‘Nasty women’
De una mujer en política se espera que haga gala de sentimientos y emotividad: que vaya a todas partes con el corazón en la mano.
Si Hillary Clinton gana las elecciones, como es probable y deseable, me temo que ni los tabloides más osados titularán que ha ganado una nasty woman. Esto es, una mujer desagradable, despreciable, molesta, fastidiosa o ruin, por citar algunas de las equivalencias posibles en español del calificativo que Donald Trump endosó a Clinton en el último de los debates electorales. Aquel golpe bajo de Trump causó furor, incendió las redes y todo lo demás; incluso provocó en EEUU un movimiento femenino para apropiarse con orgullo del nasty. Pero lo que dijo el candidato más insultador que se recuerda no está tan lejos, en realidad, de lo que se ha venido diciendo –y escribiendo– de Hillary Clinton con palabras menos tonantes.
No está tan lejos de lo que se ha venido diciendo –y escribiendo– de otras dirigentes políticas. Porque si Clinton es, como en tantos perfiles que se le trazan, fría, calculadora y ambiciosa, no lo era menos Margaret Thatcher, por poner un buen ejemplo. "La dama de hierro", la apodó un periódico soviético (eran los tiempos de la Guerra Fría) y, zas, enseguida fue la dama de hierro en todas partes y con todos sus atributos: dura, distante, implacable, despiadada. Y, por supuesto, ambiciosa. A su lado queda templado el acero de Angela Merkel, pese a que se la ha llamado Iron Angie y se la considera más fría que el Ártico (recuérdese el episodio de la niña palestina refugiada), igual que inaccesible, distante y calculadora. ¡Nos repetimos!
Pues nos vamos a seguir repitiendo con Condoleezza Rice, otra "nueva mujer de hierro", fría, dura e implacable. El escritor mexicano Carlos Fuentes la llamó la Lady Macbeth del gabinete Bush. Lady Macbeth es un personaje muy socorrido cuando hay que hablar de mujeres ambiciosas, duras y despiadadas (que además tienen cerca a un hombre al que utilizar para conseguir sus fines). Por eso no es la única Macbeth del elenco: Hillary Clinton también ha tenido sus horas shakesperianas. Pero debo volver a Condi Rice, porque Trump, hace años, cuando ella era secretaria de Estado, dijo que era una bitch (zorra, cabrona, etcétera). Donald siempre pulveriza sus propios récords.
No tiene nada de particular que un dirigente político sea frío, duro, calculador, ambicioso e implacable, entre otras cosas. ¿Qué sería de él si no tuviera esas cualidades en algún grado? Son rasgos propios del liderazgo. Lo curioso es que sean más llamativos cuando los tienen las mujeres. Los únicos llamativos, en realidad. En el fondo, se destaca de ellas que son como los hombres, y al hacerlo se viene a decir que no deberían serlo. Es como si hubiera un desfase entre lo que se espera de una mujer en política y lo que hacen y cómo son las dirigentes políticas de éxito.
Los perfiles gélidos como los que he citado, en los que se resalta que son distantes y no cercanas, despiadadas y no compasivas, duras y no blanditas, indican que de una mujer en política se espera que haga gala de sentimientos y emotividad: que vaya a todas partes con el corazón en la mano. Lo que ocurre es que para todos esos excesos sentimentales, y algunos más, ya tenemos a tantos políticos masculinos. Aunque sólo sea para compensar, no viene nada mal un buen puñado de nasty women.
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