((Los humanos no se blindan))
La recuperación de la concordia dentro de la sociedad catalana consumirá mucho tiempo y exigirá grandes dosis de madurez y racionalidad.
La recuperación de la concordia dentro de la sociedad catalana consumirá mucho tiempo y exigirá grandes dosis de madurez y racionalidad. Las ofensivas de discriminación identitaria han dejado heridas profundas que tardarán en cicatrizar, sobre todo porque los patrocinadores del choque siguen hurgando en ellas.
Campaña insidiosa
Han transcurrido treinta y siete años desde que el venerable Josep Tarradellas pronosticó, con pelos y señales, en su extensa carta al director de La Vanguardia, Horacio Sáenz Guerrero (16/4/1981), los efectos nefastos de la plaga nacionalista que se estaba incubando bajo la tutela del intrigante Jordi Pujol. El presagio se ha cumplido y las llagas que supuran ahora son el producto de esa larga campaña insidiosa de fragmentación social. Releer aquella carta en internet es hoy indispensable para entender el origen de la decadencia que estamos viviendo.
Ha llegado, por fin, la hora de la reconciliación entre las fracciones de la sociedad catalana desmembradas por dicha campaña insidiosa. La terapia será larga y difícil, y su éxito dependerá de muchos factores. Entre otros, de que sepamos apartar a los cabecillas del estado mayor insurreccional, cargados de culpas imperdonables, por un lado, de los cientos de miles de ciudadanos circunstancialmente subyugados por la demagogia cainita y cautivos del proceso que los devoró gradualmente, por otro. Todo el peso de la ley sobre los primeros para sancionarlos por los inmensos y a veces irreparables daños morales y económicos que causaron, y toda nuestra solidaridad y comprensión con los segundos, víctimas de la perversidad ajena y la candidez propia.
La reconciliación honesta y perdurable no puede convertirse en un coladero por donde se infiltren los perpetradores de la fractura, preparados para reincidir en sus delitos. La justicia castigará con la cárcel o la inhabilitación a quienes encuentre culpables, pero la sociedad también emitirá su sentencia.
Rivalidades mafiosas
La estulticia de los sembradores de odio no tiene perdón. Tan desmesurada era su falta de escrúpulos que no se conformaban con abominar de España y de más de la mitad de la Cataluña que no consentía sus sevicias, y les sobraban fuerzas para intercambiar traiciones, insultos, acusaciones, calumnias, sarcasmos y puñaladas traperas con quienes aparecían en público como sus aliados más próximos. Los prófugos se jactaban de haber eludido sigilosamente el brazo de la justicia que, poco antes, había alcanzado a sus compañeros de fechorías. Burlas típicas de rivalidades mafiosas: "Quiero ser presidente, no presidiario", fue el mensaje que el sibarita libre le envió al penitente preso. Ambos, eso sí, turnándose en la depredación de Cataluña.
Igualmente, la crisis interna del contubernio secesionista crea un nuevo clima favorable a la reconciliación entre los ciudadanos iguales, emancipados de los rencores y prejuicios que los supremacistas les inculcaron deliberadamente. Ya aparecen, sin embargo, las primeras tentativas de incluir en el abrazo del reencuentro a los gestores de la discordia para que vuelvan a las andadas. Quien tomó la iniciativa fue el volatinero Miquel Iceta con su obsecuente consejo de indultar a los procesados. Luego, Roger Torrent se estrenó como presidente del Parlament anunciando su intención de "coser" a la sociedad catalana al mismo tiempo que secundaba los planes atrabiliarios de quienes la habían desgarrado, con el Terminator Puigdemont a la cabeza.
Diploma de impunidad
Los mediadores sesgados aportan, desde los medios de comunicación, su grano de arena para asegurar el retorno de los encausados con un diploma de impunidad. Es revelador el caso de Antoni Puigverd, quien inició su pedido de clemencia con una dura reprimenda a los confabulados ("¿Águilas o palomas?". LV, 18/1):
Siempre he sostenido que el independentismo ha cometido errores como la copa de un pino. Errores que deben pagarse. La fractura interna catalana; la vulneración de la ley, sin cuyo concurso desaparece la democracia bajo el peso del más fuerte; la destrucción de la cultura de la reconciliación y el pactismo interno y externo que caracterizó a la Catalunya antifranquista. Por si fuera poco, se han programado grandes trampas al solitario. Se ha abusado del propagandismo, de la buena fe de la gente, de la opereta. Se ha mentido sobre las consecuencias del proceso (particularmente del 1 de octubre). Todo esto debe juzgarse. En los tribunales y en la arena política. Pero también debe superarse.
Superarse, ¿cómo? Aquí la astucia se acopla a la misericordia para salvar a los reos:
Las conclusiones del magistrado [Llarena] y las claudicantes declaraciones de los acusados dejan en el ambiente un aire enrarecido. Indicios claros de humillación. (…) la democracia no puede alzarse sobre la humillación de una impactante minoría de más de dos millones.
El articulista confunde, sutilmente, los papeles. El magistrado Llarena no ha humillado a nadie. Quienes humillaron a más de dos millones de ciudadanos fueron los transgresores empedernidos que hoy están presos o prófugos por haberlos embarcado en una gigantesca operación de suicidio colectivo, para lo cual emplearon las tácticas arteras que el mismo Puigverd describe con precisión.
A la vez, el título explícito de un artículo del habitualmente equidistante intelectual católico Josep Miró i Ardèvol delata una imprevista empatía con los trileros: "¡Los presos a la calle!" (LV, 20/1).
Con la ayuda de estos misericordiosos, los timadores incorregibles encontrarían despejado el camino para reincidir en sus alzamientos contra las leyes. Que es precisamente lo que el juez Llarena quiere evitar.
Aquelarre identitario
Capítulo aparte merecen las concesiones con que los más timoratos creen que podrán apaciguar a los insumisos. La más retrógrada y contra natura es, a mi entender, la promesa de permitirles blindar las competencias de Cataluña en la enseñanza, la cultura y la lengua. Entiendo que este sea el objetivo de los guardianes totalitarios de las esencias étnicas, pero cuando los socialistas y la casta frívola que presume de progresista se suman al aquelarre identitario, recuerdo una vez más la definición de Horacio Vázquez Rial sobre la izquierda reaccionaria.
Blindar la enseñanza, la cultura y la lengua equivale a castrar la libertad de pensamiento. Ya en la época de las cavernas los brujos celosos de su poder cuidaban que los trogloditas, aislados en tribus dispersas, solo se comunicaran por señas. El lenguaje hablado y escrito es el vehículo del pensamiento libre que, enriquecido por los contactos entre pueblos con ideas, instituciones y costumbres distintas, se condensa en la cultura, que es la peor enemiga de los déspotas, sean estos hechiceros primitivos o dictadores modernos. Por eso los enajenados con delirios de omnipotencia conjugan el verbo blindary sacan la pistola, como Goering, cuando oyen el sustantivo cultura.
Es inútil, los humanos no se blindan y por eso salimos de las cavernas y de sucesivas etapas de servidumbre. Por eso, también, preferimos vivir en el Reino de España integrado en una Europa sin fronteras y no en una república mostrenca rodeada de barreras infranqueables y gobernada por discípulos de aquellos brujos picapiedras.
La inercia de los timoratos
La Generalitat ensayó un remedo de blindaje que abarcaba –y sigue abarcando por la inercia de los timoratos– desde la inmersión lingüística inconstitucional hasta las multas ilegales a los comercios que no rotulan en catalán. Pero las placas del blindaje de los mitómanos son arcaicas y herrumbrosas, y la civilización global y poliglota las perfora un día sí y otro también. Apenas abro el diario del domingo 4 de febrero encuentro un anuncio a toda página de CaixaBank (¿por qué no Banco?) con el eslogan "Family now". Más adelante una inmobiliaria me ofrece "All in members club" y "Home staging". Pero me entero de que ha caído la venta de smartphones. Y no son fake news.
El blindaje contra natura y contra cultura forma parte de la cosmovisión etnocéntrica de los hispanófobos y xenófobos que viven de espaldas al mundo. Si no les paramos los pies terminarán proscribiendo la jerga cibernética, el Black Friday y el Halloween, la Navidad y el Papá Noel (para sustituirlos por el solsticio de invierno y el caga tió), el cuscús y la pizza, el rock y el pop y el Primavera Sound. En fin, todo lo que choque por su origen cultural o su lengua con la coraza de la mítica nación milenaria.
Marabunta golpista
¿Cuál es la última novedad del blindaje de lo nacional? Es la ley aberrante aprobada en Varsovia que prohíbe mencionar la participación de ciudadanos polacos en el Holocausto. Aunque aquí no les vamos a la zaga. Es tabú referirse a las familias de las clases media y alta catalanas -hoy con muchos conversos envueltos en la estelada- que apoyaron a la dictadura franquista y se enriquecieron con el beneplácito del Caudillo. Mientras que ahora las clases baja y media se empobrecen trituradas por las mandíbulas aún activas de la insaciable marabunta golpista.
Los humanos no se blindan. Con una excepción: es virtuoso el blindaje cuando deja fuera a los indeseables que amenazan nuestras libertades, nuestro bienestar y nuestra convivencia. Y ese blindaje con rostro humano, que neutraliza a los entreguistas y les impide hacer concesiones embrutecedoras a los maniáticos, se llama Ley.
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