Intolerantes con los intolerantes
Los intolerantes y los bárbaros amenazan, desde sus respectivas trincheras, nuestra vida civilizada. Y como enseña Karl Popper, la sociedad abierta no debe ser tolerante con sus enemigos.
Pido disculpas por esta introducción tan personal que, como se verá, tiene una explicación. En 1966 y 1967 me publicaron en Argentinados libros de cuentosde ciencia ficción que en 1977 aparecieron en España reunidos en un solo volumen, A la sombra de los bárbaros (Acervo). Hubo, en el ínterin, dos ensayos: Ciencia ficción: realidad y psicoanálisis, con la doctora Marie Langer (Paidós, 1969), y Contra la corriente (Granica, 1972), ambos en Argentina. Cito estos libros porque todos ellos contenían duras críticas –ya fuera mediante recursos imaginativos en los cuentos, o mediante citas documentadas en los ensayos– contra la censura y los censores. La una y los otros eran, y continúan siendo, mis bestias negras, que combatí, asimismo, como periodista. Pero… Y aquí viene la explicación de este esbozo autobiográfico.
Travestidos de mártires
La censura amordaza España, claman voces no menos beligerantes que lo que fue la mía años atrás. El Gobierno ha echado el cerrojo a la libertad de expresión. Los disidentes políticos languidecen en las cárceles o buscan refugio más allá de las fronteras. Un cuadro estremecedor que en otros tiempos me habría impulsado a escribir y a actuar contra tanta injusticia. Pero…
Pero también recuerdo cuántas veces mi despiste me impulsó a ser compañero de viaje de los taimados que enarbolaban las consignas de la democracia y la libertad para despejar el camino a la marea totalitaria comunista. Y ese contacto con el buitre disfrazado de paloma me enseñó a no predicar la tolerancia en beneficio de los intolerantes. Ahora esa experiencia acumulada me resulta muy útil para no dejarme embaucar por los trileros travestidos de mártires.
Cuidado. El hecho de que estemos alertas a las trampas de los farsantes no significa que hayamos renunciado a la batalla contra la censura y los censores, contra la represión y los represores. Todo lo contrario. Lo que debemos saber, para combatir estas lacras, es que sus ejecutores son los secesionistas sembradores de cizaña que montan escándalos tergiversando la realidad, tanto cuando ejercen el poder absoluto como cuando la justicia los sienta en el banquillo de los acusados. Sinteticemos: los que han practicado la censura y la represión han sido los conspiradores presos y sus aliados mediáticos, y las víctimas han sido los ciudadanos que se negaban a romper los vínculos de fraternidad con sus compatriotas españoles y se resistían a aislarse en el reducto tribal. Estos son los que tienen derecho a ser intolerantes con los intolerantes que tramaron convertirlos en súbditos aborregados como los que se dejaron engatusar en las Diadas.
La inquisidora municipal
Son muchos, en Cataluña, los inquisidores que violan las leyes del Reino de España y que podrían aspirar a lucir la Creu de Torquemada si esta se creara para competir con la de Sant Jordi. Pensemos, por ejemplo, en la alcaldéspota Ada Colau. "Ada Colau no tiene proyecto", escribe Lluís Foix (LV, 28/2). Un proyecto constructivo, querrá decir. Porque el mismo Foix cita algunos detalles del proyecto destructivo que Colau aplica sistemáticamente:
Al equipo municipal le divierte derribar estatuas, cambiar nombres de calles, prohibir iniciativas y gobernar para los afines ideológicamente.
Son, precisamente, los afines ideológicos quienes marcan el derrotero de la censura descarada que practica este equipo. Libertad sin límites para la poetisa que recitó una oración blasfema en la entrega de los Premios Ciudad de Barcelona 2016 y para la filósofa que se condolió por los jóvenes asesinos yihadistas de las Ramblas y Cambrils en el pregón del Pilar del 2017. Libertad también para okupas y manteros. Pero…
Pero la lista de abusos que enumera Foix es incompleta. La inquisidora municipal es implacable con todo lo que evoca la existencia de los Borbones, porque les tiene una inquina personal de la que quiere hacer cómplice, arbitrariamente, a toda Barcelona. Exhibe sus otras fobias cuando excluye a los representantes del Ejército español de los salones de la Infancia y la Enseñanza; cuando prohíbe las pantallas gigantes para transmitir en la calle los partidos de la selección española de fútbol; y cuando impide exhibir el cartel de la World Press Photo porque en él aparece el torero (profesión que ella anatematiza) Juan José Padilla, y otro con la imagen del también torero Morante de la Puebla rememorando el genio de Salvador Dalí. (Aclaro que aborrezco las corridas de toros tanto como las dietas vegetarianas, pero no me opongo a que sus aficionados disfruten de las unas y las otras).
En fin, la inquisidora municipal, tolerante a la hora de facilitar el referéndum ilegal y participar en él, se enroca en su autoritarismo intolerante para vetar, junto a su colega socialista Núria Parlon, de Santa Coloma, y otros alcaldes supremacistas, la enseñanza de un 25 por ciento de asignaturas troncales en español porque ello implicaría un pecado contra la sacrosanta pureza de la lengua catalana (LV, 1/3). Censura a tope.
Prejuicios atrabiliarios
Estos intolerantes de tomo y lomo son los que se postulan como paladines de la tolerancia. Fariseos que no tienen cabida en la sociedad abierta porque están obsesionados por cerrarla. Y los golpistas, apologistas del terrorismo, agresores de guardias civiles y colocadores de bombas en la basílica del Pilar de Zaragoza, sancionados por la Justicia, ¿qué méritos han hecho para que sus imágenes pixeladas accedan a la categoría de obras de arte con el rótulo de "Presos políticos"? Quienes decidieron que estaban fuera de lugar en una exposición de arte se guiaron por un criterio más razonable que el de la alcaldéspota que se carga todos los bustos, estatuas, placas callejeras y carteles que chocan con sus prejuicios atrabiliarios.
En "Treinta y siete años después" (LV, 22/2), Francesc-Marc Álvaro intenta convencernos de que en España se ha vivido y se sigue viviendo como si el golpe del 23-F hubiera triunfado. Con la censura y la represión rampantes. La magnitud que alcanzaron los preparativos para el golpe de Estado secesionista antes de que el Gobierno se decidiera a frenarlo por su carga de odio atávico demuestra que ha habido un exceso de tolerancia con los intolerantes. Si no hubiera habido ese exceso de tolerancia, Cataluña no habría llegado al punto de quebranto donde se encuentra ahora. Aun así, un millonario ha comprado los veinticuatro retratos pixelados de malhechores y los paseará por los museos de Cataluña. ¿Censura? ¿Represión? ¿Continuidad del 23-F? Si algo de esto fuera cierto, los lenguaraces del régimen suspendido estarían callados. Como lo estuvieron las élites catalanas hoy nacionalistas mientras se enriquecían bajo el franquismo. De un totalitarismo a otro hay poco trecho.
Salido de la caverna
Más estrafalario, si cabe, que el argumento de Álvaro es el que nos endilga Santi Vila en "Los censores de siempre" (LV, 28/2). Este trepador, recién salido de la caverna del régimen supremacista, con cuyo autoritarismo maniqueísta colaboró desde dos consejerías, y del que se apartó a última hora para salvarse de la cárcel (v. "Historia de un golpista arrepentido", de Pablo Planas, LD, 5/3), se atreve a dar lecciones de democracia. Nos explica el adoctrinador trasnochado que dos raperos condenados a prisión son "¡jóvenes adolescentes, a los que les hierve la sangre de inconformismo y saludable rebeldía!". Así, con signos de admiración. Y concluye:
Que no nos asusten las narices rojas de los payasos, los críticos adolescentes ni las declaraciones simbólicas de artistas y políticos. Conjurémonos en combatir, implacables, la mediocridad, la corrupción y el miedo de los autoritarios y los censores de hoy, que son los de siempre.
Confieso que jamás me interesó el rap ni ninguna de las estridencias que hoy seducen a muchos jóvenes y al improvisado pedagogo Santi Vila. Pero el hecho de que la condena a prisión de dos de sus compositores e intérpretes haya desencadenado la protesta simultánea de intelectuales progres sin partido y de militantes de izquierda y supremacistas blandengues despertó mi curiosidad –que hoy califico de malsana– y me introdujo en un submundo para mí desconocido.
Himno a la tortura
¡Horror! Tropecé en las alcantarillas digitales de Público (20/2) con las deposiciones mentales de un tal Valtònyc, uno de los raperos condenados. Lo que leí me hizo pensar en el escándalo que produjo el hecho de que el FBI no hubiera encerrado al demente de Parkland al descubrir sus tuits antes de que asesinara en un colegio a 17 alumnos. Esos tuits debían de parecer poemas líricos por comparación con las aberraciones sádicas de este rapero. El comisario Creix no lo habría contratado para la Brigada Político-Social porque necesitaba torturadores profesionales capaces de detenerse a tiempo, y no un bruto desquiciado cuyo paleoencéfalo reptiliano imagina los suplicios más atroces para aplicarlos no solo a sus enemigos sino también a los hijos de estos. Valtònyc los describe con lujo de detalles. Lo suyo es el himno a la tortura.
Mi credo liberal me invita a defender la legalidad de la pornografía adulta, de la descripción o la práctica de las más extravagantes actividades sexuales entre personas mayores de edad con consentimiento mutuo, y de los materiales contestatarios que postulan falacias políticas, religiosas o pseudocientíficas. Pero existe una línea roja, más allá de la cual hay un lugar reservado en los pabellones psiquiátricos de las cárceles para los discípulos del satánico Charles Manson que se jactan de su sed de sangre y prometen saciarla en Parkland o en España. Si los tontos útiles de izquierda y derecha que predican tolerancia con estos crápulas hubieran tenido hijos estudiando en el escenario de una de las muchas masacres de inocentes, tal vez desistirían de aburrirnos con sus monsergas buenistas.
Los intolerantes y los bárbaros amenazan, desde sus respectivas trincheras, nuestra vida civilizada. Y como enseña Karl Popper, la sociedad abierta no debe ser tolerante con sus enemigos. Liberales pero no estúpidos. La ley es dura pero es la ley.
PD: No sé si ha sido Marine Le Pen, Matteo Salvini, Beppe Grillo o Carles Puigdemont, ídolo de Pilar Rahola, quien le ha encomendado a esta que lance la siguiente diatriba eurófoba ("Ruido italiano", LV, 7/3):
La eurocracia acumula miserias, privilegios, prepotencia, insensibilidad social manifiesta, indiferencia militante por los derechos fundamentales (ahí está el silencio sobre el caso catalán) y una vocación desatada por defender intereses espurios.
El virus xenófobo los cría y ellos se juntan contra la Europa ilustrada. Y Putinsonríe.
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