¿Teléfono rojo?, volamos a Moscú
Rusia debe elegir entre el mundo libre y el autoritarismo, entre el derecho o la agresión, y no está mal recordarle que en Occidente no tenemos miedo.
Después del ataque del gobierno de Asad con armas químicas en Guta contra los rebeldes apoyados por Turquía y Occidente hace dos semanas, a Donald Trump y a sus aliados, entre los que supuestamente nos deberíamos encontrar, no les quedaba otra alternativa que atacar las instalaciones militares del gobierno sirio. La línea roja del uso de armas químicas fijada por Obama había sido traspasada, y no haber actuado hubiera significado una rendición en toda regla.
El ataque coordinado entre Estados Unidos que lanzó unos cien misiles desde sus buques y los B-1 que partieron desde Estados Unidos dieciocho horas antes, Francia y Reino Unido, ha sido extremadamente cuidadoso, tanto en la elección de los objetivos como en la hora utilizada para minimizar el número de víctimas. Sin embargo, mas allá de destruir la capacidad química del régimen sirio, se ha disminuido seriamente la capacidad operativa de la fuerza aérea, lo que sin duda va a mermar notablemente el avance de las fuerzas leales a Asad contra la oposición en las próximas semanas obligando a una intervención más acusada de las fuerzas armadas rusas en el conflicto.
El intento, ya tradicional en la política de comunicación del Kremlin, de mostrar cómo las defensas aéreas rusas habrían impedido que la mayoría de sus misiles llegaran a sus objetivos, ha quedado desmentida rápidamente por los vídeos e imágenes mostradas por las fuerzas aliadas donde se puede ver la tremenda efectividad del ataque.
Sin embargo, este ataque no puede analizarse de forma aislada, sin traer a colación el conflicto diplomático de las últimas semanas motivado por el asesinato, presuntamente cometido por los servicios secretos rusos, de ciudadanos de este país en suelo británico, en una violación dramática de la soberanía de un país democrático y amigo. Casi podría decirse que Putin provocó este ataque químico para motivar la reacción que esperaba para justificar una intervención decisiva en Siria donde se juega su carrera política y sobre todo su legado.
Hace ya años que el gobierno de Damasco descansa a mitad de camino entre Moscú y Teherán, de manera que este uso de armas químicas solo se hubiera dado con la aprobación expresa de Rusia e Irán, y de ahí que Estados Unidos haya debido actuar para detener esta sangría de bravuconadas rusas.
Desde Estados Unidos, el ataque se ha apartado de la filosofía estratégica mostrada por Trump hasta ahora. Apenas hace dos semanas, Trump insistía en que no debía haber intervención militar y que los países debían resolver sus problemas solos. Pero al parecer al interior de la administración americana o mejor dicho alrededor del poder, se están produciendo unos terremotos políticos que habrá que seguir en los próximos meses para ver en qué desembocan. Trump ya no gobierna en Estados Unidos, y ha quedado en manos del partido y de los grupos de presión. El claro posicionamiento de McCain a favor del ataque, unido al de los pesos pesados de Washington, frente a la salida del anterior secretario de estado y el cerco a Trump por la intervención rusa en la campaña, amenazan con una crisis política sin precedentes. Esta acción militar parece diseñada por Obama más que por el irascible Trump, que pone en peligro el fundamento de su elección, American First, cuando le quedan seis meses para las elecciones de medio termino que podrían dar un vuelco al legislativo americano a la vista de los escándalos que le saltan como champiñones alrededor.
La acción militar no sólo está plenamente justificada desde el punto de vista de la legalidad internacional, sino que era moralmente ineludible. Frente a los que amenazan la paz mundial, los que se saltan a la torera las normas básicas de relaciones entre estados, frente a los que hacen del terrorismo y la amenaza el pilar de su acción exterior, frente a los que son capaces de usar armas químicas contra personas indefensas, debemos actuar sin miedo, en la convicción de que tenemos la razón. Se trata de una acción limitada y proporcionada dirigida contra la capacidad de repetir estos ataques tan letales mas propios de tiempos que creíamos olvidados.
No hay que temer a la respuesta rusa o iraní, por el hecho de que nos asiste la razón. Los países que defendemos los derechos más básicos, la libertad y el derecho de los pueblos a elegir a sus gobernantes, debemos actuar contra estas agresiones, y no sólo porque afectan a unos pocos millares de sirios. Lo que está en juego no es Siria, es el mundo libre. Hoy Siria es como la España de la Guerra Civil, el campo de batalla donde se dirimen las contiendas mundiales, y en particular el gran conflicto entre Democracia y Autoritarismo.
Por esta misma razón no debemos esperar de Rusia una acción de represalia contra este ataque fuera de las fronteras de Siria, ya que supondría una escalada que acabaría como amenazaba recientemente el presidente Trump, con una lluvia de cohetes nucleares sobre Rusia, lo que en definitiva implicaría el final de la especie humana.
Rusia debe elegir entre el mundo libre y el autoritarismo, entre el derecho o la agresión, y no está mal recordarle que en Occidente no tenemos miedo, y que en la defensa de los valores comunes la unidad es inquebrantable.
Bueno, salvo algunas excepciones un tanto pintorescas como la reacción de La Moncloa, casi reclamando al juez Llarena para resolver el problema de Siria y de la agresión de Asad contra su pueblo. Ya está bien de esta especie de equidistancia acomodaticia de España, haciendo una vez más el ridículo. No hay razón objetiva para que España no participe de estas operaciones, y debe hacerlo sin miedo y sin pudor. Sólo hay algo peor que la guerra, y es permitir la agresión permanente, y no podemos estar siempre soportando las bravatas de Putin a costa de tantas víctimas inocentes.
La estrategia de Putin y de Asad de negar la realidad no es nueva, pero no podemos dejarnos confundir. Negar el ataque químico en Guta es como negar la bomba atómica de Hiroshima después de ver el hongo nuclear. Querer pensar que no ha pasado nada para que sigamos a la recachita estratégica es una ignominia que ningún país del mundo libre se puede permitir.
Es de esperar que Rusia acelere su apoyo a Asad contra los rebeldes, porque su única opción de victoria es que Asad conserve el poder en Siria. Cualquier otra opción será una derrota en toda regla de Putin y seguramente el comienzo de su ocaso. Por eso la aviación rusa intervendrá de nuevo contra posiciones rebeldes, pero cada vez con más limitaciones cuando Turquía ya está en el país como Estados Unidos. Israel ya ha intervenido con algunas acciones de castigo y los kurdos dominan una gran parte del territorio. El tiempo se le agota a Asad y Trump ya ha enseñado sus cartas y nada menos que aliado con las dos mayores potencias militares de Europa. Así que es muy posible que esta intervención pueda marcar un antes y un después en el conflicto de Siria.
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