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José García Domínguez

Pablo y los fascistas

"Hay dos clases de fascistas: los fascistas y los antifascistas". Sí, Pablo, sí, poesía eres tú.

Pablo Iglesias, máximo líder de Podemos | EFE

"Quizás sin quererlo, o a lo mejor sin buscarlo [sic], habéis contribuido al despertar del fantasma del fascismo". Los candorosos incautos que, pese a su contrastada inocencia virginal, han incurrido en esa leve imprudencia, un desliz ni querido ni buscado, resultan ser, según parece, los incondicionales confidentes catalanes de Pablo, el autor de la amical reprimenda. Así, y siempre según Pablo, la fraternal crítica constructiva que ahora procede hacer llegar a sus aliados golpistas de Cataluña, esos colegas de fatigas del PDeCAT con los que organizó aquella ecuménica asamblea de compañeros de viaje en Zaragoza, no pasa por afearles que trataran de destruir por la fuerza el orden constitucional. No, eso nunca. Lo único que se le antojó un pelín feo a Pablo de cuanto se hizo en Barcelona desde el instante mismo en que se violaron los derechos de todos los diputados de la oposición, incluidos los de su propio grupo, para así forzar la derogación del Estatut con vistas a consumar la ulterior asonada sediciosa, lo único que le incordió un poquito fue que esa pequeña broma, por lo demás por entero inocua, haya provocado el horrible resurgir del monstruo de las galletas: el fascismo. Y cuando Pablo mienta al fascismo, naturalmente, se refiere al único fascismo posible que cabe dentro de su cabeza amueblada con saldos de Ikea: el fascismo español, españolazo y españolista.

Y es que Pablo vio en vivo y en directo (aquel aciago día andaba por casualidad en Barcelona) cómo un millón y pico de fascistas locales nos manifestamos en las calles de la capital de Cataluña portando miles y miles de banderas también fascistas, que como todo el mundo sabe son esas enseñas diseñadas por Franco y Mussolini en las que sendas franjas horizontales de color rojo se ven surcadas en su tramo central por otra de color amarillo que presenta como rasgo distintivo poseer el doble de anchura. Aquel día, mientras Pablo se ponía raudo a salvo en un vagón del AVE con rumbo a Madrid, el fascista Josep Borrell se dirigió a la camada negra en loor de multitud. escasas jornadas después lo volvería a hacer, esa vez escoltado por otro peligroso escuadristra de la muerte, un camisa vieja con un larguísimo historial de militancia activa en las huestes del fascio redentor. Pues el requetefascista Borrell compareció en esa ocasión junto al conocido lacayo del capital monopolista y célebre represor de la clase obrera que se hace llamar Francesc Frutos. Porque Pablo, que se sabe de memoria todos los capítulos de Cuéntame, no da nunca puntada sin hilo cuando de desenmascarar al fascismo se trata.

El término fascismo, vocablo de muy preciso significado que sirvió en origen para designar a ciertas corrientes políticas de tintes totalitarios, las que emergieron en la Europa del primer tercio del siglo XX, ha acabado convirtiéndose con el tiempo, es sabido, en un simple insulto. En España, cuando en la reyerta política cotidiana se quiere descalificar a alguien resulta lo más normal del mundo que se le tilde de fascista. Normal es, pues, que Pablo, ante el inadmisible escándalo de las calles más principales de la Ciudad de los Prodigios infestadas de esa gentuza refractaria al gesto libertador de Puigdemont y Junqueras, apele a la siempre alargada sombra del fascismo. Del fascismo madrileño, huelga decir. En fin, ya lo aclaró en su momento Ennio Flaiano, en frase lapidaria que aquí le plagió, por cierto, Vázquez Montalbán: "Hay dos clases de fascistas: los fascistas y los antifascistas". Sí, Pablo, sí, poesía eres tú.

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