Un gobierno de gallinas presidido por un avestruz
Un Gobierno de gallinas, presidido por un avestruz, ha llevado a Barcelona a quince mil policías para, al final, rendirse sin luchar.
Mariano Rajoy Brey se añadirá hoy a la lista de los mayores felones, traidores, cobardes y desertores de nuestra historia. Ha sido tan larga y tan gloriosa la vida de España que por fuerza la lista es grande, pero ninguno como Rajoy combina de forma tan extrema la cobardía en la ejecución, la felonía en la traición y la estupidez en la previsión. El Rey Felón, Fernando VII, traicionó su juramento a la Constitución de 1812 y maniobró con astucia hasta recobrar el poder absoluto tras el Trienio Liberal, que se abre con el golpe de Riego y se cierra con su pública ejecución tras la invasión de España por las tropas francesas de Los Cien Mil Hijos de San Luis. Eran las mismas que sólo una década antes, con Napoleón al frente, fueron derrotadas en la Guerra de la Independencia, tan gloriosa como devastadora. Ahora eran acogidas con indiferencia y hasta con alivio. La nación había sido derrotada por la acción concertada de unos liberales exaltados absolutamente necios y un déspota astutamente traidor a todo lo que no fueran sus regias prerrogativas. Una década de terror y una guerra civil tan atroz pero mucho menos noble que la de 1808 fueron su legado.
Fernando VII sí sabía lo que quería
Sin embargo, El Felón sabía lo que quería. Mintió, halagó, se acuclilló, se escaqueó y, cuando pudo, se irguió como una cobra y clavó sus colmillos en el cuello del estúpido liberalismo radical, muerto para una década. Pero Fernando VII sabía lo que quería y los que lo respaldaban, también. ¿Alguien sabe lo que quiere Rajoy repitiendo su cobarde actuación del 9N, hace dos años? Entonces también dijo que no habría referéndum, y, aunque ilegal y chapucero, lo hubo. Y entonces dijo que no había pasado nada porque no tenía valor legal. No se sabe entonces por qué dijo, si no tenía valor, que iba a impedirlo. En realidad, Rajoy es un mentiroso al que le mintieron los troleros de los que se rodea: los moragas, arriolas y demás. Esa doctrina mamarracha de que lo que no es legal no existe –si roban una joyería, no habría que preocuparse: robar joyerías es ilegal- ha sentado jurisprudencia en el PP. El Portavoz del Gobierno hace chistes con el precio de las entradas de Roures y las urnas chinas, pero no puede ocultar el drama: un Gobierno de gallinas, presidido por un avestruz, ha llevado a Barcelona a quince mil policías para, al final, rendirse sin luchar.
Lo de las gallinas, símbolo secular de la cobardía, no merece mayor explicación. Lo del avestruz, sí. Esta gigantesca ave, de muy mal carácter, cuando intuye el peligro entierra en el suelo la cabeza y fía a sus enormes posaderas la defensa de su integridad física. De la realidad o no del peligro le informará su cloaca, que trae al mundo esos huevos de a kilo capaces de abastecer de tortillas a la innumerable tribu de los Pujol.
Como el avestruz moncloveo sobrevivió al butifarréndum de 2015 sin hacer nada aunque tras prometer hacerlo todo, habrá pensado que de su reedición aumentada también escaparía sin esfuerzo, que para asustar a los Nois del FLA bastaba la Armada Piolín y que el pánico golpista cantaría su victoria. Lástima para Don Mariano que los félidos del desierto y hasta los múridos del subsuelo conozcan bien su cobardía y se le rían en el pico. Trapero, Trampero o Trapacero, ese poli de guardería que asegura la explotación política de los niños catalanes por sus desaprensivos padres, se ha burlado del cordobés Nieto, representante de Zoido ante el Pescaílla del Prusés. Pero es Rajoy el que ha humillado a la nación y vendido al Estado.
El Gobierno gana, el Estado pierde
Porque pase lo que pase hoy, los amigos de Rajoy que se fingen Gobierno de España, sólo habrán ganado un día pero habrán roto el reloj. Han corrido a cantar victoria por la actuación responsable y heroica de un par de juezas y alguna fiscal de verdad, pero a continuación han corrido a ofrecer toda clase de obsequios a los que tratan de romper a España, por el mérito de no haberlo conseguido del todo, al menos por esta vez. Así que la victoria consiste en vencer hoy para ofrecer mañana la revancha a los que dicen que han derrotado. Así querría perder cualquiera. Y así, antes de Rajoy, no hubiera querido triunfar nadie. Si el Gobierno ha ganado un día, el Estado lo ha perdido casi todo: la vergüenza, la victoria y el calendario.
Sucede que el horizonte personal y político de Rajoy está pendiente de la moción de censura que, mezclando la crisis catalana y la corrupción, pueden presentarle en cualquier momento socialistas y podemitas según el pacto de Can Roures. Y la única posibilidad de evitarlo es que la hueste sorayesca, con Cebrián por detrás y Pedro Sánchez por delante, negocie esa reforma federal de la Constitución que nadie sabe en qué consiste pero que, de ser real, supondría la liquidación de la soberanía nacional del pueblo español y el pacto de algún tipo de referéndum que, con condiciones que sean asumibles por los separatistas, permitiera la segregación de Cataluña y de otras comunidades autónomas. De momento, serían siete: Cataluña, Navarra, País Vasco, Canarias, Baleares, Comunidad Valenciana y Galicia.
Rajoy no cree en España, ni en el PP ni en nadie que no sea Rajoy. Lo normal es que se fuera y dejara los trastos de rendirse a Soraya, pero no hay que descartar la hipótesis de un cambio de Gobierno para afrontar esta crisis que no es la de Cataluña, sino la de la integridad nacional y la legalidad constitucional. Y total, pensará él, ¿quién mejor que yo para controlar al PP? Y no le faltará razón. Si se queda Soraya al frente, se la merienda Cospedal en dos bocados. El pequeño, un pionono, se lo dejaría a Zoido.
La reacción espontánea y el papelón de los partidos
El envilecimiento de las Cortes no es sólo estético, gracias a la permisividad de Ana Pastor con los rufianes y la horda podemita, sino ético, tras la deserción de todos los partidos dizque constitucionales y nacionales de las manifestaciones espontáneas de ayer en toda España. Que quince o veinte mil personas, da igual, marcharan bajo la lluvia por la Vía Layetana con banderas españolas, sin el respaldo de PP, Cs y PSC, ni siquiera de Sociedad Civil Catalana, prueba la crisis de representatividad que hasta ahora ha alcanzado a toda Europa y que si Abascal no hubiera jugado a lepenito protagonizaría una sorpresa en las próximas elecciones.
Ya ha sucedido con UPyD, Podemos y Ciudadanos. Puede suceder con cualquier otro nombre y cualesquiera otras siglas, siempre que sea bajo la misma bandera. Podemos reunió a cincuenta mangutas y cien periodistas en Madrid. Juan Español o Joan Espanyol, quince mil en Barcelona, a pesar de los cien mil periodistas del Prusés. Hemos llegado a la incierta jornada de hoy por culpa del Gobierno y de la Oposición, que es como decir del sistema político. ¿Y alguien cree que con España en peligro no peligrará el tinglado de estos representantes que tanto odian a sus representados?
Hoy muere simbólicamente el régimen constitucional de 1978, falto de gobernantes capaces de defenderlo. Podrá durar años o venirse abajo pronto, pero nada será igual después de la humillación de España a manos de sus gobernantes con el aplauso de la Oposición. Nada será igual mañana. Lo trágico es que una ocasión que la torpeza de los golpistas nos brindaba para empezar la Reconquista de la legalidad constitucional se haya convertido en un homenaje a Don Julián y al obispo don Oppas. Sí, también en 711 hubo un obispo traidor a España. Ahora es la propia Roma la que abre la puerta a los enemigos de la nación. Irán de cabeza al Infierno.
PD. In memoriam.
Esta semana ha muerto mi vecina Florentina Miguel, una persona extraordinaria, dueña de ese español magnífico que aún se oye en los Montes Universales y que, como toda la gente valiosa del pueblo llano, estaba muy preocupada por España. La última vez que nos vimos, me dijo, a propósito de Cataluña: "¿Pero es que no se dan cuenta en Madrid de que están matando a la Nación?" Esa pregunta, para la que no tuve ni tengo respuesta, resume una vida cumplida, la suya, que he de recordar siempre.
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