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Daniel Rodríguez Herrera

DeVos y el control de la educación

DeVos es rica, sí, pero ha hecho justo lo que se pide a los ricos y se alaba tanto en otros: emplear su tiempo y dinero en los demás.

Caricatura de Betsy DeVos, obra de Donkey Hotey. | Wikipedia

Los demócratas están haciendo todo lo que pueden para ralentizar o impedir que los elegidos por Trump sean confirmados en el Senado. Más que nada porque es lo único que pueden hacer después de haber perdido la presidencia y ambas cámaras legislativas. Pero incluso al observador menos interesado no puede sino sorprenderle que hayan puesto más pegas a Betsy DeVos, la hoy secretaria de Educación, que por ejemplo a Jeff Sessions, el fiscal general al que falsamente acusan de racismo pero a quien deberían oponerse con mucha más fiereza si realmente se creyeran esa patraña. Ha sido la primera vez en la historia que el vicepresidente ha tenido que votar para desempatar una confirmación, después de que dos senadoras republicanas votaran en su contra y ningún demócrata a favor.

¿Por qué? DeVos es rica, sí, pero ha hecho justo lo que se pide a los ricos y se alaba tanto en otros: emplear su tiempo y dinero en los demás, en concreto en mejorar la educación de quienes menos tienen. Su lucha ha consistido en intentar que los padres con menos dinero y que viven en peores barrios puedan elegir la educación que quieran para sus hijos, si no con tanta libertad como los ricos que pueden pagar una escuela privada o mudarse allí donde hay mejores escuelas públicas, sí al menos con más de la que tendrían si se les dejara sólo con el colegio público más cercano. DeVos ha puesto millones de dólares en organizaciones patrocinadoras de programas de cheque escolar y de escuela concertada, opciones que cuentan con el apoyo mayoritario de los americanos, incluso entre los votantes demócratas.

Una opción podría ser el dinero. El sindicato de profesores de la escuela pública es uno de los principales financiadores de campañas políticas en Estados Unidos, y en un 93% ese dinero va a manos de los demócratas, a los que además proporcionan un buen número de voluntarios. Y sí, las dos republicanas disidentes han recibido donaciones, aunque no muy importantes. Es significativa la transformación de la senadora Elizabeth Warren, que siendo de las más izquierdistas de la cámara apoyaba la libertad de elección educativa... antes de saltar a la política. Pero eso no explicaría la alergia generalizada de buena parte de los políticos de izquierda a las posiciones de DeVos fuera de los Estados Unidos, como bien podemos atestiguar los españoles.

Otra posible respuesta es que entre la amalgama de grupos, muchos de ellos con intereses contrapuestos, que componen hoy día la coalición de izquierdas (ya saben: musulmanes y colectivos LGTB, mineros subvencionados y ecologistas, etc.) hay uno que destaca: los trabajadores del sector público. En España, por ejemplo, hemos visto cómo en una crisis donde el sector privado ha sufrido lo indecible para ajustarse, con millones de parados, la izquierda se ha opuesto frontalmente incluso a los tímidos ajustes con los que Montoro apretó el cinturón a los funcionarios, y que ya hemos dejado atrás pese a que seguimos con un déficit galopante. No han faltado políticos de todos los partidos de izquierda en las manifestaciones que en defensa de sus empleos han llevado a cabo las mareas de funcionarios de la salud y la educación, siempre contrarios a que los servicios públicos puedan ofrecerse desde organizaciones privadas, donde no tendrían empleos asegurados para toda la vida.

El anticlericalismo también tendría algo que ver. DeVos nunca ha escondido que su fe en Dios es el motor que impulsa sus esfuerzos por aumentar las opciones educativas de los que menos tienen, entre las que explícitamente incluye la escuela pública tradicional. Y una de las razones por las que nuestra izquierda se opone aquí a la concertada es que permite a los padres elegir una educación cristiana para sus hijos.

Y eso es, en esencia, la clave que creo que explica la inquina hacia DeVos. No el anticlericalismo, sino la pérdida de control. Porque al final lo que necesita la izquierda para sobrevivir en un mundo donde todas sus recetas han fracasado es controlar la cultura y la educación. No pueden dejar una institución tan esencial para ellos como es la escuela en manos de los padres. Porque podrían elegir, como de hecho hacen, escuelas concertadas, privadas o incluso, horror, la educación en el hogar. Lo que se enseña y cómo se enseña debe seguir bajo su férreo control, aunque eso suponga perjudicar a quienes no tienen dinero para que sus hijos puedan huir de él. Ellos, como Montilla, ya llevarán a sus hijos a un colegio privado que les dé un futuro y les evita el adoctrinamiento. El primer secretario de Educación de Obama, Arne Duncan, reconoció haber decidido vivir en el caro barrio de Arlington y no en Washington DC para no "poner en peligro" la educación de su hija, reconociendo así la pésima calidad de la educación en la capital mientras trabajaba para destruir el incipiente programa de elección escolar al que podrían acogerse las familias más pobres de la ciudad. Eso es la izquierda hoy. Quien lo probó lo sabe.

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