El desencanto europeo
España ha pasado de ser uno de los países más europeístas a superar al Reino Unido en porcentaje de euroescépticos.
Los británicos se llevan la fama de euroescépticos, y dentro de quince días confirmarán o desmentirán en un referéndum esa reputación, pero los más descontentos con la Unión no son ellos. Hoy por hoy, los campeones del euroescepticismo son los griegos, detrás los franceses y, en tercer lugar, los españoles. Por poco, pero sí: hay más euroescépticos en España que en el Reino Unido. Quién lo hubiera dicho hace una década, cuando los españoles pecábamos, si acaso, de una fe de carbonero en las bondades de la Unión Europea.
Esos son los datos que arroja un sondeo del Pew Research Center realizado en diez países de la UE, seis miembros de la Eurozona y cuatro no. Se preguntaba ahí sobre la valoración del posible Brexit y, al tiempo, sobre la opinión que merece la Unión. En concreto, son un 48 por ciento los británicos que tienen una visión poco favorable de ella, mientras que los españoles que la miran con malos ojos representan el 49 por ciento. Los menos amigos de la UE son los franceses (61%) y los griegos (71). Por el otro lado, polacos, húngaros e italianos, en orden de más a menos, son los que la ven con mayor entusiasmo.
La conclusión general de la encuesta es que el proyecto europeo ha perdido su antiguo encanto, un declive que a nadie puede extrañar desde que la pertenencia a la UE se ha dejado de ver como garantía de prosperidad para convertirse en sinónimo de crisis. Primero fue la Gran Recesión, con su secuela de rescates y programas de ajuste, y después el flujo masivo de refugiados. La gestión del problema de los refugiados cuenta con la desaprobación de grandes mayorías en todos los países, y la de la economía sólo la aprueban alemanes y polacos. Ninguna sorpresa. Lo raro sería que la UE se librara del castigo que han recibido la mayoría de los gobiernos nacionales a lo largo de estos años turbulentos. Más aún cuando de Bruselas emanan las directrices esenciales de la política desarrollada para afrontar la crisis.
La encuesta pone porcentajes a un estado de ánimo perceptible hace tiempo, que se ha traducido electoralmente en el ascenso de partidos eurófobos de uno u otro tipo: desde el encono anti-UE del Frente Nacional a la retórica anti-Bruselas-Berlín que gastó en su día el partido que gobierna en Grecia. Un dato curioso que ofrece el sondeo está en la divisoria ideológica: en la mayoría de los países es más proeuropea la izquierda, pero en España, Grecia y Suecia sucede al revés y es en la derecha donde el europeísmo (entendido como apoyo a la UE) tiene más arraigo. Con esta constelación, lo suyo es que tuviéramos algún partido relevante que fuera euroescéptico. Y de izquierdas. Pero no. Ni siquiera Podemos se ha atrevido a cuestionar la pertenencia al euro; no digamos a la Unión.
Cada vez que el euroescepticismo gana una batalla, que se manifiesta un creciente descontento, se predice la debacle de la Unión para un futuro más o menos próximo y se clama contra los errores de las elites europeas, a las que se tiene por más alejadas de los ciudadanos, más distantes, menos simpáticas o empáticas, que las nacionales. ¡Recuperemos la soberanía nacional!, es el lema de los euroescépticos, y tanto de los declarados como de los enmascarados, que están pensando, naturalmente, en una soberanía nacional gobernada por ellos. Hacer de Bruselas el malo de la película es un recurso agitativo que tiene su público en tiempos difíciles, y sale gratis. Pero una cosa es que exista una opinión desfavorable de la UE y otra, como bien sabe Tsipras, que los ciudadanos de un país estén dispuestos a salir de ella.
Si los británicos optan por marcharse, se redoblará el temor a un cataclismo. No hay que descartar que en otros países surja la demanda de hacer referéndums como el que decidió convocar David Cameron para asegurarse la reelección y contentar a los euroescépticos de su partido. Pero el sondeo de Pew muestra una tendencia muy importante: los jóvenes, de 18 a 34 años, son los más pro-UE en todas partes. También en el Reino Unido. ¿Por qué? Bueno, quizá porque forman parte de la generación más europea que hemos tenido. Se han podido mover por los países de la Unión, para viajar, para estudiar, para vivir, para trabajar, con una facilidad que ya nos hubiera gustado tener a los que nacimos antes. Ese cosmopolitismo europeo que se ha forjado es el baluarte de la Unión frente a los euroescépticos.
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