Por qué es tan difícil predecir
¡Qué arduo resulta predecir el futuro! Es más fácil postdecir el pasado, y aun así se suelen cometer gruesos errores. Nadie discute más que los historiadores. Es raro que se pongan de acuerdo en lo que en verdad sucedió. Qué vamos a hacer; viven de eso.
La continua peripecia de la vida cotidiana consiste en asegurarnos de lo que vamos a hacer en el siguiente momento, en los próximos días o meses. Es lo que llamamos agenda, lo que hay que hacer. Es una voz tan universal como taxi o bar. También nos podemos equivocar, pero normalmente las cosas suceden como las habíamos programado. Puede haber sorpresas, pero contamos con ellas.
Lo verdaderamente difícil es la anticipación de los sucesos colectivos que no pueden programarse. El caso típico es el del parte meteorológico. Es sabido que los meteoros (lo que acontece en la atmósfera), aunque más o menos cíclicos, admiten un margen de azar. Por cierto, los parlanchines informadores del tiempo atmosférico nunca se excusan de los pronósticos fallidos. Tampoco lo hacen los sociólogos cuando desbarran con las predicciones electorales. Los españoles no sabemos pedir perdón. Es el no enmendalla de nuestros antepasados.
En la España actual llevamos medio año de campañas electorales; y lo que te rondaré, morena. Representa el cielo de los encuesteros. Son los arúspices del momento. Ya nadie se acuerda de que la realidad se desvía un tanto de las previsiones de los sondeos. Los españoles han aprendido a mentir cuando se les pregunta a quién van a votar. Es una donosa interpretación del voto secreto. Además, las caprichosas leyes nos señalan que no se puede levantar encuestas en la semana previa a los comicios, que es cuando muchos electores deciden su voto.
En las apreciaciones que hacemos cotidianamente sobre el futuro aparece muchas veces el error, no solo en los resultados electorales o deportivos. ¿Por qué nos equivocamos de forma tan recurrente? Muy sencillo. En inglés lo llaman wishful thinking. Simplemente, confundimos la probabilidad con los deseos. Es la razón por la que jugamos a la lotería o a otros juegos de azar. Tendemos a anticipar el futuro que nos conviene. Es algo que se hace inconscientemente porque proporciona un punto de tranquilidad. Mi larga experiencia de profesor me ha enseñado lo difícil que resulta entender la noción de probabilidad.
Otra cosa es cuando se predice el futuro con el ánimo de condicionar la conducta del oponente. El caso más lacerante es el de la utilización de las predicciones electorales como instrumento de propaganda. O decir "yo voy a ser presidente de Gobierno", y repetirlo muchas veces, para que la profecía se cumpla.
El uso del tiempo futuro de los verbos suele esconder muchas veces la confusión entre lo que se desea y lo que es más o menos probable que suceda. "Mañana hará buen tiempo", dice el que va a salir de excursión con la esperanza de acertar. Se trata de un humanísimo error. En castellano lo conjuramos con la voz ojalá, seguramente una heredada invocación a Alá. También decimos "si Dios quiere" para asegurarnos de que la ilusión se va a cumplir. En síntesis, tiene cierta gracia que no estemos seguros de lo que nos pueda deparar el porvenir.
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