¿De qué va Meryl Streep?
Actriz excepcional, política sobrevalorada, ha hecho un discurso en la gala de los Golden Globe que representa lo peor de la actitud de la izquierda norteamericana.
Meryl Streep, actriz excepcional, política sobrevalorada, ha hecho un discurso en la gala de los Golden Globe que representa lo peor de la actitud de la izquierda norteamericana, incapaz de asumir los resultados democráticos cuando no se avienen con sus intereses. Pasó con Reagan, de nuevo con Bush Jr. y ahora exponencialmente con Trump, que todavía no ha tomado posesión de su cargo y contra el que están lanzando una campaña de deslegitimación en relación al hackeo ruso de las elecciones equivalente al que la extrema derecha hizo contra Barack Obama cuando lanzaron el rumor de que no había nacido en los Estados Unidos.
Por una parte, Streep muestra el complejo de superioridad y la falta de respeto que manifiesta sistemáticamente la izquierda cultural utilizando una tribuna mediática para el agitprop político. Lo que no se le ocurriría hacer a nadie de la derecha, ya sea por deferencia a los que tienen la obligación de asistir a una celebración cultural y, por tanto, no tienen por qué aguantar que se transforme en un mitin de campaña, ya sea por miedo a la venganza y a la caza de brujas que podría desencadenarse en una industria dominada por un lobby progresista incapaz de asumir la diversidad ideológica. Exponía Meryl Streep que, si no fuese por Hollywood y su pretendida política de acogida a las "diferencias", sólo podríamos ver "fútbol norteamericano y artes marciales mixtas". Pero se olvidó de decir que la industria de la que participa parte del mismo presupuesto ideológico que el deporte profesional: el entretenimiento puro y duro vía anabolizantes, incluida gran parte de su filmografía, por mucho que trate de disfrazarse de arte. ¿Han visto Postales desde el filo, Las horas, Mamma mía, La duda, El diablo viste de Prada o Agosto? Hay más verdad y más arte en cualquier estrambótico discurso de Trump o en el más salvaje combate de artes marciales mixtas que en cualquiera de esas pseudopelículas interpretadas histriónicamente por una Streep erigida en una mala actriz que encarna a la mejor actriz del mundo.
Precisamente con la diversidad tiene que ver el principal problema del discurso de Meryl Streep. Es patético el postureo de la actriz hollywoodiense por antonomasia presumiendo de sensibilidad hacia la diversidad de Hollywood, en contraposición al ogro Trump, señalando la procedencia geográfica de los actores y directores que trabajan allí. El sistema hollywoodiense es el principal laminador de las diferencias culturales, realizando una homogeneización brutal de los que pretenden trabajar allí. Que se lo digan a Erich von Stroheim, Orson Welles, Jean Renoir o Luis Buñuel, expulsados del sistema porque su diversidad era inasumible para el estrecho estándar hollywoodiense. Dentro de esos parámetros, algunos genios han sabido sobrevivir en los intersticios, como Hitchcock, Ford o Lang, pero luchando precisamente contra la censura interna del sistema progre de Hollywood que corría en paralelo con la inquisición institucional que actuaba desde la derecha política. La mejor película que ha hecho en su vida Meryl Streep fue El cazador,de Michael Cimino, un director cuya carrera cinematográfica en Hollywood fue destrozada después de que hiciera una de las películas más apabullantes fuera de la ortodoxia hollywoodense, La puerta del cielo.
A alguien como Obama se le concede el Premio Nobel de la Paz a priori mientras que contra Donald Trump se intenta que ni siquiera tome posesión del cargo, lanzando todo tipo de insultos, insidias y calumnias por la misma prensa socialdemócrata que presume de combatir la postverdad al tiempo que rivaliza con Joseph Goebbels. Del mismo modo que Hitler tuvo a su Leni Riefenstahl, Barack Obama podrá presumir de que para su próximo biopic la simpar Meryl Streep interprete tanto su papel como el de su mujer, Michelle. Quizá por ello le concedió la Medalla Nacional de las Artes a una de los suyos. Pero la Streep es capaz de eso y más: quitándose el maquillaje negro y poniéndose una zanahoria como tupé podría hacer también del mismísimo Donald Trump. El Óscar, garantizado, y de paso podrá lanzar urbi et orbi un nuevo discurso lleno de sentimentalidad tóxica y plagado de política averiada.
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