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EDITORIAL

Colombia da al mundo una lección de dignidad

Lo que ha salido de las urnas colombianas no es un canto a la guerra, sino un no a la impunidad y al blanqueamiento de unos terroristas que llevan medio siglo ensangrentando el país.

El expresidente colombiano Álvaro Uribe | Cordon Press

En contra de lo que presumían los principales medios de comunicación colombianos y extranjeros y de las previsiones del propio Gobierno de José Manuel Santos, el pueblo colombiano rechazó este pasado domingo la rendición del Estado de Derecho a una organización terrorista responsable de gravísimos delitos a lo largo de medio siglo de actividad criminal.

Si por algo se ha distinguido este proceso de paz que no venía a poner fin a guerra civil sino a la guerra terrorista de las narcoguerrillas comunistas FARC contra el Estado y el pueblo colombianos ha sido el secretismo y el despotismo. En el país menos recomendable del continente para llevar a cabo unas negociaciones de paz, la Cuba sometida a una execrable dictadura comunista desde hace más de medio siglo, el sobrado Santos y el siniestro asesino Timochenko pergeñaron un cambalache infecto ante el que, afortunadamente, se ha plantado una mayoría de colombianos.

Eso no era un acuerdo de paz, sino una rendición intolerable a la peor organización terrorista que ha padecido Colombia. Una rendición que abría el camino a la bolivarianización del país que, precisamente, está salvando literalmente la vida a decenas de miles de personas atrapadas en el vil socialismo del siglo XXI que está devastando Venezuela. Una rendición que, ominosa y estupefacientemente, recibió la bendición de la comunidad internacional, incluida la de España, para vergüenza eterna de Mariano Rajoy y su deplorable canciller Margallo. Todo esto no hace sino hacer aun más ejemplar el coraje demostrado por los colombianos que clamaron en las urnas contra la infamia.

El presidente Santos ha sufrido una derrota tan estrepitosa como merecida, que le debería llevar a la dimisión. Pero, por supuesto, no dimitirá. Lo que no hará más que dañar su ya muy maltrecha imagen ante una sociedad que le acaba de volver a demostrar una muy extendida desconfianza. Todo lo contrario puede decirse del expresidente Álvaro Uribe, que de nuevo ha conseguido sacar adelante una misión extraordinaria en las más adversas circunstancias. La comparación entre ambos mandatarios no puede ser más sustanciosa.

Toca volver a empezar. Teniendo bien presente que, frente a tanto bocazas miserable, estúpido, cobarde o ignorante –alguno atesora todas y cada una de esas lacras–, lo que ha salido de las urnas colombianas no es un canto a la guerra, sino un no a la impunidad y al blanqueamiento de unos terroristas que llevan medio siglo ensangrentando el país. En Colombia como en cualquier otro lugar marcado a fuego por el crimen político, el final del terrorismo ha de ser un final con vencedores –el Estado de Derecho– y vencidos –los terroristas–, en el que las prácticas y las ideas de los asesinos queden completamente deslegitimadas y la impunidad no ensucie la toga de la Justicia.

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