Juez Supremo
Que la lista tuneada del PDeCAT está vampirizando a la de Esquerra es la conclusión a la que vienen llegando las empresas demoscópicas.
A la pregunta de quién es visto como más independentista entre los independentistas, como más resistente entre los insumisos, como más valeroso entre los abatidos, la respuesta es que depende. Si la vara de medir son los discursos, el gato al agua se lo lleva Puigdemont. Él es el único que no ha hablado de acatar -ni siquiera por imperativo legal- el artículo 155. El que se permite el lujo de no renunciar a la unilateralidad del procés. El que se presenta ante el mundo como President de una Cataluña avasallada a la fuerza.
Pero si la vara de medir son las conductas, el gato al agua se lo lleva Junqueras. Él es quien encaró el caminito de Jerez, que ahora conduce a Estremera, sin mover un músculo de la cara. El que se ha permitido el lujo de dejar dos veces consecutivas al ministerio fiscal con la palabra en la boca. El que escribe cartas desde su celda mientras otros pasean su voz por todas las radios y las televisiones del Benelux colaboracionista. Y a la luz de las encuestas está claro que puede más el discurso que la conducta. El veredicto es unánime.
Que la lista tuneada del PDeCAT está vampirizando a la de Esquerra es la conclusión persistente a la que vienen llegado, una detrás de otra, las cuatro empresas demoscópicas que han sondeado la intención de voto en Cataluña durante la última quincena: Gesop, Gad 3, Mestroscopia y Sociométrica coinciden en que Junts per Catalunya sube como la espuma. Que sea injusto no significa que sea extraño. Una campaña electoral, después de todo, es el caldo de cultivo perfecto de la posverdad. La mentira emotiva arrastra más que el silencio entre rejas.
De lo que se trata ahora es de averiguar es si eso es bueno o malo para los intereses nacionales. ¿Conviene que Puigdemont llegue al día 22 de diciembre con fuerza suficiente para condicionar la deriva del nuevo Gobierno de Cataluña? Dicen los expertos que si la lista que encabeza se queda por debajo de los veinte escaños no tendrá más remedio que agachar la cabeza y permitir que sea ERC, en compañía de otros, quien dicte las coordenadas del nuevo rumbo político y parlamentario. De lo contrario no salen las cuentas.
Ninguna encuesta la de al bloque constitucionalista (Ciudadanos + PSC + PP) una suma superior a los 60 escaños. Eso significa que, descontados los 15 que se reparten la CUP y Catalunya en Comú (irreversiblemente desvinculados de cualquier alternativa que incluya a Ciudadanos), Puigdemont y Junqueras se disputan, grosso modo, otros 60. ERC -según me dicen mis espías paraguayos- cree que puede gobernar con 40 y la llamada geometría variable. El PDeCAT, con la mitad de apoyos, no tendría fuerza moral para ponerle palos en las ruedas.
Pero si Puigdemont altera de forma significativa el reparto de esa tarta de 60 porciones y se queda con más de la tercera parte, ya no será un convidado de piedra en el guion que diseñe Junqueras y tratará de imponer unas condiciones que harían difícilmente transitable el paisaje post electoral. A Podemos y a la Cup, por razones ideológicas, les costaría darle su apoyo a un Gobierno sin mayoría absoluta del que formara parte el heredero político de Convergencia. Y al PSC, mira por dónde, le tocaría abstenerse para evitar la repetición de las elecciones.
El Gobierno resultante sería una bomba de relojería. Puigdemont demandaría su reposición en el cargo de President por razones de legitimidad, la justicia tendría que encarcelarlo cuando viniera a tomar posesión, Iceta se apearía del bloque constitucionalista, el PSOE pagaría en el resto de España las consecuencias de la pirueta, a Rajoy le costaría vender las bondades del 155 y Junqueras no tendría a su lado a los socios que quiere para ir ensanchando la base social que necesita para hacer inevitable la independencia pospuesta.
Salta a la vista que las consecuencias de un Puigdemont electoralmente fuerte no le convienen a casi nadie. El problema es que para evitar su hipertrofia hace falta que Junqueras salte al terreno de juego y ocupe un lugar visible durante la campaña. Sólo él puede eclipsar el protagonismo que ha venido ejerciendo en solitario el President fugado. El victimismo carcelario no le ha dado los réditos que esperaba. Tal vez bajo esta perspectiva adquiera valor añadido la decisión de Llarena. En esta ocasión es imposible que el Supremo no interfiera en los tiempos de la política.
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