Juan Carlos se tendría que haber callado
Lo último que tenía que hacer el rey emérito es jodernos la fiesta, que para eso ya está Podemos.
Está claro que en España seguimos sin saber celebrar nuestra propia historia apropiadamente. No ya que seamos aún presos de las leyendas negras del pasado lejano, es que ni siquiera somos capaces de constatar lo bueno que hemos hecho hace sólo unas décadas.
El acto de este miércoles en el Congreso es un buen ejemplo: España protagonizó con la Transición algo que asombró al mundo, un cambio de régimen que puede que no fuese perfecto –ninguna obra humana lo es– pero que sí fue modélico. Y en lugar de enorgullecernos de ello estamos hablando de las mamarrachadas de Podemos y, sobre todo, de la ausencia de Juan Carlos I.
Lo de los podemitas era de esperar y no hay que darle mayor importancia: por suerte o por desgracia, que monten su pequeño show mediático-tuitero en cada acto importante que tengamos se va a convertir en casi una tradición, a la que quizá lo mejor sea no hacer ningún caso. Lo segundo es bastante más grave: a lo que va a ser imposible acostumbrarse es a que las personas que han estado en las instituciones –¡e incluso las han encarnado!– sean las que se dediquen de boicotearlas. Lo que ninguna democracia puede soportar sin cierto desdoro es que sea nada más y nada menos que el anterior jefe de Estado el que arruine una celebración que a todos debería haber llenado de orgullo.
¿Debió estar Juan Carlos?
Lo cierto es que el debate se está centrando más en si el rey emérito debía o no estar en la celebración. A mí eso me parece secundario, pero no voy a rehuir la cuestión: yo creo que no.
Sí, es cierto que se conmemoraba una Transición –me gusta ponerlo en mayúscula– en la que Juan Carlos I tuvo un papel determinante que todos deberíamos agradecerle y, de hecho, le agradecemos. Pero ese papel no lo tuvo por ser Juan Carlos Alfonso Víctor María de Borbón y Borbón-Dos Sicilias, sino por ser Juan Carlos I, Rey de España. Y el ciudadano Borbón y Borbón –como diría Alberto Garzón y que Dios me perdone– ya no es rey de España.
La monarquía, además, no es una institución cualquiera, no es como un Congreso de los Diputados en el que hay 350 señores y señoras que van cambiando cada cierto tiempo: en la monarquía no hay 350 reyes, ni dos ni, si me apuran, uno: el Rey es la monarquía, la institución y la persona se fusionan y son una sola… mientras se es rey, claro, aunque aquí se haya creado esa fórmula un tanto extraña del emérito y se haya tratado de dar un contenido institucional a una posición en la que lo que se ha hecho toda la vida es irse a Yuste, por ejemplo, y desaparecer.
Es algo que ha entendido bien, por poner un ejemplo que creo viene muy al caso, el otro emérito de relumbrón que es posible encontrar hoy en día: Benedicto XVI, cuyas apariciones públicas desde que abandonó el papado son escasísimas y que, desde luego, revelan justo lo contrario que el afán de protagonismo que nos ha demostrado Juan Carlos I en las últimas 24 horas.
Dicho esto, también es cierto que el propio Benedicto ha participado en algunos actos especiales invitado por su sucesor, y que, de haber contado con Juan Carlos I en alguna ocasión, debería haber sido este miércoles. Tampoco habría pasado nada si se hubiese buscado una fórmula para que la presencia de su padre no desluciese el protagonismo del verdadero protagonista, Felipe VI, el único representante de la monarquía que, cierto es, fue clave para devolver la democracia a España.
Pero, en cualquier caso, que el rey emérito debiese estar o no en el acto de recuerdo de la Transición es opinable; no lo es que, por muy ofendido que se sienta, su obligación –y no digo que fuese lo correcto o lo elegante, digo que era su obligación– era callarse, no filtrarlo a la prensa con una celeridad inaudita.
Lo que habría hecho alguien con el sentido de Estado que es obvio que ya no tiene Juan Carlos I habría sido tratar el tema en el ámbito privado y no arruinarnos la celebración del último gran logro como sociedad del que los españoles podemos presumir en todo el mundo. Lo último que tenía que hacer el rey emérito es jodernos la fiesta, que para eso y para ir contra el sistema que él mismo tanto contribuyó a poner en pie ya está Podemos.
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