El Real Madrid o la determinación
Si los votantes del PP o Cs exhibieran el rigor del Bernabéu, otro pelo nos correría. Por desgracia, en el centro-derecha nos hemos acostumbrado a jugar al empate.
En una España enferma de indeterminación, abonada a la duda, huésped de la desgana, el Real Madrid ofreció ayer una verdadera exhibición de lo que tanto echamos en falta en las instituciones, los partidos y la propia ciudadanía española: determinación. Y aunque para los no madridistas no será plato de gusto ver una y otra vez repetida y pentapitida y decapitida y ahora dodecapitida la misma imagen, lo cierto es que el mejor club de la historia del fútbol lo es porque siempre demuestra lo que otros sólo demuestran a veces, ese convencimiento de que debe ganar. ¿Por qué? "Pues porque somos el Real Madrid", dirá desde el utillero a la última estrella, pasando por cualquier aficionado del rincón más apartado del mundo, que desde anoche tendrá algún madridista más. Los demás aspiran a ganar, como es lógico. El Real Madrid, suele ganar. Pero gana porque aspira a ganar más que nadie. No sé por qué, pero es así.
La globalización, esa bendición
Hace años, escribí en LD un ensayo en varias entregas: El Madrid o la globalización del fútbol, defendiendo el sentido del proyecto que tenía el entonces y ahora discutido Florentino Pérez. ¿Discutido -dirá cualquiera ajeno al mundo poco cardiosaludable del fútbol-, después de ganar tres copas de Europa en cuatro años y encima, este año, también la Liga? Pues claro que sí, discutido como Zidane, y como Cristiano, y como ayer Di Stefano y hasta don Santiago Bernabéu. ¿Por qué? Pues por eso, porque somos el Real Madrid. Si nosotros no nos exigimos, ¿quién nos exigirá?
Pero es que Florentino recogió en su proyecto de los "galácticos" algo que sólo vio claro Bernabéu: el futbol es un espectáculo en el que el público quiere ver a los mejores. Si un club quiere ser el mejor tiene que fichar a los mejores jugadores del mundo; y, luego, conseguir lo más difícil: que lo sigan siendo. Sólo cuando el club es más grande que sus estrellas éstas no pueden permitirse la tentación de dejar de brillar. Y si los directivos les dejaran, como es normal que pase, ya está la afición del Bernabéu, más dura que la de Las Ventas, para recordárselo.
La eficacísima bronca a Cristiano
Este año le han pitado a Cristiano con ferocidad y con razón. No por ser Cristiano, sino porque esto es el Madrid. Y cabreado como un mono muy, muy cabreado, el mejor jugador del mundo ex-aequo con Messi, al que probablemente igualará en balones de oro, ha tenido que agachar la cabeza y rendirse a la evidencia de que tenía que jugar menos y en un sitio más adecuado a su edad y condiciones físicas. Lo ha hecho y ha terminado la temporada europea, la más exigente del mundo, marcándole cuatro goles al Bayern en cuartos, tres al Atleti en semifinales y dos de los cuatro de la final a la Juve, que hasta ayer había encajado tres en toda la competición.
Por supuesto, ahora presume de su preparación física para llegar así al final de temporada. Pero si el milagro de Santo Pintus y Saint Zidane de la Fleur Bénie se ha producido es gracias a las preces, en forma de silbidos, que le ha propinado el Bernabéu a su ídolo. Al que volverá a pitar cuando no le convenza. Por eso Cristiano se ha convertido en lo que es: porque en el Real Madrid es obligatorio alcanzar tu mejor nivel y superarlo. Tampoco le ha venido mal tener enfrente a Messi, que el otro día dijo que él tampoco habría mantenido su nivel de exigencia de no tener enfrente a Cristiano. La diferencia es que el Nou Camp nunca pitará a Messi como el Bernabéu a Cristiano. ¿Injusto? ¿Y quién dijo que la vida es justa? La vida es sólo vida, en su cruda y espléndida injusticia. El resto es comentario y consolación.
El viernes, Vicente Azpitarte me preguntó qué creía que iba a pasar en Cardiff. "Lo normal, por estadística, es perder; lo habitual, es ganar", le contesté. Y es que eso es el Real Madrid: por estadística, no puede ganar tantas veces, pero lo habitual es que gane. Y lo hace obligado por una afición que no le perdona ni empatar jugando con nueve en Can Barça. De hecho, esta liga estuvimos a punto de perderla porque, jugando con diez, le empatamos al Barça y el equipo se lanzó ferozmente al ataque, y como, si atacamos, no pensamos en otra cosa, llegó Messi y marcó en el descuento. Pero la intolerable frivolidad de Marcelo es inseparable de ese empeño en ganar en cualquier caso, así que es inútil quejarse, porque eso es el Madrid: jugársela siempre, hasta que el otro reble y se arrugue y se rinda. Y si no se rinde, a insistir: otro día, otro año, otra temporada, otra vida, si la hubiera.
Si Rajoy fuera Ramos, Modric, incluso Casemiro
Imaginemos que el Gobierno tuviera ante Cataluña la determinación de Ramos y Carvajal, la ambición loca de Cristiano, la locura caracolera de Isco, el genio frágil de Modric, la precisión de Kroos, la obstinación de Casemiro y el ángel a favor del renacido Keylor Navas. Imposible imaginar una sola de esas cualidades en Rajoy, lo sé, pero supongámosle alguna, incluso todas. Le faltaría lo más importante: la exigencia de la afición. Si los votantes del PP, Ciudadanos u otro partido –excluyo a las partidas de facinerosos- exhibieran el rigor inmisericorde del Bernabéu, otro pelo nos correría. Por desgracia, en el centro-derecha nos hemos ido acostumbrando a jugar al empate, a colgarnos del larguero, al cerocerismo, al resultadismo de final de temporada, no a jugar cada partido como si fuera el último. Y cada Copa de Europa, como si fuera la primera. Por eso vamos perdiendo con los enemigos de España. Porque, así, sólo gana el Madrid.
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