Colabora
Francisco Pérez Abellán

La periodista

Mujeres de toda clase social, de todas las profesiones y de cualquier punto de la península o de las islas mueren con frecuencia a causa de la violencia machista.

Mujeres de toda clase social, de todas las profesiones y de cualquier punto de la península o de las islas mueren con frecuencia a causa de la violencia machista. Aunque todos los casos son horribles, uno de ellos, el de mi colega Yolanda Pascual, del diario El Mundo-El Correo de Burgos, me impresiona especialmente. Recibió 47 puñaladas que apenas caben en un cuerpo humano y el criminal se quedó hasta el último momento para verla morir.

Los asesinos de esta clase, como el de esta historia, tienen un comportamiento obcecado, ceporro, tontorrón: hacen daño a todo el mundo, ellos mismos incluidos. No ganan nada y lo pierden todo: la consideración social, los afectos, la familia, el dinero y la libertad. Es pues un comportamiento irracional al que sostiene una creencia ancestral en un tipo de relación que ya no es posible. El criminal de esta historia reconoce su estupidez y ni siquiera se defiende: "He destrozado mi vida", dice. Pero sobre todo la de otros. Le han caído 22 años de prisión y una orden de alejamiento de treinta años.

Yolanda era jefa de sección y venía del cierre. Era de noche. Llegó al aparcamiento y allí la esperaba el que había sido su marido, Iñaki González, de Vitoria, separado desde hacía más de tres años. Llevaba más de una hora rumiando su venganza agarrado a un cuchillo de hoja ancha. La pareja tenía una hija de diecisiete años que había decidido prescindir de las visitas del padre. El asesino se había convertido en una tortura para ambas mujeres desde mucho tiempo atrás. La ruptura con la hija liberó el impulso criminal. Ocurrió en 2016.

Para situarnos, ya en el año 2000 se había generalizado la protesta contra los agresores y en 2002 publiqué mi libro pionero contra la violencia hacia la mujer: Mi marido, mi asesino (Martínez Roca). En él se hace un recuento de una casuística esclarecedora. El móvil del libro era la prevención.

Mis compañeras periodistas, mis jefas, mis maestras, están al día, como yo, de la llamada lacra del siglo XXI, porque ni la ley ni la sociedad han conseguido acorralar, ni mucho menos eliminar, la violencia. De hecho, la mayoría de los crímenes de todo tipo en España es contra las mujeres. Pero, una vez más, se demuestra que en casa del herrero, cuchillo de palo.

Ante la gravedad del problema, ofrecí la idea de crear un programa de radio o de televisión que ilustrara sobre la violencia machista analizando los hechos y permitiendo extraer consecuencias que serían armas para luchar contra los criminales. En mi libro, catálogo y examen de criminalística, se deja bien claro que nadie pasa de marido a odioso criminal sin dar muestras de ello. Esto es especialmente apreciable en los noviazgos o relaciones prematrimoniales, donde normalmente el maltratador se delata. Simplemente hay que aplicar la prueba del nueve del crimen machista y hacerlo sin dejarse impresionar.

En la radio me hicieron caso y al programa le llamaron Tolerancia Cero, como la campaña institucional, aunque nunca fue un proyecto para complacer a las instituciones. Resultó multipremiado, pero no ha sido seguido por otros ejemplos en otras emisoras ni televisiones. A pesar de que se trata de un tema caliente, imparable, ante el cual las leyes no se muestran disuasorias y los políticos no saben qué hacer. La violencia no cesa y el tema está en manos de quienes hablan sin saber lo que dicen. No obstante, las ideas, una vez difundidas, están al alcance de todos: ¿por qué no han demostrado su eficacia? ¿Por qué Yolanda no fue alertada por las noticias que tenía que leer cada día?

Sinceramente, creo que se debe a un exceso de bondad, a la imposibilidad de aceptar que lo que se denuncia te está pasando a ti, y a la incapacidad para creer que tu pareja es un monstruo. Bueno, después de toda una vida dedicada a cazar monstruos, he descubierto que pueden estar en cualquier parte. Lo importante es saber que quien amenaza puede cumplir lo que promete. Ante la duda, prevención. Y en todo caso exigir sin pamplinas el derecho a ser protegido, donde, por lo que vemos, se falla todos los días.

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