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Javier Somalo

Socialismo Permanente Revisable

¿Qué clase de democracia es la que permite que la víctima viva atemorizada ante la salida de prisión del asesino o violador de sus hijos?

Juan Carlos Campo, ovacionado por la bancada socialista. | EFE

El PSOE, sostén de la extrema izquierda en comunidades y ayuntamientos, ha dado un paso de gigante en su viaje al centro de la nada. Se encargó de ello el portavoz Juan Carlos Campo durante su intervención en el Congreso de los Diputados a cuenta de la prisión permanente revisable.

Su premisa es fácil de resumir: responder a una demanda social generalizada es legislar en caliente. Por seguir esa lógica, no se debe aprobar, modificar o derogar precepto alguno si viene precedido de un hecho con un determinado relieve social. Por tanto, no hay que tocar las pensiones. Suponemos, de hecho, que todo aquello que se demande al Legislativo por la vía de las manifestaciones –qué decir si es tras una huelga–, en rigor, ha de ser desestimado dada su elevada temperatura.

Como si Gabriel Cruz hubiera sido el primer niño asesinado, como si en España no existieran ya suficientes signos de alarma social ante asesinos y violadores que hacen un irremediable paréntesis delictivo en la cárcel –a veces, ni eso– y vuelven a la carga en cuanto les abren las rejas apenas para un permiso, casi siempre injustificado y con informes en contra. ¿Qué clase de democracia es la que permite que la víctima viva atemorizada ante la salida de prisión del asesino o violador de sus hijos? Los familiares que estaban en la tribuna de invitados del Congreso eran precisamente la demostración de que la cosa viene de lejos. Gabriel ha sido el último, no el primero.

Pero Juan Carlos Campo, redondeó su vergonzosa faena diciendo que el debate se estaba celebrando"con sabor a ira, a rabia, a sed de venganza". ¿Acaso se refería a los familiares allí presentes, todos favorables a la prisión permanente revisable?

Cuando el socialista quiso ilustrar su tesis tropezó con su propia sombra: "Sin prisión permanente vencimos a ETA y con prisión permanente perdimos a Gabriel". Ni siquiera hizo memoria del bucle protagonizado por su partido en esa lucha contra ETA, un bucle que enlaza la guerra sucia con la negociación servil sin olvidar la abierta colaboración en forma de chivatazos. El PSOE de Nicolás Redondo Terreros dejó de serlo con el de Jesús Eguiguren, el de la "vía Chusito", la traición de caserío. En definitiva, el PSOE de Zapatero, ha sido un eficaz portador del gen culpable de todo. Las víctimas de ETA conocen bien la pena –esa sí que es permanente– de ver a los verdugos abrir negocios bajo su portal tras salir de prisión o la de soportar homenajes públicos en su ayuntamiento. En España, sólo las víctimas soportan una condena permanente.

Hoy, el PSOE está dirigido por un político que sólo puede entrar al Congreso por la puerta de invitados. Es un PSOE que pone y quita la bandera de España, que mira compulsivamente ambos retrovisores sin encontrar ni a Podemos ni a Ciudadanos. Lo único que cabe agradecer a Pedro Sánchez es que nos evitó ver a Pablo Iglesias como vicepresidente del Gobierno. No fue altruismo; sabía que en ese momento él era la rana cruzando el río con el escorpión sobre su espalda. Nada más. Este es el PSOE que hay, coadyuvante de una extrema izquierda sin complejo alguno.

Pocos españoles conocían a Juan Carlos Campo pero a todos les resultó familiar su alegato final: "Pues preocúpense de todas las víctimas porque hace 80 años que hay víctimas que están esperando todo su apoyo". Ni frío ni caliente. Ni ETA ni Gabriel ni cadena perpetua: sólo memoria histórica permanente y hecha Ley.

El problema es que en España, el PSOE y su reflejo revolucionario Podemos mantienen viva la llama de la Guerra Civil –una vez más, gracias a Zapatero– y con esa temperatura, y a cualquier precio, quieren legislar. "Con sabor a ira, a rabia, a sed de venganza".

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