En el Madrid carmeno y fernandezdíaz del aumento de robos y homicidios, donde están a punto de pedirte que adoptes una rata para retirarlas de las calles, he oído en la tele que Pioz (Guadalajara), el lugar de los misteriosos descuartizados, es una población dormitorio de la capital. La verdad es que está unida por un profundo rastro de sangre, que son los que más unen, mientras que en la corte y en lo que queda de la piel de toro conmueve e impresiona el primer cumplemés de la desaparición de Diana Quer, una bella joven de 18 años que salió de fiesta en A Pobra do Caramiñal donde Valle Inclán afirma que nació en una barca de viaje a Vilanova de Arousa, porque el segundo manco que mejor escribe lo que quiere es ser de los dos pueblos a la vez. Los padres de Diana han desnudado su alma ante las cámaras sin que hayamos avanzado en la búsqueda.
Los casos de desaparecidos son una tragedia española ante la que no hay político que reaccione, ni del gobierno ni de la oposición. Suelen pasar por tres fases bien diferenciadas. La primera, Estupor: ¿cómo?, ¿se ha ido sola?, ¿es una huida o un secuestro? Resulta increíble que alguien se vaya para no volver. La segunda es la fase Agitación, por la que atravesamos en la actualidad con Diana, aunque es posible que ya estemos llegando al final. Ruido en los medios de comunicación con la frivolidad predominante, donde no se diferencia la TV impública de la privada y brilla la ausencia de profesionalidad en el periodismo. Esta fase se solapa al final por agotamiento y la última es el Olvido, o donde habita el olvido. La cosa es tan habitual y evidente que ya las autoridades ni siquiera piden perdón.
En España no se busca bien a los que faltan: no hay más que ver el cabreo de SOS Desaparecidos que exige del Ministerio del Interior que dé cifras reales y amenaza con llevar la queja a Estrasburgo. Pide explicaciones de cómo es posible que hubiera una media anual de 9.000 denuncias en los años 2010, 2011 y 2012 y de repente, en 2015, se pasara de golpe a 25.000. Se pregunta la nota de la organización que cuándo nos han mentido si antes o ahora. Luego, está el acumulado. Cada año hay un 8% de las denuncias que no aparecen, lo que podría ser un global de 15.000, en los últimos veinte años, y es imposible aclararse con el número real de búsquedas activas. SOS afirma que cada día desaparecen cinco personas que no son encontradas.
Por mi parte estoy harto de explicar que en España los desaparecidos inquietantes no son nunca hallados. Y basta de eufemismos, porque ahora en vez de inquietantes han pasado a llamarse de alto riesgo, para quitarles inquietud. Pero ¿qué hay de más riesgo que haberse hecho humo? Mientras reflexiono tropiezo con medio árbol caído, cacas de perro, restos de comida, colillas humeantes y cachivaches abandonados, todo suciedad en este Madrid siniestro y emporcado. Al parecer hay una propuesta de poner escoberos en los dispensarios de bicicletas para autoservicio del madrileño. Con la genialidad de que se retire la escoba con la misma clave que la bici y se devuelva después de la barrida.
¿Dónde está Marta? ¿Dónde está Sara? ¿Dónde está Yeremi? ¿Dónde está Paco? ¿Dónde los Monge? ¿Dónde Manuela? Se pierden un día y depende si son de primera o de segunda, porque si son de segunda hay mucho estupor, poca agitación y mucho olvido. Ahora desaparecen también viejecitos, que quizá son de tercera, mujeres hermosas y hombres atormentados. En casos como el de Diana Quer intervienen hasta los infantes de Marina o los espías del CNI, y el director de la Guardia Civil se desplaza sobre el terreno; en otros, los familiares lloran la escasez de medios. Lo peor es que los resultados suelen ser los mismos. No hay un plan nacional y hace mucho que se trató el asunto con escaso éxito en el Parlamento, cuando ya era un sitio sin Gobierno pero no lo sabíamos.
Había tan poca tradición y entusiasmo que José Bono, que era entonces presidente de la cosa, equivocó la edad y la biografía de Cristina Bergua, la joven a la que se homenajea al fijar el 9 de marzo como día nacional del desaparecido, fecha en la que se la vio por última vez. Y no hemos mejorado nada. El fracaso en el hallazgo y la nula respuesta institucional se remonta a los tiempos del niño de Somosierra o el niño pintor de Málaga, de los que nunca más se supo.
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