Simpatía por el Diablo
Los Stones eran, o eso vendían, una banda rebelde, un grito contra lo establecido y totalmente irreverente con el poder.
Recuerdo lo difícil que era poder tener uno de los últimos discos de los Rolling Stones en la Cuba de los años 80. Lo ha sido siempre, incluso ahora que quizá en las tiendas regentadas por militares y oficiales del Ministerio del Interior estén a la venta sus CD, cuando por lo general cualquier producción musical de sus majestades satánicas ronda los 15 euros y el salario mensual medio de los cubanos en la isla.
Escuchábamos sus canciones usando mil artilugios caseros para poder tener la señal de las emisoras rockeras del sur de la Florida que eventualmente llegaban a Cuba de manera semiclandestina. Ni en la TV ni en las emisoras de la ciudad, todas oficialistas, pasaban sus vídeos o sus éxitos, excepto quizás alguna vez su antiguo himno "(I Can't Get No) Satisfaction". Por supuesto que no.
Los Stones eran, o eso vendían, una banda rebelde, un grito contra lo establecido y totalmente irreverente con el poder. En un sistema comunista no eran bienvenidos, definitivamente. Pero aun así estuvieron en la Yugoslavia de Tito a finales de los 60, donde les estafaron por sus sus presentaciones, que terminaron en motines juveniles. Por cierto, que la mayoría de los dichosos espectadores yugoslavos eran muchachos vinculados al Partido Comunista y funcionarios de la nomenclatura que detestaban la música de los Stones.
No escarmentados, hace unos pocos años volvieron a presentarse en una plaza tras la Cortina de Bambú. Los chinos pudieron ver a los Rolling y casi sin ningún anuncio previo, como telonero, a un artista disidente, Cui Jian, padre del rock en el imperio de papel, ídolo de los jóvenes cuando las revueltas de Tiananmen, en 1989. Sin embargo, los jefes comunistas lograron vetar dos canciones a los rebeldes Mick y Keith, las tan sexistas "Lets Spend the Night together" y "Honky Tonk Woman", ¡faltaría mas!
Nunca pasé mas de un día sin escuchar la música de los Stones, como toca a todo buen seguidor de la más antigua y mejor destilería de rock and roll del universo. Pese a todo, los amantes del rock nos las arreglábamos con mil dificultades para deleitarnos con nuestros ídolos musicales. Nunca, hasta que pasé siete años y medio en las celdas de las prisiones cubanas.
No podía entonces escuchar a los Rolling, pero pedía a los amigos que me enviaran las letras de sus canciones, y podía en la soledad de mi celda montarme un imaginario escenario y trataba de seguir los riffs de Richards, los alaridos de Jagger en mi mente. Tenía una camiseta negra con el famoso logo diseñado por John Pasche, esa lengua roja lasciva que parece burlarse de todo. Dos pósters con los cinco Stones adornaban mi celda. Era una cuestión de honor rockero mantenerlos como símbolo de mi libertad interior en medio de aquellos muros, frente a unos carceleros que intentaban impedírmelo y también impedir que llevara el cabello con el corte de Jagger.
Todas estas veleidades pude mantenerlas con determinación. Estaba en aquel lugar por demandar que los cubanos pudieran decidir, por ser gestor de una demanda de referendo para que las leyes garantizaran el derecho a la soberanía popular. No iba a dejar que impidieran que continuara también escuchando la música de los Rolling en mi mente y siendo libre, cuanto podía, para hacer lo que me viniera en gana con mis preferencias musicales y espirituales.
Desterrado en Madrid, ya los pude ver en el Bernabéu hace un par de años, toda mi vida y la de mis amigos pasó ante mis ojos.
Los Rolling Stones son una industria que posa de rebelde, pero es una industria. También rock and roll, y no faltarán jineteras –termino dulzón del régimen para calificar a las prostitutas y así de paso negar su existencia–, regatoneras o rockeras oficiales de última hora que estén dispuestas a aprenderse de memoria "Gimme Shelter" por un beso a los viejos morros de Mick y algo para llevar de comer a casa.
No son los años 80, cuando a todos daba rubor que les invitaran a dar conciertos en países donde los ciudadanos eran segregados por su color de piel, sus ideas o creencias, donde los ciudadanos no tenían derecho a prosperar económicamente, y menos a elegir y ser elegidos para darse un gobierno justo y democrático. Ahora da igual ya, no importa que en China o en Cuba las personas sean segregadas y oprimidas, encarceladas, desterradas y asesinadas. Estamos en el mundo de las poses, en el mundo de los intereses, y los Rolling Stones no son la excepción a estas alturas.
Me alegraré de que algún que otro amigo en la isla disfrute, si puede, del concierto de los Rolling. Digo "si puede" porque seguro el régimen llena los terrenos de la Ciudad Deportiva, donde se celebrará el aquelarre, de jóvenes comunistas, estudiantes de academias militares, informantes, brigadas de respuesta rápida (los paramilitares) y personas "confiables" para la seguridad del sistema. No sería la primera vez, y para el partido de béisbol entre el equipo de las Grandes Ligas de EEUU Tampa Devil Rays (creo que, después de todo, hay algo, una alusión burlesca con el diablo tras todo esto) y una selección del régimen –parte de toda esta comparsa diseñada desde Washington por la Administración Obama– ya se anunció que la entradas serían "por invitación". Una golondrina escondida no hará primavera, pero si llega al menos a estar en el lugar, no importa a 200 o 300 metros del escenario, me alegraré, aunque no me quede satisfecho con los Rolling.
Regis Iglesias, portavoz del Movimiento Cristano Liberación (MCL), exiliado en España.
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