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José García Domínguez

No tienen media hostia

Una nación solo puede existir si, llegado el caso, se está dispuesto a defenderla con las armas en la mano. Por eso España lo es y Cataluña nunca lo será.

Una chica de la CUP que creo que es concejal o algo así en un pueblo de comarcas acaba de augurar que pronto habrá hostias con lo del procés. Y alguna hostia claro que tiene que caer. Por lo menos, una. Una cae seguro. Y la cuestión no va a ser quién se la lleva, sino qué hará aquí todo el mundo cuando el Estado saque, por fin, la caja de las galletas y le dé la merienda al primer idiota que se ofrezca a ejercer de héroe de la pàtria. Yo, que vengo observando a los catalanes desde que con apenas tres añitos cumplidos comencé a convivir con ellos en el cole, hace mucho que llegué a la conclusión de que son gente extraña. Y es que, si los coges por separado, de uno en uno, resultan seres de una sensatez tan racional, medrosa y prudente que los hace por entero incapaces de matar una mosca sin antes desarrollar un complejo análisis coste-beneficio que podría llenar decenas de pantallas de ordenador con alambicadas fórmulas matemáticas y sofisticados algoritmos estadísticos.

Sin embargo, los pones a todos juntos en un campo de fútbol o en la calzada de la Diagonal y se transforman de repente. Como le leí el otro día a Jaume Sisa, que es uno de mis contados conciudadanos que todavía conservan la cabeza encima de los hombros, ningún catalán se embarcaría por su cuenta en un viaje a Ítaca (ni a Ítaca ni a ninguna parte) sin antes saber quién pagaría los taxis y si el desayuno y el almuerzo irían incluidos en la tarifa del hotel. Bien, pues juntos en tropel resulta que están dispuestos a comprar la burra ciega de la independencia, convencidos de que la broma les va a salir gratis total. Les han hecho creer, y lo asombroso es que se lo hayan tragado, que se puede romper uno de los mayores y más antiguos Estados de Europa sin que ocurra nada, sólo saliendo a pasear con unas banderitas cuando la romería del 11 de septiembre. Claro que habrá hostias. No muchas, pero una, como mínimo, se está rifando ya.

Hay dos cosas, también lo decía Sisa, que a los catalanes no les gusta que les toquen: la cartera y la cara. Pero si de verdad quieren la independencia no les va a quedar más remedio que arriesgarse a que les toquen las dos, la cartera y la cara (y no necesariamente por ese orden). Y aquí, en Cataluña, salvo el/la tonto/a del pueblo, que como en todas partes también lo/a hay, nadie tiene lo que hay que tener para comenzar a hablar en serio en ese lenguaje, el de las palabras mayores. Nadie. El héroe de la Castilla que creó España, y sigo parafraseando a Sisa, era don Quijote, un loco dispuesto a dejarse matar por un ideal romántico. Las naciones y los imperios solo los crean los locos dispuestos a dar hasta la vida por una causa. ¿Pero quién es el héroe de Cataluña? ¿Dónde están sus locos? ¿Es Lluís Llach? ¿Tal vez la monja Forcades? ¿O quizá la otra, la de las camisetas con dibujitos que se huele el sobaco? Una nación, queridos niños y niñas de la CUP y adláteres, solo puede existir si, llegado el caso, se está dispuesto a defenderla con las armas en la mano. Por eso España es una nación y Cataluña nunca lo será. No tienen media hostia.

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