Con más espolones que un gallo
No se ha podido dibujar un mejor escenario para Mariano Rajoy.
Lo cierto es que si ahora intento imaginarme al presidente de gobierno en funciones, me viene, sin querer, una imagen de él con la mirada fija en el horizonte, las piernas cruzadas y sosteniendo un vaso con hielo a punto de echarle alguna bebida con un pulso inmaculado. Con media sonrisilla, además.
Porque, seamos honestos, no se ha podido dibujar un mejor escenario para Mariano Rajoy, quien tiene la habilidad de caer siempre de pie, el puñetero. Y él lo sabe. Pero lo que él sabe con absoluta certeza es que los demás, a su pesar, también.
Solo queda ver cómo se maneja ahora la victoria, cómo gestionan otros la derrota y cómo toleran y sortean, otros también, los tropiezos.
A juzgar por las reacciones, los de Ciudadanos son, aparentemente, quienes peor están llevando la nueva situación. Y es que cuando los medios de comunicación solo tienen palabras agradables, te invitan a todos los foros y te ensalzan como la nueva esperanza para España, no estás acostumbrado todavía a sortear los obstáculos que otros, sin embargo y con los años de experiencia a cuestas, han tenido ya la oportunidad de haberlo hecho de todas las posturas posibles y de haber visto todas los rostros de la victoria y de la derrota.
El regusto aterciopelado y en ocasiones metálico de la política no es apreciado por todos de la misma manera. Ni siquiera interpretado desde una óptica mínimamente objetiva.
La incertidumbre, sin ir más lejos, y su manejo, determina bastante el carácter de una persona. Como lo es la manera de tragar saliva y enfrentarte a una rueda de prensa donde sabes cómo piensan todos, cómo saben ellos lo que piensas tú y cómo sabes también lo que ya no puedes expresar como a ti te gustaría. Porque en ese gesto torcido pueden concentrarse votos perdidos en un futuro inmediato.
El votante tiene más memoria de lo que pensamos. Para lo que quiere, también es cierto. Pero no es un desmemoriado en absoluto. Y hay gestos y actitudes que permanecen en la retina por mucho más tiempo que una actuación mediocre e incluso decepcionante.
Socialistas –con sus motivos y razones– y Ciudadanos –con las suyas–, saben que lo que conviene a España es llegar a un acuerdo de mínimos, con algunas reformas a la vista, con unas bases bien cimentadas y una hoja de ruta que no altere al tejido empresarial, que sosiegue a la sociedad y donde Bruselas no tenga otra preocupación más. Básicamente. A medio plazo. Luego, ya, vayamos nuevamente a otra cita electoral con cuadros renovados y un escenario donde los protagonistas no estén tan excitados por los acontecimientos.
Lo saben todos, como saben, de igual modo, que Mariano Rajoy, a pesar de que haya aspectos de su gestión que no les guste y a pesar de otras muchas consideraciones –algunas con más fundamento que otras– saben, también, en el fondo, que se trata de un perfil idóneo para cruzar el puente con la mercancía intacta. Como en el Salario del Miedo.
La esencia y el nacimiento de Ciudadanos es la que es. Y no creo que puedan permitirse seguir por mucho más tiempo simulando lo que se supone no quieren siendo sabedores y conscientes de que no les será fácil evitar lo inevitable. Porque las consecuencias que pueden tener sus actos las conocen de sobras.
Le harán sufrir. Bien. Sopesarán las crisis internas ajenas. Bien. Calibrarán el impacto de cualquier reacción que tengan. Bien. Pero los espolones del gallo seguirán impasibles. Y agitando los cubitos de hielo.
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