Mienten la mayoría de los medios de prensa norteamericanos al afirmar que Hillary Clinton es la primera mujer en convertirse en candidata a la presidencia de EEUU. Pero lo que es peor, mienten o son unos ignorantes los colaboradores de H. Clinton al permitir que esta información errónea sea difundida. La primera mujer fue Victoria Woodhull, nacida en Ohio en 1838.
Si hacemos una comparación entre las reivindicaciones de V. Woodhull y las de H. Clinton, con lo primero que nos topamos es con que no sólo H. Clinton no ha presentado ninguna reivindicación digna de su época, además ni siquiera iguala a las de V. Woodhull en el siglo XIX. No sólo no las iguala, para colmo si la comparáramos Hillary descalificaría frente a Victoria.
Dejemos a un lado, cosa que no deberíamos hacer del todo, el tema de lo quemada que está la señora H. Clinton en el panorama político: primero, el haber sido la esposa de un expresidente, algo inédito y por lo que no se le ha cuestionado como sí se cuestionó a los Bush por haber sido uno hijo y el otro hermano de un presidente. Segundo, los crímenes de Bengasi, su rol como secretaria de Estado y sus insólitas e inadmisibles respuestas. Tercero, la nebulosa historia del emailgate, que sigue quedándose en el aire.
¿Cuáles son las novedades políticas que ofrece H. Clinton en su programa? Otra nebulosa. ¿Qué propone, además del mero hecho de ser una mujer, ella misma por su condición de mujer a una sociedad cada vez más fatalmente feminizada, que no feminista? Porque no me dirán que la presencia de las Kardashian a toda hora en los medios de comunicación, haciendo fortuna con ello, representa al común de las mujeres norteamericanas, y mucho menos estas señoras tienen nada positivo que brindarles como ejemplo de feminismo o de liberación feminista.
Francamente, no le encuentro ningún atractivo político a H. Clinton, como no sea el escudo que significa frente a un Donald Trump cada vez más desatinado, racista y ofensivo, hasta de una hormiga si le pasa por delante. Pero también es verdad que vengo padeciendo una revulsión crónica por cualquier líder o personaje político.
Victoria Woodhull, líder de las sufragistas, fue entonces la primera candidata presidencial, en 1872; ya en aquellos tiempos defendía el amor libre, la libertad a la hora del matrimonio, el derecho al divorcio, el derecho de la mujer a los hijos, entre otras reformas que fueron llevadas a cabo por otros con gran éxito mucho después y otras por las que todavía se sigue luchando. H. Clinton no ha heredado nada de V. Woodhull.
No olvidemos las mentiras en las que incurrió el esposo de la señora Clinton siendo presidente de Estados Unidos, su sonada e íntima relación con la becaria más famosa de la Casa Blanca y las variadas acusaciones de adulterio y hasta de violaciones en las que se ha visto envuelto. H. Clinton no sólo ha aguantado públicamente estos vergonzosos sucesos, además los ha desmentido y con su postura los ha aprobado. Entonces, ¿de qué estatura presidencial ejemplar me están hablando los puristas y castos norteamericanos?
Aclaremos que en su programa político, que no sé si ya habrá editado, que yo sepa todavía no, no contempla el tipo de amor libre al que se refería V. Woodhull. Por cierto, ese amor libre del que hablaba la primera mujer candidata a la presidencia estadounidense beneficiaba a las mujeres, y no las convertía en aguantonas, en tarrúas, y mucho menos abría las puertas de un solo lado para que los maridos pudieran engañar y humillar impunemente a sus esposas, por muy presidente de la primera potencia mundial que fuese. Es que sólo por esa razón debió primero que ninguno haberse guardado muy bien el tabaco en la entrepierna. Pero ahí estuvo H. Clinton para enviarnos un mensaje a las mujeres de todo el mundo: bajen la cabeza, acéptenlo, aprovéchenlo. Véanse a mí, tanto lo he aprovechado que estoy a un paso de manejar, por sus juguetones timbales y por mis abandonados ovarios, a los Estados Unidos del mundo.
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