Colabora
Emilio Campmany

De lo épico a lo grotesco

Las masas independentistas han empezado a desertar, ahora que se han dado cuenta de que no son el coro griego de un drama épico sino los figurantes de un mal sainete.

EFE

De lo que ocurrió la tarde del jueves en el Parlamento de Cataluña y de lo que previsiblemente ocurrirá durante este viernes en el Tribunal Supremo pueden extraerse algunas conclusiones. La primera de ellas es la incapacidad de los independentistas para ponerse de acuerdo en un candidato capaz de reunir el respaldo de todos ellos. Los viejos convergentes quieren uno de los suyos para controlar el proceso independentista y así condicionar el judicial a su conveniencia. No sólo, sino que el elegido tiene que ser alguien de confianza, quién sabe si para ocultar lo mucho que han robado o para seguir haciéndolo o para las dos cosas a la vez. La Esquerra, siempre dispuesta a aliarse con corruptos con tal de seguir persiguiendo su ideal independentista, ha tragado con todo lo que le han propuesto y lo único que han conseguido, olvidando el consejo de Tarradellas, es hacer el ridículo. Puede que todo se deba a la pavorosa escasez de materia gris que padece el partido, como demuestra el que una de sus mejores cabezas sea la de Joan Tardà. La CUP, el tercer partido independentista, parece que sí ha escuchado el consejo de Tarradellas y ha preferido desengancharse y dejar de perder votos. Lo anticapitalista no quita lo conveniente.

La segunda es que las masas independentistas han empezado a desertar, ahora que se han dado cuenta de que no son el coro griego de un drama épico sino los figurantes de un mal sainete. Huérfanas de padres de la patria, y de la financiación que recibían las asociaciones que las movilizaban, se les ha quedado una cara de niño al que los Reyes Magos no han traído lo que pidió que da pena verlas.

La tercera es que aquí los únicos que combaten el golpe de Estado independentista son los jueces, eso sí, con el respaldo del rey. Este afán se ha convertido en una necesidad por la atronadora dejación del Gobierno, que apenas ha hecho nada por desmontar las bases del golpe de Estado, una obligación que podría muy bien haber cumplido habida cuenta de que tiene todos los resortes legales para hacerlo gracias al 155. Sin embargo, el que los tribunales se hayan visto obligados a ejercer su poder con su máxima amplitud para cubrir el abandono del Ejecutivo tiene el peligro de que en algún momento sus decisiones podrían parecer más políticas que jurídicas y, por lo tanto, una extralimitación que les restaría legitimidad.

Por último, la huida de la CUP ha puesto en evidencia lo mucho que perjudica a los independentistas que prófugos y encarcelados no renuncien a sus escaños. Ocurre sin embargo que sin prófugos y encarcelados se pierden los pocos tintes de tragedia que le quedan a este grotesco entremés.

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