Comunistas contra Podemos
Los comunistas, que haberlos haylos, no quisieron votar a Podemos. Así que el 20 de diciembre se quedaron en casa.
Los comunistas, que haberlos haylos, no quisieron votar a Podemos. Así que el 26 de junio se quedaron en casa. He ahí todo el misterio aparente que se esconde tras el millón redondo de sufragios que se han esfumado de la mochila de Pablo Iglesias tras su muy apresurado matrimonio de conveniencia con la dirección federal de Izquierda Unida. Nada raro, si bien se mira. A fin de cuentas, el comunismo, como todas las cosmovisiones surgidas de la Ilustración, no deja de ser una doctrina indisociable de un cierto rigor intelectual y moral, algo en las antípodas de ese alegre eclecticismo ideológico que caracteriza a la llamada nueva política. Poco, muy poco que ver, ni en el fondo ni en la forma, con la frívola muchachada de la Complutense y su afán por rebajar el discurso de la disidencia sistémica a las viñetas coloristas de un catálogo de Ikea.
A partir de la irrupción de Podemos en escena, los publicistas de la derecha se esfuerzan en el empeño a asociar a los de Iglesias con aquel reumático y achacoso fantasma que estuvo recorriendo Europa sin descanso entre el 21 de febrero de 1848 y la mañana del 9 de noviembre de 1989, cuando la caída del Muro se llevó por delante al llamado socialismo real. Pero la verdad es que Podemos entronca con una muy añeja tradición política de la izquierda española que casi nada tiene que ver con el comunismo. Y de ahí, por cierto, su inopinado éxito fulgurante. Ocurre que el desempeño solitario y tantas veces heroico de los militantes del PCE como única oposición real durante la dictadura franquista ha llevado a una visión distorsionada de la genuina realidad histórica del comunismo en España. Porque lo cierto es que, salvo en el breve paréntesis de la guerra, el comunismo ocupó un papel secundario y marginal dentro de la izquierda hispana. Al contrario, la verdadera tradición en la que desde siempre se ha reconocido nuestra izquierda sociológica es la de raíz libertaria y anarquizante, justo eso mismo que hoy encarna Podemos.
Desde el Cantón de Cartagena hasta aquellos jóvenes bárbaros del Alejandro Lerroux emperador del Paralelo, los que postulaban el célebre programa antimalthusiano consistente en elevar a las monjas a la categoría de madres, la bullanga iconoclasta ibérica en todo momento ha apelado mucho más al espíritu naíf y romántico de un Bakunin que al metódico y disciplinado racionalismo propio de la ortodoxia marxista-leninista. Pese a las apariencias, comunistas y podemitas son agua y aceite. La evidencia estadística lo avala: las provincias donde se mostró más fuerte Izquierda Unida en las elecciones de 2015 resultan ser las mismas en las que más votos perdió la candidatura conjunta Unidos Podemos. Al punto de que, con la excepción de Las Palmas, demarcación donde Podemos vive una fractura interna entre dos corrientes enfrentadas, la mayor caída de Unidos Podemos se ha producido en Asturias, demarcación donde los comunistas obtienen por norma su mejor resultado a escala nacional. Lo dicho: pese a las apariencias, agua y aceite.
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