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Max Boot

No rehagan el mapa

En vez de jugar a trazar nuevas fronteras, deberíamos pensar en cómo eliminar a los grupos ominosos que imperan en Oriente Medio.

En 2016 se cumplen cien años del Acuerdo Sykes-Picot, suscrito por Francia y Gran Bretaña para repartirse Oriente Medio tras la caída del Imperio Otomano. Sykes-Picot se ha tomado a menudo como una manera sucinta de aludir a las fronteras arbitrarias e ilógicas que supuestamente son responsables de los conflictos que sacuden hoy día la región.

Mi colega del Council on Foreign Relations Steven Cook y el investigador asociado Amr Leheta han aplicado un saludable correctivo a semejante mito en este artículo. La clave es que las fronteras estatales de Oriente Medio no son más artificiales que la mayoría de las del resto del mundo, y que las poblaciones que albergan tampoco son más heterogéneas. Además, aunque fueron trazadas hace más de cien años, se han consolidado en el último siglo y la gente ha empezado a tener un sentimiento de identidad jordano, iraquísaudí y a preocuparse por las fronteras de su país.

Cook y Leheta concluyen:

Los conflictos que tienen lugar hoy en Oriente Medio no tienen realmente que ver con la legitimidad de las fronteras o con la validez de unos lugares denominados Siria, Irak oLibia; sino con quién tiene el derecho a gobernarlos.

Con unas pocas excepciones (notablemente los kurdos, que realmente sienten que merecen un Estado propio), me parece que ahí radica la cuestión. Por eso los planes para redefinir las fronteras del Gran Oriente Medio no son la solución a los problemas regionales. Hay muchas ideas flotando en el ambiente, como la de crear un Sunistán con las partes suníes de Irak y Siria, dividir Irak en un Estado suní, otro kurdo y otro chií, dividir Siria en miniestados etno-religiosos, crear un Pastunistán en Afganistán y Pakistán, etc. Es difícil tener una conversación sobre Oriente Medio sin que antes o después alguien pregunte cómo rehacer las fronteras.

Mi actitud ante estas ideas es escéptica: no creo que debamos necesariamente atarnos a las actuales fronteras, pero, como Cook y Leheta sugieren, tampoco hemos de imaginar que rehacerlas es la panacea. Se puede dividir Irak y Siria mañana, y la única consecuencia sería que los mismos extremistas, suníes como chiíes, controlarían la mayoría del territorio. ¿Cómo podría la reconfiguración de las fronteras eliminar al ISIS, a Hezbolá o al Frente al Nusra? No hay caso.

Debemos centrarnos en acabar con las guerras que están convulsionando Siria e Irak, en particular, y destruir los grupos yihadistas violentos, tanto suníes como chiíes, que han encontrado ahí un santuario. Una vez hecho eso podremos hablar de las fronteras. Si la gente de Irak y Siria prefiere romper sus Estados, como se rompió Checoslovaquia, no hay problema, siempre y cuando el proceso sea pacífico. Personalmente, dudo de que decidan crear Estados completamente nuevos, un proceso laborioso y conflictivo. Sospecho que la mayoría de la gente en Siria e Irak (excepción hecha de los kurdos) sería más feliz con los Estados actuales si disfrutaran de un mayor grado de libertad y descentralización y, sobre todo, de ley y de orden.

Así pues, no imitemos a los diplomáticos coloniales de antaño sentándonos en nuestros despachos y salas de conferencias de Washington y Nueva York a garabatear mapas de Oriente Medio. En su lugar, deberíamos pensar en cómo eliminar a los grupos ominosos que imperan en la región.

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