España necesita un Plan Hidrológico Nacional
Es mucho lo que nos jugamos en este envite. No sólo ni principalmente en términos económicos.
El sureste español sufre las consecuencias ancestrales de una cruel paradoja: es la zona más seca de España y, sin embargo, la de mayor cantidad y calidad de producción hortofrutícola, como lo atestigua su presencia imbatible en los mercados internacionales del sector, especialmente en el ámbito europeo.
El problema de la sequía persistente en el Levante no debería ser un problema irresoluble. En nuestro país, por donde discurren ríos tan caudalosos como el Ebro, el Duero o el Tajo, sobran recursos hídricos; sólo se trata de llevar parte de estos excedentes a donde resultan imperiosamente necesarios.
El Plan Hidrológico Nacional es la herramienta fundamental para acabar con este problema y un proyecto que los políticos con visión de Estado han tratado repetidas veces de llevar a la práctica. En la época actual, con los extraordinarios avances en ingeniería hidráulica y las nuevas técnicas de racionalización del riego, lo cierto es que acabar con una catástrofe anacrónica que pone en riesgo la supervivencia de un sector estratégico como el hortofrutícola intensivo es factible, tanto en el plano logístico como el económico.
Sin embargo, la política de baja estofa imperante hace imposible resolver un problema que amenaza con llevarse por delante una de las fuentes de riqueza, creación de empleo y prestigio internacional más importantes de la Nación.
No cabe duda de que corresponde al Gobierno solución de este grave desequilibrio territorial. Pero tanto Rajoy como los demás dirigentes políticos han decidido ponerse de perfil en este asunto del agua, que pone de manifiesto una terrible insolidaridad entre las regiones españolas y, sobre todo, la ausencia de una clase política que ponga por encima de todo el bien común.
El reparto equitativo del agua, con las debidas compensaciones a las cuencas cedentes a cambio de la supervivencia económica de esas otras que tanto lo necesitan, ha de ser una cuestión de Estado, pero, lamentable y ominosamente, no lo es. La izquierda, con su rechazo al capitalismo y su histerismo ambientalista, ni está ni se la espera en esta batalla. Pero lo que resulta profundamente descorazonador es que PP y Ciudadanos también hayan renunciado a esta cuestión vital, más preocupados de no perder votos en lugares como Aragón, Cataluña o Castilla-La Mancha, donde, en lugar de hacer pedagogía, se ha cultivado durante años y más años la estrechez de miras y una propaganda burdísima de buenos y malos:
Es mucho lo que se juega España en este envite. No sólo ni principalmente en términos económicos.
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