Torrent, el brazo oculto del 'procés'
¡Con qué frivolidad se han apresurado a ceder ante el tono conciliador del nuevo presidente del Parlamento catalán periodistas y políticos equidistantes!
¡Con qué frivolidad se han apresurado a ceder ante el tono conciliador del nuevo presidente del Parlamento catalán periodistas y políticos equidistantes! Incluso esos adversarios tan dispuestos a seducir a tanto consentido.
Pierdan toda esperanza, en la toma de posesión de ayer se dieron las dos caras del nacionalismo, la real y la obligada. Ninguna buena. El presidente circunstancial por edad, Ernest Maragall, mostró el resentimiento y el odio larvado que todo nacionalista lleva en su ADN. Pedagogía de odio en estado puro. Y el nuevo presidente, Roger Torrent, obligado a esperar a que el rigor de los tribunales amaine y el 155 desaparezca, susurró paraules d’amor para templar gaitas en espera de mejores tiempos.
Los dos son de ERC, los dos desprecian todo cuanto conocen de España, Ernest Maragall por convicción oportunista; Roger Torrent por instinto. El primero porque siempre ha vivido de la construcción nacional y quiere asegurarse el futuro; el segundo, porque nada puede hacer contra el instinto inoculado desde la escuela.
Roger Torrent ya era militante de ERC a los 19 años. Y en ella ha hecho carrera. Un año después ya era concejal de su pueblo, Sarrià de Ter. Alcalde con 28, fue diputado a los 33 y desde ayer es presidente de la Cámara catalana con 38. Toda su vida laboral se reduce a la construcción nacional. No lo duden, su discurso de terciopelo solo es la carcasa, dentro lleva una realidad paralela que ya ha desconectado por completo de España. El Estado no solo es ajeno, sino opresor. Esperar entendimiento o mesura es no entender la realidad paralela en la que viven los compañeros de generación.
Tres ejemplos bastan: como alcalde del Ayuntamiento de Sarrià de Ter, se negó a colgar la bandera nacional de España, y no tuvo duda alguna a la hora de multar con 900 euros a quien se encaramó al balcón a colgarla. Corría el año 2012. En Twitter, d "diputado de la República catalana" pasó en cuestión de horas a "President del #Parlament de Cataluña". El caracol esconde los cuernos por cálculo, pero sus declaraciones realizadas con ocasión de la salida de la cárcel de Otegui le delatan: "En democracia nadie debe estar en prisión por expresar sus ideas políticas. Hoy es un día para celebrar". Incluso en el discurso de terciopelo de ayer, debido a los diputados "de los que están hoy aquí, pero especialmente de los que no puedan estar aquí", mostró inconscientemente su incapacidad para ser neutral. Hoy, las portadas de los diarios nacionalistas se centraban en este pasaje: "Conjurémonos para recuperar las instituciones catalanas y ponerlas al servicio de la ciudadanía". Tienen su lenguaje, se entienden en su jerga. ¿Saben que fue el diputado que pidió voto secreto "por llamada y en urna" para la declaración de independencia? Y alguna cosita más.
No nos despiste el clasista Ernest Maragall. Ayer no debería haber salido indemne de la utilización de su cargo con un discurso lleno de odio y desprecio a lo que ha jurado respeto: "El Estado no quiere saber nada de reconciliación ni de soberanías compartidas. No sabe ganar, sabe derrotar, solo sabe imponer, humillar y castigar (…) Este país será siempre nuestro". La misma jerga de la ANC: "Las calles siempre serán nuestras"; la misma de Fraga: "La calle es mía". "Los unos prisioneros, los otros al exilio, el resto, destituidos". Un discurso infame para un demócrata. "Los peores fanáticos son los fanáticos que parecen razonables". ¿Cómo un dibujante como El Roto puede ser tan lúcido a diario?
Una antecesora en el cargo, Núria de Gispert, lo decía de otra manera con idéntico desprecio tomando el nombre de Inés en vano: "Fuiste reina por una noche, pero se acabó".
Ahí tienen a dos señoritos catalanistas resentidos, que no pueden soportar la afrenta de compartir escaño con la hija de la minyona andaluza que les limpiaba los mocos de pequeños y les acaba de ganar ahora. Dos de esas 400 personas que, a decir de Lluís Millet, eran los dueños de Cataluña desde hace 200 años:
Somos unas cuatrocientas personas, no hay muchos más, nos encontramos en todas partes y siempre somos los mismos. Nos encontramos en el Palau, en el Liceo, en el núcleo familiar y coincidimos en muchos lugares, seamos o no parientes.
Aunque quizás lo más vergonzoso haya sido la falsa equidistancia de Pablo Iglesias, Xavier Domènech y Colau. Tan escrupulosos a la hora de decantarse por constitucionalistas o independentistas y tan raudos y resolutivos para despreciar esa "ocurrencia" de Tabarnia. Cómplices del mal.
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