Como los Siete Reinos de George R. R. Martin o la Tierra Media de J. R. R. Tolkien, Palestina pertenece al selecto club de los países que nunca han existido pero aparecen en los mapas. La diferencia, por supuesto, estriba en que nadie luce un plano de la Tierra Media para justificar la creación de Mordor y, lo que es más importante, la destrucción de Rohan, como sí hacen los que exhiben ese mapa falso en el que una presunta Palestina ocupaba todo el territorio de lo que hoy es Israel, además de, por supuesto, Cisjordania y la Franja de Gaza.
Así era el que lució el pasado 29 de noviembre el Canal de Historia en alguna red social, con el que recordaba la efeméride que se conmemoraba ese día: la Partición de Palestina. El nombre mismo es mentira: no se puede partir lo que no existe, pero tratemos de explicarle a la televisión experta en invasiones alienígenas la realidad de lo que ocurrió en el Mandato Británico de Palestina, porque la historia no es, ni mucho menos, tal y como la cuentan.
Ni siquiera una provincia
Empezaremos por recordar que ni en épocas anteriores –si exceptuamos las Cruzadas– ni durante la mayor parte de la historia del Imperio Otomano hubo nada parecido a una Palestina, ni siquiera como provincia: ese territorio formaba parte de diversas divisiones administrativas integradas en divisiones administrativas mayores –elayatos, en la terminología del imperio-: Siria o Damasco, según la época. Sólo a finales del s. XIX se crea una unidad administrativa especial, el Mutesarrifiyyet de Jerusalén, que cubría un área que no se corresponde con el Israel actual y cuya creación se debió, al parecer, a los intereses occidentales en la zona y a la presión que desde el sur ejercía Egipto.
Tras el colapso del Imperio Otomano se crea el Mandato Británico en la zona, que no sólo abarcaba Israel y los Territorios Palestinos, sino que también incluía lo que actualmente es Jordania, en total unos 116.000 kilómetros cuadrados en los que, en una primera partición de la que nadie habla, se crea el Emirato de Transjordania, que se entrega a Abdalá I, bisabuelo del actual monarca jordano. Hasta 1946 fue un protectorado semiautónomo, pero poco después de la II Guerra Mundial alcanzaría la independencia total.
Jordania tiene unos 90.000 kilómetros cuadrados, el territorio que se volvería a repartir en 1947 era de algo más de 20.000, de los que algo menos de la mitad corresponderían al Estado árabe. Es decir: de algo más de 110.000 km cuadrados se entregó a los árabes casi 100.000, lo que al fin y al cabo reflejaba razonablemente la proporción de población en la zona.
En la partición del 47 los judíos, algo menos del 40% de la población del territorio a repartir, recibieron algo más de la mitad de la tierra. Puede parecer injusto, pero la realidad es que no lo era tanto: los árabes se quedaban con las zonas más fértiles y con más agua, mientras que la parte más importante del nuevo Estado de Israel era el desierto del Neguev, entonces completamente improductivo. Los judíos aceptaron para crear su Estado como fuese; los árabes no, porque no tenían ninguna intención de crear allí otro Estado.
Cinco contra uno
Lo sustancial, por tanto, no fue el trazado de las fronteras, sino que al día siguiente de la partición cinco países invadieron el recién nacido país: Jordania –entonces aún Transjordania-, Egipto, Siria, Irak y el Líbano, además de pequeños contingentes de Yemen y Arabia Saudí, qué fiesta sin la tía Juana.
Inesperadamente, el resultado de esa guerra –y de las otras que siguieron– no fue la destrucción de Israel sino la ampliación de su territorio. Guerras en las que una y otra vez los Estados árabes circundantes luchaban por hacer desaparecer Israel, pero no por crear esa Palestina que nunca existió.
De hecho, ni siquiera la Organización para la Liberación de Palestina del infausto Arafat mencionaba en su carta fundacional de 1964 la creación de ese Estado, mientras que sí se mencionaba la destrucción de Israel. Manejada por Egipto, la propia OLP sólo empezó a ser un actor tomado en consideración por los propios árabes en 1974, tras la derrota en la Guerra del Yom Kipur.
Resumiendo, ni ha existido jamás Palestina ni era parte del plan de los países árabes hasta que, convencidos de que no iban a derrotar a Israel, decidieron que los palestinos eran la forma más fácil de desestabilizar al Estado judío.
Sí hubo un momento en el que estuvo a punto de nacer esa Palestina que tanto vemos cartografiada, pero Arafat, sí, Arafat, en lugar firmar la paz prefirió empezar la Segunda Intifada. Una lástima que todo esto no salga en los mapas del Canal de Historia, ¿verdad?
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