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José García Domínguez

Los Maragall y Franco

Ernest y Pasqual se hincharon a combatir el franquismo desde los cargazos que les procuró el franquismo.

EFE

Siempre hablan los que más deberían callar. Así el sufridísimo y discretísimo separatista de toda la vida Ernest Maragall i Mira, heroico resistente secular contra las fuerzas opresoras del Estat espanyol. Primero, desde un puesto de designación digital como alto asesor, junto con su hermano Pasqual, de un alcalde franquista de Barcelona, el célebre José María Porcioles. Después, una vez difunto el dictador a cuyo valido local con tanta lealtad había servido, como agraciado usufructuario de una lista interminable de cargos públicos, chollos varios y canonjías infinitas, todos ellos logrados merced a la generosidad del socialismo hispano y su delegación franquiciada en la plaza, el aún oficialmente llamado PSC-PSOE. Se entiende, pues, la ira del tete Ernest contra ese malhadado Estat espanyol al que tanto detesta. Porque Ernest Maragall, alguien que dice ser economista pese a que en ninguna de las dos universidades que había en Barcelona durante su época estudiantil –la Central y la Autónoma– resulta posible encontrar su nombre en los registros oficiales de licenciados, seguramente habría llegado muchísimo más lejos en su periplo profesional y vital de no ser por ese funesto Estat. Seguro que sí.

Al tete se lo habrían rifado las principales multinacionales de Europa y América, sin olvidar las japonesas, si no hubiese sido porque ese artero Estat espanyol se empeñó en retenerlo en nómina hasta que le llegó la edad de jubilación, cuando, ya por fin hombre libre y pájaro cantor, pudo escupir a placer contra la mano que le ha dado de comer desde que tiene uso de razón. Al cabo, si alguien tiene motivos más que sobrados para odiar y despreciar a España, esos son los Maragall. De entrada, porque el escudero de Francisco Franco en la Ciudad de los Prodigios forzó a ambos hermanos, tanto a Ernest como a Pasqual, a incorporarse, como ya se ha adelantado ahí arriba, al selecto sanedrín de colaboradores de su máxima confianza, la elite de la elite de su equipo de asesores personales, el genuino Gobierno en la sombra que dirigió el Ayuntamiento de Barcelona durante la etapa crepuscular del Régimen.

Pero, siendo grave, aquella afrenta no sería la única que la dictadura les tenía reservada.

Porque, poco después, Pasqual fue obligado por Porcioles a continuar cobrando su sueldo mensual íntegro durante los dos años de excedencia voluntaria que pasó en Nueva York, entre 1971 y 1973. O sea, con Franco aún vivito y coleando. Es más, las autoridades de la época tuvieron incluso que violar sus propias leyes para lograr que el dinero llegase puntualmente a Estados Unidos cada primero de mes. Y es que que sacar de España tales sumas hubiera supuesto incurrir en un delito de fuga de capitales según la normativa entonces vigente. Razón por la cual el máximo servidor del Caudillo en Barcelona tuvo que ordenar a más de media docena de altos cargos del Ayuntamiento que remitiesen de forma individual giros periódicos de divisas al hermano de Ernest. Mediante tal argucia, se logró completar los haberes de su nómina sin violar la Ley de Cambios franquista. Ese fue el cruel modo elegido por la dictadura espanyola y sus lacayos para perseguir y atormentar a la muy nacionalista familia Maragall.

"Este país será siempre nuestro", dijo este miércoles desde la mesa presidencial del Parlament. Como toda la vida, le faltó añadir.

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