Una emanación tóxica
El secesionismo es una de las muchas ramas del totalitarismo populista.
A los secesionistas catalanes les indigna, con razón, que algunos de sus adversarios los califiquen de nazis. El secesionismo es una de las muchas ramas del totalitarismo populista, pero se sitúa en una categoría menor, casi caricaturesca, que no admite comparaciones con el nazismo, que es, junto con el comunismo, el mal absoluto. Sin embargo, el componente totalitario engendra algunas afinidades que el observador crítico tiene el deber de subrayar, preventivamente, para evitar que éstas degeneren en lacras mayores. Dos de estas afinidades son la discriminación arbitraria entre nosotros y ellos y la compulsión expansionista. Ambas están presentes, como una emanación tóxica del totalitarismo originario, en el proyecto de Constitución de la república catalana que la plataforma Constituïm, de la cual forma parte el exjuez Santiago Vidal, entregó a la presidenta del Parlament, Carme Forcadell ("Una Constitución, ¿dos nacionalidades?", LV, 13/5).
Brazalete infamante
El proyecto define a Cataluña como una "nación ribereña del Mediterráneo, heredera de culturas milenarias y de tradición humanística", cuyo modelo será el de una república presidencialista, sin ejército, con Barcelona como capital y la senyera como bandera. Las míticas culturas milenarias suplen el papel identitario de la raza, y el elemento concreto para trazar el límite entre nosotros y ellos es la lengua. Según la información publicada, "la propuesta está cercana a la filosofía del manifiesto Koiné" y sólo el catalán y el aranés tendrían la condición de oficiales. El castellano… ¡ah, ese estorbo! "Se permitiría a los catalanes nacidos antes de 1977 poder emplear oralmente y por escrito ante las instituciones el castellano".
Un ingenuo podría interpretar esta autorización a los nacidos antes de 1977 como un privilegio. Todo lo contrario: es la letra escarlata o el brazalete infamante que separa al ciudadano de primera del meteco. Aquí es donde ofende nuestra sensibilidad la emanación tóxica de las leyes racistas de Nuremberg. Estas leyes estipulaban que los descendientes de tres o cuatro abuelos judíos no podían escapar a su condición de Juden, condenados irremisiblemente, con el trascurso del tiempo, al exterminio. Dos abuelos judíos los convertían en mischlingen (híbridos o mestizos) de primer grado, y un abuelo judío en mischlingen de segundo grado, en ambos casos con mayores márgenes de tolerancia. Curiosamente, también a ellos les fijaban -como aquí a los castellanohablantes el 1977- una fecha límite para determinar la validez de sus conversiones, bodas y divorcios: el 15 de septiembre de 1935. De ella dependía su supervivencia. (V. Special Treatment, de Alan Abrams, Lyle Stuart, 1985).
En la república catalana, los castellanohablantes nacidos antes de 1977, ¿serán equiparados a los mischlingen de primer grado? ¿O a los de segundo grado? En cuanto a los recalcitrantes que, nacidos después de 1977, se obstinen en utilizar el castellano, no los exterminarán, porque afortunadamente aquí no gobiernan los nazis, pero es posible que nadie los salve de pasar una temporada en un campo de reeducación como los que se implantaron en China y Cuba. En el secesionismo también pululan expertos en la pedagogía bolchevique, diplomados en los escombros del PSUC.
Cordón sanitario
La emanación tóxica que despedía el irredentismo nazi cuando empleaba la lengua como instrumento para expandir el Lebensraum, el espacio vital, mediante la anexión de países o territorios donde había población de habla alemana también impregna el proyecto para la hipotética república catalana. Todo empezó con el Anschluss, o sea la incorporación de Austria a Alemania, y continuó con la invasión de los Sudetes y Checoslovaquia, y del corredor de Danzig y Polonia, para culminar con la absorción de Alsacia y Lorena. La cultura milenaria que lo justificaba todo era la de raíz aria, vertida en lengua alemana.
Los irredentistas catalanes del movimiento Constituïm empiezan por ofrecer la doble nacionalidad a los ciudadanos de "otros Estados que tengan nexos culturales y lingüísticos con Catalunya", eufemismo que utilizan para encubrir los codiciados Països Catalans. Puesto que desde la perspectiva de una Cataluña independiente España sería otro Estado, la expansión, el Lebensraum, empezaría por todo lo que se pudiera engullir de las tentadoras Valencia, islas Baleares, Murcia y Aragón (no fueron tontos quienes inventaron el lapao para quitar pretextos lingüísticos a los invasores potenciales) y continuaría por el Rosellón francés, Andorra y el Alguer italiano. Un capricho retrógrado que chocaría con el cordón sanitario que ya han empezado a levantar las autoridades de la Unión Europea para neutralizar al hipotético intruso. Intruso que, de espaldas a Europa, promete no tener ejército para enfrentar la agresión yihadista, de la que se desentiende, pero que aspira a practicar el Anschluss por la vía lingüística.
Ahora mismo, la fobia del secesionismo no sólo al ejército (español) sino a todo lo que represente la ley y el orden hace que deje desamparados a los Mossos d´Esquadra y a la Guardia Urbana (catalanes) frente a las agresiones físicas y cibernéticas (suplemento "Vivir", LV, 19/5).
Reflejos civilizados
Sostiene Karl Popper que en una sociedad abierta los defensores del pensamiento liberal y racionalista deben reconocer lo que existe de positivo en los argumentos de sus adversarios. Por eso, desde el bando opuesto al del secesionismo, es reconfortante encontrar intelectuales nacionalistas que reaccionan, en situaciones críticas, con reflejos civilizados. Este es el caso del extenso y demoledor artículo que Albert Branchadell publicó después de la aparición del manifiesto Koiné, hoy piedra angular de la Constitución tóxica ("Lenguas con mucho manifiesto", suplemento Cultura, LV, 30/4).
Branchadell reconstruye con rigor la historia de los manifiestos que se sucedieron en torno de la lengua: los que defendían el monolingüismo catalán, desde el de la revista Els Marges (enero de 1979) hasta el del grupo Koiné; y los que defendían el bilingüismo castellano-catalán, desde el de los 2.300 (marzo de 1981) hasta el del Foro Babel. Pero lo más importante es la información que proporciona este nacionalista pertrechado con una fecunda trayectoria académica:
Lo nuevo es el simplismo con que el manifiesto encara el problema. Donde los firmantes de Els Marges aún se hacían preguntas, el grupo Koiné responde taxativamente. Un dato interesante es que ningún sociolingüista de peso ha firmado el manifiesto de Koiné.
Después de enumerar a los muchos que no firmaron, incluidos los anteriores presidentes de la Societat Catalana de Sociolingüística (SOCS), Branchadell agrega:
Por el contrario, un nutrido grupo de miembros de la SOCS, encabezado por su presidente actual, Joan Pujolar, publicó una respuesta en el diario Ara para lamentar que algunas de las afirmaciones del grupo Koiné "no son generalmente compartidas en los ámbitos profesionales y científicos de referencia". El bilingüismo, venían a decir, no es sinónimo de sustitución lingüística, la normalización del catalán se puede hacer desde el plurilingüismo, y en cualquier caso para construir consensos en temas de lengua hace falta un punto de vista mucho más inclusivo.
El nacionalista ilustrado existe
El artículo apareció antes de que los padres del proyecto de Constitución dieran a conocer su engendro, pero Branchadell se adelantó a impugnar su emanación tóxica con un irrefutable argumento demográfico:
Convertir el catalán en la única lengua oficial de Catalunya significaría despojar de oficialidad la lengua mayoritaria del país (según la Enquesta d'Usos Lingüístics del 2013 el castellano es la lengua inicial del 55 % de la población y la lengua habitual del 51 %).
Branchadell cierra su artículo con una valerosa reivindicación de los autores, antaño proscriptos –¡y tiroteados!– del Manifiesto de los 2.300. Aunque quienes dirigen el proceso se comporten como unos palurdos, secundados por un agitprop de ensoberbecidos lenguaraces maniqueos, el nacionalista ilustrado existe, no es un oxímoron, y Branchadell lo demuestra cuando explica:
He aquí la paradoja: la República catalana no dará la razón a los 280 intelectuales pro-Koiné, sino a los 2.300 que en 1981 pedían "que se pueda ser catalán, vivir enraizado y amar a Cataluña, hablando castellano".
Es de agradecer que sea un nacionalista ilustrado quien contribuye a despejar con un soplo de aire fresco las emanaciones tóxicas que, exhaladas por los chamanes totalitarios del secesionismo, envenenan el tejido social.
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