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Emilio Campmany

Periodistas

Lo de Podemos no es más que la espuma de un gigantesco problema que tenemos en España.

EFE

Unos periodistas, que han preferido mantenerse en el anonimato, han denunciado las presiones que reciben de los dirigentes de Podemos. En la noticia hay muchas cosas que destacar, además del matonismo de Pablo Iglesias. Para empezar, está el que los periodistas amenazados no se atrevan a hacer público su nombre. Esto sucede, naturalmente, porque temen las represalias. Pero ¿las represalias de quién? Las de los propios dirigentes de Podemos no pueden ser porque éstos, que saben a quiénes han amenazado y con qué, sabrán de uno u otro modo quiénes les han denunciado. Lo que temen estos periodistas es significarse como periodistas que pretenden informar con independencia. Creen que, ataviados con el capirote de independientes, la mayoría de los medios no querrán contratarles en el futuro.

Y es lógico que sea así porque el segundo aspecto inquietante de la noticia es que los dirigentes de Podemos amenazan porque pueden. Eso quiere decir que Pablo Iglesias está en condiciones de lograr que los directores o los dueños de los medios despidan a quienes informan de él insatisfactoriamente. ¿Y cómo es posible que los directores o los dueños de esos medios se presten a entregar las cabezas que el político podemita les pida? Sencillamente, porque buena parte de los ingresos de la mayoría de los medios dependen de los políticos.

Y si Podemos puede amenazar a periodistas y de hecho lo hace a pesar de detentar escaso poder político, ¿por qué el resto de partidos no hace lo mismo? Pues porque en realidad también lo hacen. La pregunta es otra: ¿por qué los periodistas no denuncian las presiones del resto de partidos? Primero, porque los demás obran con más sutileza. No mandan mensajes de texto amenazando con el despido. Sencillamente, hacen que el periodista sea despedido sin que quede prueba de que la razón última fue que el político lo pidió, aparentando que se trató de una decisión libre del medio de comunicación. A veces ni siquiera hace falta que nadie llame porque los directores y dueños saben lo que esperan de ellos los políticos. Y no sólo ellos. También lo saben la mayoría de los compañeros del despedido, que, viendo lo que le ha ocurrido, sin necesidad de que nadie les diga nada, aprenden a tratar la información de tal o cual político o partido. De ahí resulta una suerte de autocensura, consecuencia de que todos sabemos qué informaciones han de silenciarse o qué clase de sesgo no puede adoptarse, sin necesidad de que ningún político amenace con nada o llame a ningún director o propietario de un medio de comunicación. Como prueba, baste pensar en la reciente publicación del impresionante documental francés sobre el 11-M que es posible ver en español desde hace unos días. Nadie habla de él. Ni siquiera para desautorizarlo. Y probablemente nadie ha tenido que llamar a nadie para amenazar con nada para que así sea.

Lo de Podemos no es más que la espuma de un gigantesco problema que tenemos en España y que consiste en que apenas hay prensa libre.

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