La España del cambalache
No se me puede negar que esta España del primer cuarto del siglo XXI está superando todas las expectativas de una democracia, digamos, acambalachada.
No sabía Enrique Santos Discépolo en 1935 que su tango "Cambalache" iba a representar con una fidelidad inesperada el mundo en que hemos vivido y vivimos, en el 506 y en el 2000, y siguientes, también. Me recuerda un poco al Arcipreste de Hita, o de Alcalá la Real, según se mire, que ya proclamó su ironía ante el espectáculo de una sociedad confusa. Pero no se me puede negar que esta España del primer cuarto del siglo XXI está superando todas las expectativas de una democracia, digamos, acambalachada.
Para no cansar, me fijaré sólo en algunos versos de la letra original, traduciendo del lunfardo, que para eso me hice con un diccionario, lo que sea menester. De chorros –ladrones– y dublés –bisuterías imitadoras de joyas– estamos hasta las trancas. Por ello, mejor fijarnos en el relativismo estructural que nos invade. Dice la letra que han cantado Gardel y Serrat, por poner sólo dos ejemplos:
Hoy resulta que es lo mismo
ser derecho que traidor,
ignorante, sabio o chorro,
generoso o estafador...
¡Todo es igual!
¡Nada es mejor!
Lo mismo un burro
que un gran profesor.
He leído esta semana los análisis de dos de los sabios de esta España nuestra que repercuten menos en las conciencias que los insultos o las banalidades de algunos burros. Me refiero al estudio al profesor Fanjul sobre el islam en España y al examen de la reforma electoral que ha hecho Mikel Buesa. Podría añadir otros, como los estudios de las pensiones de Domingo Soriano y Manuel Llamas en LD, o los libros de Escohotado y Federico sobre el comercio y el comunismo. Nada de eso importa, ni argumentos ni razones, ni sesudas documentaciones racionales. Una sola palabra de un polizón, de un aplazao –suspendido rufián–, de un traidor o de un caradura, suficientemente amplificada por unos medios, casi enteros ya, de comunicación para los que cualquiera es un señor, sea o no ladrón o estafador, y vale lo mismo.
La democracia española corre el peligro del precipicio de la irracionalidad. Lo hemos visto con el tema de las mujeres desde el estallido de "los jóvenes y jóvenas" hasta el pasado día 8. Ayer mismo, con lo de las pensiones, vieja partitura demagógica desde 1982. Y lo del Congreso sobre la prisión permanente revisable con Gabriel caliente, y lo de Lavapiés… ¿Dónde están los datos fidedignos, dónde las valoraciones, las proyecciones de futuro, el juicio sobre las consecuencias de presente y futuro? Lo que nos llega a los ciudadanos es el ruido cambalachero convertido en una algarabía callejera manejada por los que medran revolcaos en los merengues.
Por eso –se me ocurre y ya sé que no es todo– nos hace falta un canal de televisión de debates, con extensión a redes sociales, donde los sabios y expertos puedan exponer datos y opciones fidedignos y posibles para que seamos capaces de adoptar decisiones políticas de calado que, como es sabido, son una extraña mezcla de técnica y ética. Lo que nos conduce al vacío en esta España de la impostura y el cambalache que se crece sin freno:
No pienses más; sentáte a un lao,
que a nadie importa si naciste honrao...
Es lo mismo el que labura
noche y día como un buey,
que el que vive de los otros,
que el que mata, que el que cura,
o está fuera de la ley...
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