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Federico Jiménez Losantos

El desprestigio de Cataluña en toda España

La jauría mediática que ha convencido a la media Cataluña bajo la bota de la otra media de que no tenía ni siquiera derecho a protestar dice que hay dos Cataluñas que no se soportan.

Una columna más ofreciendo amor a los catalanes separatistas y los españoles que todavía leen periódicos tendrán mortales subidas de azúcar. El género periodístico que ofrece o pide amor a cambio de toda clase de enjuagues políticos con el separatismo catalán se ha convertido en plaga dominguera que inunda las redacciones. Improvisados opinadores que hasta ahora no habían opinado nada, acaban de descubrir de golpe, de Golpe de Estado para ser exactos, que Cataluña es una sociedad dividida, partida por la mitad, en la que unos, dicen ellos, no soportan a los otros. Pero hay algo peor que amenazarnos con la diabetes: ahora nos amenazan con el Ulster.

Los bomberos de la ulsterización son sus incendiarios, los mismos que amenazaban con una ETA catalana terrorífica si no se pagaba el rescate anual consignado en los Presupuestos y no se reconocía, con la necesaria humildad, la indudable y aplastante superioridad moral de todo lo catalán, empezando por el periodismo. Ahora, los Lluis Bassets, los Xavier Vidal-Folch, la jauría mediática que desde que llegó Pujol al Poder ha convencido a la media Cataluña bajo la bota de la otra media que no tenía ni siquiera derecho a protestar, dicen que hay dos Cataluñas que no se soportan. Falso. Son los bassets y julianas de Cebrián y de Godó los que no soportan que la banda de ladronazos racistas que han protegido desde 1980 de los mismos que los padecían hayan quedado al descubierto como lo que son: gentuza. Y que el rebaño que pastoreaban se muestre, de pronto, más que harto de esos pastores.

Lo mejor del nacionalismo despótico

"Algo y aun algos", que diría Cervantes, debemos agradecer, sin embargo, a esa panda de sacamantecas disfrazados de estilistas: a fuerza de humillaciones, han conseguido despertar a la Nación española, empezando por la parte de ellos que viene sufriendo en Cataluña desde 1980, Año I de la Dictadura Blanca Pujoliana, los atropellos del nacionalismo catalán y de su afrentosa y flatulenta rehala mediática. Pero sin el racismo despótico, el supremacismo necio y la mendacidad descarada y cobarde de la descastada casta política separatista, inseparable de sus perros de prensa, ni habríamos descubierto que el Rey es mejor que su padre ni que los españoles, hartos de chantajes a la unidad a cambio de dinero y de desprecios, podían echarse a la calle con su bandera dispuestos a poner, de una vez, pies en pared. Y si los chantajistas del separatismo insisten, a ponerles el pie justo en su sitio.

Hay algo que ya nunca podrá recuperar Cataluña, en general, y los nacionalistas catalanes en particular: el respeto, la admiración y hasta cierta envidia que la mayoría de los españoles, sobre todo los que no los conocen, les tenían. Mérito o culpa es de los propios catalanes, porque hasta los que dicen no ser nacionalistas suelen profesar un culto al ego que resultaría excesivo incluso a un politólogo y/o entrenador de fútbol argentino, y una autoadmiración tribal que resulta obscena hasta para el que no quiere verla. Pero si antes muchos españoles estaban dispuestos a aceptar la sedicente superioridad moral, cultural, económica, política, gastronómica y hasta futbolística de Cataluña, hoy no acepta nada. Se asombra de que gentecilla de tan poco fuste haya puesto patas arriba, como ha hecho, a España entera.

El sentimiento de ser estafados

Yo creo que la irritación que hoy despiertan los asuntos de Cataluña en los españoles proviene, en buena parte, de sentirse víctimas de una estafa monumental, humillante: ni los catalanes eran tan buenos como decían y creímos, ni sus instituciones más sólidas, ni su prensa mejor, ni sus representantes más fiables ni sus empresas más arraigadas ni el Barça juega mejor que los demás. Los catalanes son como los demás, salvo que tras casi cuarenta años de doctrina separatista, racista, supremacista, xenófoba y antiespañola, la parte nacionalista de su población resulta repelente, grotesca, insoportable, lo peor de lo peor de lo peor de España.

Los únicos que todavía no se ha enterado de ese hartazgo son los políticos de Madrid, de Izquierda o de Derecha, porque como viven en un mundo aparte, sin contacto con la gente y la realidad nuestra de cada día, son incapaces de entender estas grandes mutaciones de opinión en lo que no hay otra forma de llamar que con el anticuado término de "las masas". En el caso de Iglesias, es porque entiende el accidentalismo histórico o la catástrofe de Estado como única forma de acceso al poder del Comunismo. En el de Sánchez, porque es semianalfabeto y tampoco cree en España. Y en el de Rajoy porque es, caracteriológica y políticamente, una calamidad.

Lo que va de ayer a hoy

La bonanza en las encuestas de Ciudadanos llegará hasta donde llegue, que no sabemos hasta dónde será. Lo que convocar elecciones en día de trabajo es algo que Rajoy explicará, si puede alguna vez. Pero, al margen de los resultados electorales dentro de semana y media, lo que ya no tiene vuelta de hoja es que al separatismo catalán se le contempla por primera vez con una mezcla de repulsión y desprecio, desdén e irritación.

Los casos de Cocomocho y Lloriqueras son sobradamente conocidos para incidir en ellos. Yo me quedo con el eco en los medios digitales de la peripecia de una de las golpistas soltadas por el Juez Llarena, que, según ha comunicado en Twitter, se rompió la nariz andando por el monte. La culpa es, naturalmente, del 155, del terrible estrés que atraviesa tan delicada tribu. Pero los comentarios han sido de burla unánime, festiva ridiculización, hilarante conmiseración, mofa, befa, archimofa y recontrabefa. Hubo una época en la que si le pasaba algo a un catalanista, se pensaba: "Algo le han hecho". Ahora, tras el 1 de Octubre, se dice: "Algo se habrá hecho él solo". Y siempre es verdad.

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