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Emilio Campmany

Todo el pescado vendido

Pedro Sánchez ha emprendido el camino hacia el Gobierno con Podemos, que necesitará de la vergonzosa colaboración de los independentistas catalanes.

EFE

Hay una foto en internet en la que el fotógrafo, en vez de integrarse en la nube que sus compañeros forman delante de Pedro Sánchez y Pablo Iglesias paseando por la Carrera de San Jerónimo mientras negocian, se ha situado detrás de ellos para que en la foto se vea no sólo a los dos líderes paseando, también el enjambre de cámaras fotografiándolos. El cuadro delata hasta qué punto la imagen de los dos políticos charlando durante un agradable paseo por los alrededores del Congreso de los Diputados no es más que una pose. La idea que se desea transmitir es que ambos dialogan, que es una acción muy valorada en sí misma, aunque en realidad no estén haciendo nada de provecho.

La reunión de este jueves es lo mismo. Tan sólo pretende reflejar que las formaciones implicadas dialogan, cuando en realidad únicamente se han reunido para que Ciudadanos y Podemos se formulen la recíproca exigencia de abstenerse y facilitar al otro el formar Gobierno con el PSOE. Ninguno de los dos está dispuesto a ceder, porque hacerlo sería tanto como defraudar a sus respectivos electorados, de forma que ningún acuerdo cabía esperar de la reunión y a ningún acuerdo en efecto se ha llegado.

Y sin embargo la reunión es algo más. Es una estación necesaria en el camino emprendido por Pedro Sánchez hacia el Gobierno con Podemos, que necesitará de la vergonzosa colaboración de los independentistas catalanes. Para hacer que el apoyo de tan impresentable gente pueda ser digerido por los barones y electores socialistas es necesario representar la pantomima de que, antes de llegar a esta solución, se han intentado todas las demás alternativas. Por eso, la clave en toda esta negociación no son las reuniones anunciadas, porque ésas no son más que fotos de cara a la galería. Lo que importa, como siempre en España, es la actitud que mantengan los nacionalistas. Si los de la antigua Convergencia y los de la Esquerra apoyan el acuerdo de Podemos con el PSOE, será presidente del Gobierno Pedro Sánchez. Dado que el socialista está sentado en un barril de pólvora del que sale una mecha cuyo otro extremo está en el Palacio de San Telmo, ¿puede alguien dudar de su disposición a ofrecer a los independentistas lo que pidan con tal de ser presidente?

La única verdadera duda que queda por despejar es si Susana Díaz tendrá el coraje de ordenar a sus diputados andaluces que voten no a su secretario general cuando éste se presente en el Congreso con semejantes amigos. Y a Susana Díaz, por llevar tantos años en política a pesar de su juventud, le pasa lo que a los toreros viejos, que anda un poco escasa de valor y no se la ve con los arrestos necesarios para impedir que un socialista sea presidente del Gobierno justificándolo con que pretende serlo sometido al compromiso de respetar el supuesto derecho a decidir. Pero, si tal ocurre, no sólo será Susana la responsable.

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