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Federico Jiménez Losantos

Rajoy tiene un problema singular: España

Rajoy, el Judas de este viacrucis, tiene, como dijo Catalá del juez González, un problema singular: se llama España. Para tirarse un año más a la bartola en la Moncloa, está dispuesto a entregar, troceado y barato, el Estado. No lo permita la Nación. 

Rajoy este sábado en Alicante | EFE

Mariano Rajoy quiere alargar un par de años su estadía en la Moncloa, pese a carecer de mayoría parlamentaria, de proyecto político y de partido, porque el PP se va hundiendo mientras su líder, encaramado a sus hombros náufragos, mantiene la cabeza fuera del agua. También cabe verlo como un barco que se va inexorablemente a pique y prolonga su agonía echando al mar cualquier cosa que permita aligerar su peso, en vez de subirse a un bote y tratar de salvarse antes de que el postrer remolino se lo trague.

Esta semana hemos visto el precio de ese empeño en estar a costa de no ser, que después de siete lustros en política, debería haber colmado su ambición: ponerse en manos de los enemigos de España el tiempo que permanezca en el Poder, conscientes, él y ellos, de que nada puede convenirles más que un Presidente del Gobierno dispuesto a vender el Gobierno a cambio de presidir lo que sea.

Una triple infamia: la ETA, el Prusés y Catalá

Tres son los episodios que prueban, más allá de toda duda razonable, ese empeño de Rajoy de aguantar como sea, a costa del régimen constitucional: 1) la pantomima de cambio de local, que no de actividad, de la ETA, protagonizada por el asesino Ternera, interlocutor protegido -CNI mediante- de los gobiernos de Zapatero y Rajoy; 2) el apoyo a la formación de cualquier gobierno golpista en Cataluña con tal de que no lo presida -aunque pueda formalmente tutelarlo- Puigdemont; y 3) el ataque calumnioso, personal y profesional, del Ministro de Justicia a un juez cuya honradez intelectual le ha hecho acreedor de una típica campaña totalitaria de asesinato civil a manos de la horda femirroja, podemitarra, respaldada por el cadalso mediático que dirige la Sexta y seguida por la recua que conforma el albañal audiovisual y al que obedece el rebaño del bien llamado "espectro político".

Hemos visto cómo se regala a los etarras las dos piezas que siempre reclamaron para dejar de matar españoles: Navarra y la suelta de sus presos. Y ambas cosas las ha asegurado públicamente Urkullu, paseando con Barcos y asegurando en El País que Rajoy e Instituciones Penitenciarias son "sensibles" a la situación de los asesinos etarras. Vamos, que los sueltan ya.

Pero esa suelta de los pistoleros del separatismo etarra es el prólogo y garantía de que los presos catalanes por el golpe de estado del 1 de octubre seguirán la misma suerte. Para eso hacen falta dos cosas: que haya Gobierno en Cataluña, todo lo separatista que quiera, pero que permita archivar el 155; y una presión implacable a los jueces hasta plegarse a lo que ya no sería un golpe de Estado en dos frentes, vasco y catalán, sino del propio Gobierno, que, contando con la inmensa batahola de medios comunistas y separatistas, con el aplauso entusiasta de la Izquierda, la mudez de la Derecha y la memez del Centro, acabaría sometiendo a jueces y tribunales a lo que el PSOE llama el "Veredicto Popular", que estaría muy, muy por encima de la Constitución.

Esa es la función de los dos asaltos a la independencia judicial que ha perpetrado en apenas dos semanas el Gobierno. El primero, fue contra el juez Llarena, al que quiso imponer a través de la Fiscalía General del Estado la suelta de Forn, primer favorecido con una política penitenciaria "sensible" a la situación de los presos golpistas hasta "normalizar" la violencia callejera y poder lavarse las manos de la responsabilidad del 155, que moriría inédito.

El segundo asalto lo perpetró el mismísimo Ministro de Justicia contra el juez González, y ha sido tan escandalosa la forma de agredirlo en lo personal y despreciarlo en lo profesional que ha conseguido movilizar en su contra a todas las asociaciones de jueces, y de fiscales, menos una. Y no se sabe si el milagro se debe al decoro profesional, a la humillación corporativa o a que han adivinado que, tras dejar en manos del Poder Judicial la inmensa y honrosa responsabilidad de proteger a la Nación y su Estado de Derecho, ahora el Ejecutivo de Rajoy, con un amplio respaldo del Legislativo, quiere quitarles aquella "patata caliente" para zampársela asadita con los golpistas.

España, Italia, la ETA y la Mafia

Los tres movimientos -el pacto con la ETA, el apoyo al golpismo light y el acoso a los jueces molestos- tienen el mismo objetivo político: asegurar a Rajoy la supervivencia durante el resto de la legislatura, mediante la alianza más abyecta que haya hecho nunca un Gobierno de España: con los partidos y organizaciones criminales que nacieron y viven para destruirla. Es como si en Italia formara Gobierno el izquierdista Grillo con el apoyo parlamentario de la fascio-separatista Liga Norte y el callejero de la Mafia y la Camorra.

Este es el proyecto de supervivencia político-personal de Rajoy: de momento, llegar a las elecciones municipales, autonómicas y europeas de 2019; y después, prorrogando los Presupuestos, hasta las Generales de 2020. Cuenta, como expuso obscenamente el portacoz del PNV, con el apoyo del separatismo vasco, para retrasar todo lo posible la llegada de Rivera al Poder. Y con el separatismo vasco, que de nuevo toma la delantera, pero siempre coordinados, el separatismo catalán, para el que de inmediato se negociará otra salida "sensible" para los presos, antes de que Rivera pueda impedirla. No es seguro que se atreviera a hacerlo, pero, por si acaso, mejor asegurarlo con un muerto en Moncloa que con un rivales que ambicionen hacer Historia.

Ante este plan de Rajoy tan rastrero como evidente, que es también el de la ETA, el PNV, los separatistas catalanistas y los comunistas podemitas, Rivera puede quitarle su apoyo parlamentario y forzar elecciones generales. Aparentemente, eso no le conviene nada desde una perspectiva partidista, ya que está recibiendo un alud de votos del PP y una inundación del PSOE. A este paso, en nueve meses, arrasaría, consolidaría bastiones de poder local y regional y se presentaría ante las generales con todos los triunfos en la mano. Como ese voto de rechazo a los dos grandes partidos lo recibe por parecer un partido formal, para defender las instituciones y evitar revoluciones, sería difícil, aunque creo que no imposible, explicar por qué derriba al Gobierno. Entiendo que, hoy por hoy, Rivera se plantee, sobre todo, no cometer errores. Cuantos más votos y escaños obtenga, con esta táctica, mejor podrá en el Gobierno deshacer las fechorías que perpetren Rajoy y sus aliados satánicos.

Rivera puede encontrarse una España intransitable

Sin embargo, ese planteamiento tiene un defecto: olvida al enemigo. Precisamente por temor a Rivera y confianza en la inerme doblez de Rajoy, sus aliados de fortuna, separatistas y comunistas, llevarán todo lo lejos que puedan el proceso de desmantelamiento del régimen constitucional de 1978. Y en ese proyecto, que es el de la Ruptura, la condena de la Transición y el plebiscito de una República Confederal con derecho a la autodeterminación de los territorios que la integren, van a contar con el PSOE de Pedro Sánchez.

Sin apenas darnos cuenta, hemos entrado en una época de "gimnasia revolucionaria", que así llamaba el faísta García Oliver -y gusta repetir Pablo Iglesias- a la violencia callejera para ensayar el golpe final revolucionario. Con la careta del feminismo batasuno, la violencia callejera de los CDR o las procesiones de entronización de asesinos etarras, lo que cada día nos sirven unos medios audiovisuales tan demagogos, sectarios y avariciosos que ya sólo les falta rifar asesinatos en directo dizque para ayudar a niños etíopes, es el desprecio de los jueces en particular y la Ley en general, mientras se exalta la violencia callejera como expresión directa de la Voluntad Popular.

Ese calentamiento de las masas brutas y ese acostumbramiento de las blandas a la brutalidad, ya lo vivimos una vez, del 2002 al 2004, con las grandes movilizaciones del Prestige y la Guerra de Irak que desembocaron en los terribles días del 11M al 14M, en especial el cerco a las sedes del PP el 13M, cuando empezó a cambiar, o sea, a descarrilar, la Historia de España. El proceso de vuelta a la Guerra Civil, a la división social por sexos y lenguas que empezó Zapatero, está alcanzando con Rajoy un punto de no retorno. No podemos confiar en los dos grandes partidos, que son parte del problema, ni fiarlo todo a Ciudadanos, inédito en la gestión y aún gateante en la política.

La Nación, al rescate del Estado

Las únicas instituciones que, frente a la defección del Gobierno y la Oposición, y bajo unos medios audiovisuales corruptos, comunistas y golpistas, han demostrado capacidad de resistencia frente al reto separatista y la descomposición de España son la Corona, la Nación y la Justicia. Deben movilizarse antes de que esta política torva y a traición parezca irreversible.

Digo parezca. Para que el sórdido egoísmo de la Derecha y la siniestra idiocia de la Izquierda triunfaran haría falta que los españoles admitiéramos que no valemos para estar juntos y que aceptamos, so capa de autonomías, privilegios feudales, fronteras lingüísticas e inquisiciones sexistas. Puede que nuestros enemigos triunfen, pero no les será fácil. Rajoy, el Judas de este viacrucis, tiene, como dijo Catalá del juez González, un problema singular: se llama España. Para tirarse un año más a la bartola en la Moncloa, está dispuesto a entregar, troceado y barato, el Estado. No lo permita la Nación.

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