Hablemos francamente del franquismo
A ver si es posible hacerlo sin situarse automáticamente en uno de los dos bandos de la guerra civil de 1936.
Ya va siendo hora de plantearnos sin pasión un hecho tan notable en la España contemporánea como fueron las cuatro décadas del franquismo. A ver si es posible hacerlo sin situarse automáticamente en uno de los dos bandos de la guerra civil de 1936. No es fácil, pues esa guerra nuestra tuvo tanta o más trascendencia ideológica que la II Guerra Mundial, por lo menos entre los intelectuales de Occidente.
El franquismo duró tanto que tuvo tiempo para adaptarse a muy distintas circunstancias. Hasta 1959 fue una autarquía (economía cerrada, y política más aún), un régimen con ínfulas totalitarias, una auténtica dictadura con manotazos represores. Desde 1959 en adelante se puede hablar de la continuidad del Caudillo, pero atemperada por la influencia de distintas familias políticas de la derecha. Fue más bien un régimen autoritario, pragmático, desarrollista, modernizador dentro de un orden.
A partir de los años 60 se desbordan cada vez más las fuerzas que tratan de sustituir al franquismo por un sistema democrático. Tal esfuerzo continuado no logra sus propósitos, pero siembra la semilla de lo que se llamará transición democrática después de muerto Franco en 1975. El secreto de esa pacífica democratización está en que se empezó a desarrollar en vida del dictador.
A Franco no le gustaba nada el término franquismo; tampoco el de sociología. A partir de 1969 yo mismo escribí muchas páginas sobre sociología del franquismo. Así titulé un libro muy leído en su día. Otras páginas sobre el tema fueron censuradas e incluso me costaron la cárcel y demás consecuencias ominosas. A estas alturas poco importan.
Lo anterior es solo un minúsculo episodio de una constante del franquismo: la continua dialéctica entre elementos antagónicos. Listo algunas ilustraciones.
Es claro que el alzamiento de Franco se propuso acabar con la burda política antirreligiosa y antinacional de la II República. Para ello recibió las bendiciones de una gran parte de la Iglesia católica española. Sin embargo, en los amenes del franquismo otra parte de la Iglesia contribuyó notablemente a legitimar la oposición al régimen.
A diferencia de otras dictaduras (como la de Oliveira Salazar en Portugal), la segunda fase del franquismo se comprometió con una política decididamente industrializadora y modernizadora en lo económico.
La extraordinaria longevidad del franquismo y su asombroso pragmatismo hizo que Franco fuera el único gobernante del mundo que abrazara a Hitler y a Eisenhower, en distintos momentos, claro está.
A diferencia de Perón, Franco no pretendió nunca fundar un partido franquista, ni nada parecido. Los únicos franquistas de la época democrática lo han sido a título personal y sentimental, más que nada por razones familiares. El monarquismo de Franco no fue tan coherente como para dejar paso a la restauración monárquica en la persona de don Juan, el hijo de Alfonso XIII. Los monárquicos de entonces oscilaron entre servirse del régimen franquista y oponerse tímidamente a él. Una ambivalencia parecida la mantuvieron los falangistas o los demócratas cristianos. Franco fue un maquiavélico manipulador de colaboradores y opositores. Se murió en una cama de la Seguridad Social. Después de su óbito se multiplicaron los antifranquistas sin riesgo. No pocos provenían de familias bien situadas en lo que empezó a llamarse "régimen anterior".
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