Lavado de cerebro precoz
Los experimentos de ingeniería social son un componente inseparable de la masificación totalitaria.
Los experimentos de ingeniería social son un componente inseparable de la masificación totalitaria. Pueden estar encaminados a crear el hombre nuevo diseñado por los ideólogos nazis o comunistas o el hombre virtuoso ceñido a los moldes de tal o cual religión. La gestación de este ser modélico entraña todo tipo de dificultades cuando se emprende con la población adulta, acostumbrada a elegir libremente su forma de vida. Entonces, para corregir la indisciplina, se emplean celdas, paredones y patíbulos.
La domesticación del individuo se simplifica cuando empieza en la infancia, cuanto más temprana mejor. Pero la detección de estos abusos totalitarios se complica cuando su implantación se encubre bajo el manto torticero de la educación pública monopolizada por el pensamiento único mitificado como progresista. ¿Quién será el facha reaccionario que se atreva a decir que en una sociedad abierta puede haber distintas escuelas de pensamiento acerca de la mejor manera de educar a los niños y los jóvenes, y que lo justo es que compitan entre ellas? ¿Y que corresponde a los padres elegir la que prefieren para sus hijos? Es muy posible, objetan algunos, que los padres se equivoquen al elegir, pero la virtud de la sociedad abierta consiste precisamente en que, al estar todas las alternativas a la vista, los individuos podrán optar por las de su preferencia a medida que maduren. Abundan los casos de personas que profesan ideas opuestas a las que les inculcaron en las escuelas, religiosas o laicas, a las que los enviaron sus padres.
Sociedad anómica
Esta introducción es producto de la alarma que me produjeron el siguiente titular y el desarrollo posterior de la información (LV, 16/6):
Colau "ficha" a Coixet y Lacuesta para educar en la diversidad sexual.
¿Hasta qué punto llega la anomia de nuestra sociedad para que al día siguiente no se incendiaran las redes sociales con la reacción de padres y educadores, de intelectuales y científicos, de legisladores y funcionarios, de creyentes y no creyentes, frente a esta intromisión de autoridades sectarias en una cuestión que debe quedar librada al criterio de las familias? Familias que pagarán de mala gana con sus impuestos
la realización de cinco cortometrajes a favor de la diversidad sexual y que se elaboran con la intención de que escolares de entre 6 y 16 años lleguen a forjar unos valores que se alejen de las actitudes discriminatorias y de rechazo y fobia por la orientación e identidad de género de una persona.
Nada más justo y noble que inculcar a los niños valores que los alejen de las actitudes discriminatorias en el terreno sexual, social, racial, religioso o lingüístico y refuercen los lazos de fraternidad con sus compañeros de otras regiones de España o de otros países del mundo. Es imperioso terminar con la barbarie atávica del bullying. Pero lo que aquí pretenden es imponer como norma de vida la muy discutible y discutida ideología de género… ¡a partir de los 6 años! Colau dicta la bula:
Queremos una ciudad libre y diversa. Es necesario un cambio cultural y de valores, por lo que es crucial educar en la diversidad. (…) El mensaje fundamental es que la única normalidad es la diversidad, y que no sólo hay que respetarla, sino que también hay que reconocerla y celebrarla.
Ortodoxia progre
La diversidad de género será el dogma de la ortodoxia progre al que se someterá la masa obediente. Ay del que se atreva a interpretar que la auténtica diversidad autoriza a impugnar la falsa diversidad que gusta a Colau, una diversidad que se ciñe, faltaría más, al pensamiento único, con el que sólo un facha reaccionario se atreverá a discrepar.
La bula viene acompañada por unos datos que deberían disuadir a cualquier persona racional de utilizar este programa maniqueo para adoctrinar a niños de 6 o más años:
El proyecto, que irá acompañado de material pedagógico para trabajar en clase, tiene un precedente en Francia, donde estudios realizados en los últimos quince años revelan que el número de suicidios es mucho más elevado entre los colectivos de gays, lesbianas y transexuales que entre los heterosexuales. Esto muestra que la discriminación por motivos de diversidad sexual produce un sufrimiento psicológico importante, que se traduce en tentativas de suicidio.
Sí, la campaña contra la discriminación –contra todo tipo de discriminación– debe ser prioritaria, pero es falaz y tendencioso y carece de respaldo científico sostener que la que a menudo victimiza a los gays, lesbianas y transexuales es la culpable de sus suicidios y que se la combate inculcando a los niños la ideología de género.
"Te harán pupa"
El 29 de junio, con motivo del Día del Orgullo Gay, La Vanguardia publicó un extenso reportaje de dos páginas bajo el titular "Un orgullo con obstáculos. Los derechos de las personas trans y bisexuales centran la reivindicación". En él celebraba el éxito que habían obtenido los colectivos LGTBI (lesbianas, gays, transexuales, bisexuales, intersexuales) en Cataluña, donde
un buen número de ayuntamientos y consejos comarcales están desarrollando medidas, actividades en las calles, en las escuelas, en los eventos deportivos, iniciativas para hacer pedagogía de una normalidad diversa.
A esta altura del apogeo de la diversidad, al observador escéptico se le ocurre una pregunta: ¿los pedagogos tienen la precaución de advertir a los niños de 6 y más años que los depredadores sexuales acostumbran a utilizar el señuelo de que todo comportamiento es normal para producirles lesiones físicas y psicológicas que los traumatizarán durante el resto de su vida? O, dicho en el lenguaje infantil: "Te harán pupa, mucha pupa". Quien oculte este peligro por temor a estigmatizar a los diferentes será culpable de debilitar las defensas de los inocentes contra los pedófilos.
En mi artículo "Ni homófobos ni desaprensivos" (LD, 30/8/2013) recordaba que cuando era niño, en la década de 1930, mis padres me repetían, en tono admonitorio: "Si se acerca un extraño y te ofrece caramelos, corre y pide ayuda a gritos". ¿Mis padres eran homófobos y me estaban inculcando sus prejuicios? Lo dudo. Eran personas cultas, liberales, de mentalidad abierta. Sencillamente querían protegerme de los crápulas que ya entonces, en la Argentina, estaban al acecho. Mis padres no eran homófobos, pero tampoco eran desaprensivos.
Violado a los seis años
El mismo día en que publicó el artículo sobre las reivindicaciones y los éxitos de los colectivos LGTBI, La Vanguardia dedicó una página a un tema afín pero con un enfoque muy distinto: "`Peor que el dolor es la soledad´. James Rodhes, violado cuando tenía seis años, apoya la ley integral de violencia infantil que pide Save The Children". Atención, tenía seis años, la edad a la que aquí empezarían a enseñarle que "la única normalidad es la diversidad" (Colau dixit).
Rodhes es, según la crónica firmada por Celeste López, "un virtuoso concertista de piano nada convencional", autor de Instrumental, unas memorias escritas cuando acababa de cumplir 31 años.
Ese libro describe una de las formas más repugnantes de violencia hacia los menores, el abuso sexual, palabra tibia en la que se difuminan actos tan horrorosos como la penetración por parte de un adulto a un niño de apenas seis años. Ese pequeño es Rodhes. Fue violado en repetidas ocasiones por su profesor de educación física. Él, un niño tímido y poco dado a los deportes y que se sintió "especial" ante las atenciones de ese maestro que no le afeaba sus escasas dotes deportivas. Esas violaciones le obligaron a pasar por el quirófano en varias ocasiones, tales fueron los destrozos ocasionados en su tierna columna vertebral. También le condujeron al alcoholismo, las drogas, le provocaron trastornos alimentarios, de conducta, depresión, sufrió alucinaciones, no podía mantener relaciones sexuales.
James Rodhes es explícito:
Dicen que el tiempo cura las heridas, pero no es verdad. Si se sufre violencia de niño, la vida es como un maratón con una sola pierna y una mochila llena de ladrillos.
Save The Children organizó el coloquio Sin cicatrices. Congreso por el final de la violencia contra la infancia en la Universidad Pontificia Comillas ICAI-Icade de Madrid, donde disertó Rodhes. Allí reveló Save The Children que
todo por lo que ha pasado Rodhes lo pasan cada día unos diez niños (delitos contra la libertad sexual), casi 4.000 al año. Y eso es sólo lo que se denuncia, que es una mínima parte, porque en la gran mayoría de los casos no es un profesor o un monitor o un sacerdote el que abusa, sino un padre, un abuelo o un tío.(…) En España la violencia contra la infancia tiene "un nivel de tolerancia social muy alto", denunció el director general de Save The Children, Andrés Conde.
Afortunadamente, no tuve hijos. Hoy, a los 85 años, me desesperaría que mis biznietos fueran cobayas de un lavado de cerebro precoz, ejecutado por los comisarios de la educación para manipular su personalidad. Una pesadilla totalitaria hecha realidad.
En una sociedad abierta, los adultos, heterosexuales o LGTBI, son libres de hacer entre ellos lo que se les antoja, con consentimiento mutuo. Pero con los niños no se juega.
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