No fueron 30.000
Libros como 'Mentirás tus muertos' contribuirán a restaurar paulatinamente la cordura.
Ya dediqué dos artículos al tema de los desaparecidos en Argentina: "Así se hizo justicia" (LD, 12/1/2012) y "La mentira blindada" (LD, 8/5/2014), con información extraída de los libros Los hombres del juicio, de Pepe Eliaschev, y ¡Viva la sangre!, de Ceferino Reato, respectivamente. Ahora llega a mis manos Mentirás tus muertos (El Tatú, Bella Vista, Argentina, 2015), del militar retirado y periodista José D'Angelo -de cuya ideología seguramente me separa un abismo, dada su participación en los alzamientos carapintadas contra el presidente constitucional Raúl Alfonsín-, libro que, salvando esta discrepancia, reúne un riguroso acopio de documentación indispensable para desmontar la trama de mentiras que urdieron el kirchnerismo y los resucitados idólatras del pasado subversivo para canonizar a los protagonistas de la guerrilla y el terrorismo y para institucionalizar la difusión masiva de su proyecto totalitario, híbrido del fascismo y el comunismo con ingredientes mafiosos.
Los dos demonios
D'Angelo disecciona, con minuciosidad y paciencia de entomólogo, el cúmulo de datos fraguados con que se tergiversó la cifra de desaparecidos que había divulgado la Comisión Nacional de Desaparición de Personas (Conadep) –8.961, posteriormente reducidos a 8.368–, para llegar al tope mítico y falso de los 30.000. Y explica, paso a paso, cómo se alteraron categorías de "desapariciones forzosas", "desapariciones a secas" y "ejecuciones sumarias" para confundir a la sociedad. En el texto proliferan fotocopias de publicaciones subversivas clandestinas, de artículos periodísticos y de fragmentos de libros hagiográficos, que confirman la veracidad de sus hallazgos.
Al observador adicto, como yo, a la anatematizada teoría de los dos demonios –ambos igualmente hostiles a la sociedad abierta y liberal– no se le escapará la parcialidad del autor por uno de ellos, pero aun así es justo reconocerle su esfuerzo por aproximarse a la objetividad cuando escribe:
Hay que destacar no solamente que muchos de los planteos ideológicos, estratégicos y tácticos y las consiguientes acciones de las FFAA y de seguridad en aquellos años fueron en extremo desafortunados, hasta llegar al punto de que la concepción y ejecución de algunas de esas acciones se convirtieron en la causa de la desnaturalización de tales fuerzas. (…) Hay que entender también que la autocomplacencia de los mandos militares con lo hecho, la falta de una revisión autocrítica de su responsabilidad por tales planteos y acciones y sus consecuencias, así como la desaprensión contemporánea a los hechos respecto de los excesos criminales cometidos por algunos de quienes emitían o ejecutaban órdenes u obraban por su cuenta, son, entre otras cosas, una carga que pesa terriblemente sobre lo que vino después, y hasta hoy día.
Crítica encomiable que, sin embargo, no basta para determinar la magnitud del tendal de víctimas inocentes –daños colaterales– que dejó el bando más poderoso en la guerra de los dos demonios.
Combatir hasta la muerte
Los datos que ofrece D'Angelo son irrefutables porque los avalan los alardes de los camaradas de los caídos, que serían los primeros en desmentirlos si fueran falsos. Y también los ratifica el cotejo con la realidad. Abundan en el libro los testimonios de muchos de quienes figuran como desaparecidos pero que antes de desaparecer proclamaron públicamente su voluntad de combatir hasta la muerte. Agrega el autor, citando nombres y apellidos:
Con los años, de parte de las huestes guerrilleras, muchos de aquellos milicianos sobrevivientes rechazaron enfáticamente la condición de víctimas sin responsabilidad alguna en los hechos que protagonizaron y reclamaron precisamente su condición de combatientes convencidos y comprometidos, dispuestos a dar la vida por sus convicciones.
Otra prueba material del engaño: en el Parque de la Memoria de la ciudad de Buenos Aires el kirchnerismo levantó un monumento "a los que murieron combatiendo por los mismos ideales de justicia y equidad" y "a todos los que dieron su vida en la guerra revolucionaria". O sea, a los que pretendían implantar en Argentina una dictadura castrista. Contiene 30.000 placas, de las que más de 20.000 están vacías, porque no hubo candidatos a llenarlas. Con un añadido: ya no se trata de desaparecidos, sino que se incluye una mayoría de guerrilleros muertos en ataques a comisarías y cuarteles, en enfrentamientos con las fuerzas armadas y policiales en las ciudades, el campo y la selva, o durante la resistencia a la detención en pisos francos. Para ellos se inventó otra categoría espuria: ejecuciones sumarias.
El caso más escandaloso
Cada capítulo del libro demuele, con apéndices repletos de pruebas documentales y testimoniales, los pilares sobre los que descansa la mentira.
Los desaparecidos que reaparecieron. Carmen Argibay y Esteban Justo Righi figuraban en las listas de la Conadep. Argibay fue después miembro de la Corte Suprema de Justicia de la Nación desde el 2005 hasta el 2014, cuando falleció. Righi fue procurador general de la Nación durante las presidencias de Néstor Kirchner y Cristina Fernández de Kirchner, hasta que esta lo destituyó por su negativa a encubrir la corrupción del vicepresidente Amado Boudou. Estas fueron las mentiras más espectaculares, pero el libro cita los pormenores de muchas otras.
Muertos en combate. Son los que figuran como víctimas de ejecuciones sumarias. El caso más escandaloso es el de la operación Primicia, en la que se estrenó el Ejército Montonero: once montoneros murieron en el ataque al cuartel de Formosa, el 5 de octubre de 1975, tras asesinar a diez conscriptos de 21 años que cumplían el servicio militar obligatorio, a un suboficial, a un teniente también de 21 años y a un policía. Los once montoneros muertos figuran en el monumento del Parque de la Memoria y sus familiares recibieron una cuantiosa indemnización, como los de todos los desaparecidos reales o supuestos. Hubo iniciativas parlamentarias para que las familias de los conscriptos asesinados, pobres de solemnidad, también recibieran una indemnización, pero los diputados apologistas de la guerrilla -y en algunos casos veteranos de ella- las hicieron fracasar. Nuevamente, el libro desenmascara con pruebas la ficción de estas frecuentes ejecuciones sumarias en que los presuntos ejecutados abatían a tiros, antes de morir, a sus presuntos verdugos.
Asesinados por sus compañeros. El Código de Justicia Penal Revolucionaria de Montoneros, dictado a mediados de 1975, contemplaba la pena de muerte dentro de la propia organización y D'Angelo cita numerosos casos en que se hizo efectiva, fotocopiando comunicados y sentencias sobre su aplicación a compañeros indisciplinados o discrepantes. Lo revelador es que los nombres de estos asesinados por sus compañeros figuran en el monumento del Parque de la Memoria como si hubieran sido víctimas del Estado. El aparato subversivo era tan tenebroso que aún no se sabe con certeza si al sacerdote rebelde Carlos Mugica lo asesinaron los Montoneros de ultraizquierda o la Triple A de ultraderecha. El oficial montonero y poeta galardonado Juan Gelman se salvó por los pelos cuando sus superiores, cuyos crímenes él había avalado hasta entonces, lo condenaron a muerte.
Suicidas. Algunas de las figuras más veneradas por la posteridad revolucionaria mordieron la cápsula de cianuro que todos los montoneros llevaban consigo. El poeta Francisco Urondo lo hizo antes de caer en manos de las fuerzas de seguridad. Otros se dispararon un tiro o, si estaban malheridos, pedían a sus compañeros que los remataran. Igualmente, engrosaban las listas de desaparecidos.
Combatientes en el exterior. El caso más conocido es el de Hugo Irurzún, del Ejército Revolucionario del Pueblo trotskista, que cayó tiroteado por la policía paraguaya en Asunción. Había participado, junto con Enrique Gorriarán Merlo, cabecilla del ERP, en el asesinato en Paraguay del exdictador nicaragüense Anastasio Somoza. El libro cita a otros guerrilleros argentinos que cayeron combatiendo en Uruguay, Brasil y Chile, por lo que es imposible incluirlos en listas de desaparecidos en Argentina.
Muertos al manipular explosivos. Después de dos capítulos donde el autor se ocupa de combatientes que no se pueden catalogar como desaparecidos porque las autoridades entregaron los cadáveres a sus familiares y de otros que fueron sepultados por sus compañeros para que el enemigo no pudiera jactarse de haberlos eliminado aparece la historia de quienes murieron al manipular explosivos. Y aquí aborda el caso paradigmático y conmovedor de Adriana Kornblihtt, sometida a un abyecto lavado de cerebro hasta que murió el día en que cumplía 16 años, destrozada cuando le explotó en las manos la bomba que iba a colocar en una comisaría. Pablo Giussani, arrepentido de haber habitado, él también, en las entrañas de la bestia mortífera, le dedicó en 1984 su libro Montoneros: La soberbia armada con un epitafio de sabia clarividencia:
Adriana fue arrastrada a la muerte por un mal que no se ensañó sólo con ella. Un mal que diezmó a buena parte de una generación y que todavía acecha a los sobrevivientes. De ahí mi apremio por identificarlo, por ayudar a reconocerlo allí donde asome la cabeza en todo lo que tiene de alienante y de monstruoso.
Restaurar la cordura
El mal que denunció Giussani sigue acechando a los sobrevivientes y asomando su cabeza alienante y monstruosa. Los Kirchner y los nostálgicos de la guerrilla y el terrorismo que los rodearon y jalearon han sido los glorificadores de quienes les lavaron el cerebro a Adriana Kornblihtt y a buena parte de una generación, y esto explica que reaccionen como energúmenos cuando comprueban que el Gobierno de Mauricio Macri no comulga con sus ruedas de molino. No será fácil devolver Argentina al concierto de las naciones civilizadas, adonde la elevaron sus próceres y mejores estadistas y arrancarla de la charca tercermundista adonde la arrojaron durante demasiado tiempo los adoctrinadores del odio y la violencia, pero libros como Mentirás tus muertos contribuirán a restaurar paulatinamente la cordura.
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