No hay ingenio informático con memoria suficiente para compilar las excelencias de la república catalana surgida de los atentados islamistas de Barcelona y Cambrils. La propaganda es la gran estructura de Estado del nacionalismo, el arte de convertir una tragedia en publicidad y las chapuzas en hazañas. Escribe Carod-Rovira que la víctima ha sido Cataluña y el culpable, el totalitarismo fascista. Las condenas institucionales evitan con gran escrúpulo los términos islamismo y yihadismo para no incurrir en la islamofobia porque Cataluña es el colmo de la integración en paz y la convivencia en armonía, el auténtico oasis tan sólo alterado por la incómoda presencia residual de una España que se bate en retirada de tanto abatimiento.
El insensato e inseguro infantilismo de la Generalidad encuentra acomodo en el relato informativo, churro del que resbalan cada vez más interrogantes sobre el Chernobil de Alcanar, los bolardos en Barcelona, la muerte de Pau Pérez en la Diagonal, el control de las mezquitas salafistas, el imán de Ripoll, la puntería de los Mossos, la coordinación policial en general y el papel del Gobierno y el Govern en particular.
Entre tanto y en Ripoll, cuna de la civilización occidental catalana, familiares, amigos y conocidos de los terroristas no se explican qué ha podido pasar y malician que todo ha sido culpa del imán, a quien por otra parte jamás se le escuchó, aseguran en el pueblo, ninguna prédica fuera de tono. Contra toda evidencia, Ripoll es para el nacionalismo catalán un ejemplo de manual de cohesión social, un éxito del pujolismo y el sistema educativo propio. Lo más parecido a la zona alta de la Suiza del Mediterráneo, como ha denunciado en Le Figaro el hispanista Benoît Pellistrandi.
La Generalidad, con el general Trapero al frente, deviene Estado. Controla todo el territorio, las comunicaciones, las infraestructuras críticas, lidera la cacería al terrorista y el Gobierno retiene a las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado y confina el Ejército en sus cuarteles para no ofender la sensibilidad de las autoridades catalanas a costa de la seguridad ciudadana. Esto ya no es un golpe de Estado sino un Estado de golpe.
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