Por qué ningún pokémon ha nacido en España
¿Queréis un pokémon hablando en español? Pues desenterrad de una vez la política industrial.
¿Por qué ninguno de esos bichitos absurdos, los de la santa compaña del pokémon go, podría haber nacido en España? Pues por una razón sencilla: porque esos pokémon ambulantes, los que hoy son objeto de persecución por legiones de presuntos adultos a lo largo del mismo Occidente que una vez admiró a Kant y leyó a Rilke, son criaturas creadas por el Estado. Son hijos del intervencionismo de la Administración en el diseño de la política industrial, esa decidida, permanente y carísima acción pública orientada a encauzar la innovación que todos los gobiernos, igual los demócratas que los republicanos, han impulsado desde hace décadas. Sin ese intervencionismo, los pokémon nunca habrían podido huir de las videoconsolas de Nintendo para sembrar el delirio de los simples por las calles del mundo todo. Ahí donde las ven, esas bestezuelas huidizas son fruto, como la inmensa mayoría de las novedades tecnológicas más vanguardistas y espectaculares de ahora mismo, del intervencionismo estatal. Porque sin política industrial impulsada por el Estado, puede haber bares de copas en Madrid, restaurantes en Sevilla, hoteles en Barcelona y ladrillos al por mayor en Seseña, pero no algo que recuerde, siquiera de lejos, a la vanguardia tecnológica.
Esa broma, la misma que ha provocado que las acciones de Nintendo, empresa cuyo origen se remonta al siglo XVIII, se hayan disparado hacia el infinito en apenas una semana, hubiese sido imposible sin la tecnología de Google y Apple. Y la tecnología de Google y Apple hubiera sido imposible sin la investigación básica planeada, dirigida y financiada por el Estado norteamericano. Porque detrás de ese animalario callejero que se hace pasar por asiático está el esfuerzo creativo y emprendedor de centenares y centenares de empleados estatales. Sin ir más lejos, Apple nunca habría existido de no ser por la iniciativa del Estado, que le transfirió (y le sigue transfiriendo) el fruto práctico de sus muy arriesgadas inversiones en I+D, huelga decir que financiadas con el dinero de los contribuyentes. Y otro tanto de lo mismo cabe decir de Google. Contra lo que predica la leyenda, ni internet, ni la nanotecnología, ni el Silicon Valley tuvieron su origen en el capital riesgo, sino en la intervención del Estado. Fue la Administración de Estados Unidos, ella y solo ella, quien creó las bases de la actual revolución en el sector de las tecnologías de la información.
Así, la Fundación Estadounidense para la Ciencia y la Tecnología fue quien hizo posible el algoritmo que está en la base de Google. Y la financiación inicial de Apple vino de una empresa pública, la Small Business Investment Company. De modo idéntico, todas y cada una de las tecnologías que moran en las tripas del iPhone fueron financiadas por el Estado, empezando por las pantallas táctiles, siguiendo por el GPS y acabando por el SIRI. Sin la intervención estatal, nada de eso existiría. Y la razón se antoja obvia: las empresas privadas asumen riesgos por norma, claro. Pero incurrir en grandes incertidumbres financieras que se adentran en el terreno de lo desconocido y hasta de lo económicamente temerario, aventurar cientos de millones al todo o nada en investigaciones sobre terreno desconocido, ese es un deporte de alto riesgo en el que únicamente el Estado puede tomar parte. ¿Queréis un pokémon hablando en español? Pues desenterrad de una vez la política industrial.
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