en la falta de autoridad. Por eso resulta tan absurda la ambición de un Pedro Sánchez de zurcir esta España desbaratada con hilos separatistas y leninistas (y tan llamativo el silencio de los corderos de Susana Díaz, no hace tanto tan baladistas sobre una España común). Por eso resulta tan miserable que Rajoy no convoque elecciones y tan incomprensible que Ciudadanos no haya desarrollado una necesaria autoridad que pudiera ser reconocida. ¿Dónde hay una salida que no conduzca a la del Mariscal de Kojève?
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