El modelo RDA de la república catalana
El Muro de Berlín no cayó en vano, aunque siga figurando, como modelo, en los planos de los arquitectos del odio separador y separatista.
La idea no se me había ocurrido hasta que leí el artículo "Tabarnia no es Padania", de Cristina Losada. Confieso que veía a Tabarnia como una caricatura poco feliz de las patochadas identitarias. Soy refractario a la ruptura de las sociedades cohesionadas por siglos de convivencia civilizada, y si me opongo a la desconexión de Cataluña respecto de España, también rechazo la ruptura entre provincias catalanas. Sin embargo, después de leer a Losada, enfoqué esta reconversión desde una perspectiva distinta, y me remonté a las turbulencias de la RDA, la República Democrática Alemana más conocida como Alemania Oriental o Alemania comunista.
Argumentos de falsarios
Hubo un tiempo en que los embaucadores secesionistas utilizaron la RDA como señuelo para convencer a los poco informados de que una Cataluña independiente ingresaría sin problemas en la Unión Europea. ¿Acaso la RDA no se había incorporado automáticamente a la UE cuando se reunificó Alemania?, argumentaban los falsarios. Muchos observadores nos apresuramos a denunciar la patraña. La RDA no había ingresado en la UE, sencillamente se había reintegrado a la República Federal Alemana, que sí formaba parte de la comunidad europea. La RDA como tal había desaparecido y el territorio satélite de la URSS se había liberado de esta y había vuelto a ocupar su lugar dentro de las fronteras de Alemania.
La fractura que pretenden imponer los secesionistas catalanes produciría exactamente el efecto inverso. El fragmento desprendido de España ya no formaría parte de un país miembro de la UE y por lo tanto quedaría fuera de esta, copiando el modelo de la antigua RDA. La república catalana sería una versión empeorada, por su aislamiento, de la RDA.
Trepadores mediocres
La República Democrática Alemana era una pieza del bloque soviético, dentro del cual tenía asignado un papel relativamente cómodo: formaba parte del complejo subsidiario industrial y químico del imperio. Moscú le reservó un papel de escaparate en la frontera con el mundo occidental -escaparate poco tentador, pero menos lúgubre que el resto de las satrapías bolcheviques- y en su interior se tejía toda clase de tramas de espionaje y negociaciones diplomáticas furtivas. Allí aprendió su oficio de timador en escala internacional el joven Vladimir Putin.
La quimérica república catalana ni siquiera podría soñar con esos estímulos. Nacería huérfana y sin padrinos. Quienes la han gobernado en su etapa embrionaria no han sido militantes políticos fogueados en la resistencia contra el nazismo como aquellos a los que el Kremlin entregó la conducción de la RDA, sino trepadores mediocres, vástagos bobos de una burguesía decadente, desprovistos de los más elementales conocimientos sobre los mecanismos que hacen girar el mundo globalizado.
La meta del Politburó comunista era la expansión mundial; la de los caudillos secesionistas es la involución provinciana. Representan a la payesía telúrica envidiosa de los pixapins urbanos. Aunque existen dos puntos en común entre aquellos autócratas alemanes y sus émulos catalanes: primero, el afán de ambos por levantar muros para separar a sus súbditos de las sociedades abiertas; y segundo, que tanto aquellos como estos carecían y carecen de escrúpulos a la hora de traicionar a sus aliados y camaradas, condenándolos al piolet, el cadalso, la cárcel, el destierro o el olvido, según sus posibilidades, para encaramarse ellos solos en el poder. Este es el caldo que se cuece en la olla podrida del secesionismo catalán sin llegar, todavía, a la etapa necrófila.
Aislada en una burbuja
Y aquí es donde la utopía de Tabarnia cobra vida. No, a mi juicio, como un proyecto viable, sino como respuesta a la república catalana que los sediciosos han calcado del modelo RDA. Tabarnia es el símbolo de que a la mayoría de los ciudadanos catalanes los mueve la voluntad de no permitir que la minoría totalitaria levante muros para separarla de sus compatriotas. Tabarnia no tendría fronteras con España y por lo tanto tampoco las tendría con la Unión Europea. Pero, mal que les pese a los supremacistas, el posible embrión de Tabarnia tampoco tiene fronteras con el resto de Cataluña. Es Cataluña. La idea de Tabarnia no nació como pretexto para separar sino como instrumento para unir.
Lo mismo sucedió en la RDA. Allí, los movimientos clandestinos democristianos, socialdemócratas y liberales no luchaban para partirla en dos y reintegrar una mitad a la patria originaria sino para reunificar Alemania. En Cataluña, íntegra y sin recortes sociales ni territoriales, los partidos constitucionalistas y la sociedad civil luchan -afortunadamente dentro de la legalidad que garantiza el Gobierno de España- para evitar la partición y desconexión que convertirían a la comunidad autónoma en un triste remedo de la RDA totalitaria: empobrecida, desmembrada y aislada en una burbuja etnocéntrica. O engullida por alguna de las potencias rapaces que acechan en el mundo circundante.
Arquitectos del odio
El ideal de los supremacistas consiste en llevar la batuta, enrocados en los distritos electorales donde circunstancialmente son mayoría, sin dejar de lucrar con la iniciativa de quienes consideran metecos por su condición cosmopolita, emprendedora y urbana. Metecos que seguirían creando riqueza arrinconados en las dos provincias mestizas sujetas bajo el peso del yugo tribal.
La realidad castiga a estos filibusteros. Tabarnia no existe separada de Cataluña y España. Tampoco existe una república catalana con Tabarnia sometida a la hegemonía de Gerona y Lérida. Ni existe, ya, la RDA. Existe Alemania, compuesta por la totalidad de los länder. Existe España, compuesta por la totalidad de sus comunidades autónomas, sin engañabobos plurinacionales. Existe la comunidad autónoma de Cataluña, compuesta por sus cuatro provincias. Recorriendo el camino inverso, Tabarnia se amalgama con Cataluña, Cataluña se amalgama con España, España se amalgama con Europa.
El Muro de Berlín no cayó en vano, aunque siga figurando, como modelo, en los planos de los arquitectos del odio separador y separatista.
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