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Luis Herrero

Cuestión de egolatría

Lo menos malo para Sánchez -aunque no lo sea necesariamente para el PSOE- es que no se repitan las elecciones.

Ya llegará el momento de ajustar cuentas con todos los que afirmaban que era inevitable el advenimiento del Frente Popular independentista. Es verdad que hasta el rabo todo es toro y que cualquier cosa puede pasar todavía, pero lo cierto es que hoy por hoy, contra el pronóstico de tantos, los socialistas siguen siendo fieles al vínculo que les une a Ciudadanos. No parece que vaya a haber acuerdo con Podemos. Sánchez, amarrado al mástil de su barco con la soga del comité federal, no ha sucumbido a los cantos de sirena y mantiene a su partido en el bando constitucionalista. Que lo haya hecho por virtud o por necesidad es opinable. En los oteros de la derecha, tan acostumbrados a analizar las cosas a través del reflejo del retrovisor de la historia, sobreabunda la versión de que es por necesidad. Se niegan a admitir que haya en la izquierda una fuerza motriz inspirada en un razonable código de valores. Es asombroso que esta derecha ramplona, que se ha caracterizado por despreciar sistemáticamente la ideología -léanse las memorias de Esperanza Aguirre, que aún huelen a tinta tierna- o por adorar el becerro de oro de la tecnocracia económica -óiganse las recientes declaraciones de Aznar- se permita el lujo de ir por la vida repartiendo credenciales éticas. Si el combate debe librarse entre los valores que han ondeado esta legislatura junto a los estandartes de PP y PSOE no seré yo quien tome partido.

Hay tiempo aún para que Sánchez, a la desesperada, corte por lo sano con Albert Rivera y se tire al monte del Frente Popular. No es descartable. Pero nadie sensato (salvo Mayor Oreja, que aún sigue dándole que te pego a la cantinela de la lógica del proceso que se abrió tras el pacto con ETA) cree ya que esa sea la opción más probable. Nos cueste admitirlo o no, el PSOE sigue anclado en el centro a pesar de que es allí donde corre más peligro su futuro a corto plazo. Es altamente probable que la cabeza de Sánchez vaya a quedarse sin corona presidencial, y es casi seguro que, sin corona presidencial, la cabeza de Sánchez valga tanto como la de San Lamberto, que anduvo con ella en su regazo, una vez decapitado, hasta depositarla personalmente en su sepulcro. Ahora tiene más difícil alcanzar el cetro que le salve la vida. La siguiente bifurcación le señala dos direcciones opuestas: o apuesta decididamente por la repetición de las elecciones o trata de evitarlas. ¿Cuál es la opción que más le conviene?

En el terreno de los deseos lo que le gustaría que ocurriera, sin duda, es que el PP permitiera con su abstención la investidura del acuerdo PSOE-Ciudadanos. Pero eso es imposible. Los populares ya han votado en contra de esa solución en las dos ocasiones en que se ha planteado y no hay a la vista ningún elemento nuevo que permita pensar que hayan cambiado las circunstancias. Así que tal vez sea mejor reformular la pregunta de manera distinta: ¿qué es menos malo para los intereses de Sánchez, que haya nuevas elecciones o que no las haya? La realidad devuelve a los socialistas al terreno donde les colocó el escrutinio de los comicios de diciembre: cuando de lo que se trata es de gestionar el peor resultado de la historia jamás cosechado en unas elecciones generales, rara vez se concede la oportunidad de optar a lo mejor; sólo a lo menos malo. Y lo menos malo para Sánchez -aunque no lo sea necesariamente para el PSOE- es que no se repitan las elecciones. El secretario general de los socialistas, con la distribución de fuerzas que hay ahora mismo en el parlamento, tiene garantizada la jefatura de la oposición y casi garantizada la jefatura del partido. No es probable que Susana Díaz, sin asiento en el Congreso, quisiera dar la batalla del control de Ferraz en el próximo Congreso. Pero si las urnas tuvieran que repartir de nuevo las cartas, el panorama podría llegar a ser muy distinto. Y bastante peor.

Sánchez se enfrentaría entonces a tres riesgos sobresalientes. Primero, el de la abstención. Muchos votantes que apostaron por el PSOE el 20-D se quedarán en su casa el 26-J. Según los expertos, el suyo será el partido que registre un número mayor de deserciones porque es el que tiene el electorado más despolitizado de todos. Por mucho que vuelvan a la casa del padre algunos votantes arrepentidos de haber coqueteado con otras siglas en el mes de diciembre, el balance será demográficamente invernal. Habrá más bajas que altas. Segundo, el del sorpasso de las fuerzas a su izquierda. Si Alberto Garzón llegara a un acuerdo de confluencia electoral con Pablo Iglesias, Sánchez podría bajar del segundo al tercer cajón del pódium y perder la primogenitura de la oposición. Y tercero, el de la rebelión interna. Tengo noticias fidedignas de que Susana Díaz se ha comprometido, ante la hilera de ilustres peregrinos que han acudido al palacio de San Telmo para urgir su respuesta, a disputarle a Sánchez la cabecera del cartel electoral en las primarias que deben celebrarse obligatoriamente en caso de nueva convocatoria electoral. Por muy descabellada que parezca esa posibilidad hay pesos pesados del PSOE -no lo conjeturo, lo afirmo- que la dan por hecha.

En vista del paisaje, lo menos arriesgado para el líder socialista sería hacer todo lo posible para evitar la disolución automática del parlamento por falta de un acuerdo de investidura. No puede, desde luego, abstenerse sin más para permitir un Gobierno del PP, pero tal vez quepan algunas argucias que le permitan salvar la cara. Aparte de las concesiones programáticas que sin duda Ciudadanos le ayudará a conseguir durante la negociación de tanteo que surja en los próximos días, la contraprestación más convincente que Sánchez puede ofrecerle a los suyos es la de la cabeza de Rajoy. ¿Cabe la posibilidad de que la consiga? ¿Se puede llegar a discutir la formación de un Gobierno mayoritariamente formado por miembros del PP, sin la presencia de Rajoy, con el apoyo de Ciudadanos y la abstención del PSOE? Ese será uno de los debates que tratará de abrirse camino de aquí a a finales de mes.

Los cancerberos de Génova, como gárgolas de rostro furibundo, tratan de espantar esa especulación antes de que adquiera carta de naturaleza. Llevan todo el fin de semana lanzando exorcismos para evitar que anide en la cabeza de los ciudadanos. Sólo les ha faltado decir que defenderán la integridad anatómica de su líder -cabeza, tronco y extremidades- con la misma firmeza con que María Goretti defendió su virtud. El propio Rajoy se ha colocado al frente de esa procesión de espantajos. ¿Pero qué pasaría si a pesar de todo la hipótesis llegara al zoco de las negociaciones? ¿Qué pasaría si los votantes del PP -que según todas las encuestas sienten por su líder un aprecio manifiestamente descriptible- llegaran a la conclusión de que se repiten las elecciones por la única razón de que Rajoy coloca su propia supervivencia como una prioridad absoluta? ¿Premiarían las urnas ese gesto de egolatría?

Lo mejor que puede pasarnos es que no haya necesidad de averiguarlo.

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