Relaciones España-Israel: 30 años de altibajos (1)
La extrema izquierda y la extrema derecha siguen donde estaban, en el odio al Estado judío.
El pasado 17 de enero se cumplieron 30 años del establecimiento de relaciones diplomáticas entre España y Israel. Tras innumerables idas y venidas, afrentas públicas y contactos secretos, conflictos de intereses y de sentimientos, se puso fin a un desencuentro no de treinta y ocho años, sino de cinco siglos.
Durante estos 30 años, las relaciones entre ambos países se han caracterizado por los altibajos.De acuerdo con José Antonio Lisbona (su libro España-Israel: historia de unas relaciones secretas es la mejor fuente sobre la materia) y el antiguo embajador israelí en España, Víctor Harel, han estado fuertemente condicionadas por el conflicto entre israelíes y palestinos, y llegado a ser rehenes del mismo.
Las relaciones entre ambos países partían con importantes taras históricas. Por un lado estaba la tradicional amistad con el mundo árabe, creación de la diplomacia franquista para evitar el aislamiento internacional (y que ha seguido siendo mantra hasta hoy, también entre los partidos políticos de izquierdas) que hacía muy difícil el acercamiento de España a Israel. Por eso Lisbona ha definido estas relaciones como trilaterales (España, Israel y el mundo árabe). Fernando María Castiella, ministro de Exteriores con Franco entre 1957 y 1969, definió la estrategia perfectamente: "No tener relaciones con Israel nos da prestigio frente a los árabes".
Por su parte, Israel desde un principio fue bastante reticente a entablar relaciones con un régimen que se había situado a favor del Eje en la Segunda Guerra Mundial. En 1949 Abba Eban, embajador israelí en la ONU, arremetió duramente contra España en la Asamblea General y votó en contra de su ingreso. Ese mismo año, fue España la primera que quiso establecer relaciones diplomáticas con Israel, para ganarse el favor internacional tras la contienda, pero los israelíes lo rechazaron de plano (aunque en 1956 la socialista Golda Meir, poco afín al régimen franquista, agradeció públicamente en el Parlamento israelí a España que hubiera contribuido a salvar judíos en el Holocausto).
Por otro lado, en el último medio siglo España siempre ha ayudado a los sefardíes de todo el mundo que han estado en peligro. Lo que le llevó a la colaboración con Israel aun antes de tener relaciones diplomáticas formales. Un ejemplo: en 1972, el Mosad y los servicios secretos españoles sacaron a 3.000 judíos de Marruecos.
Durante la Transición, los Gobiernos de Adolfo Suárez pospusieron la cuestión de las relaciones con Israel y se situaron claramente a favor de la causa palestina. En 1981 Suárez recibe a Arafat como si éste fuera jefe de un Estado –el primer gobernante europeo en hacerlo, a excepción de los de la comunista RDA– y autoriza la apertura de una oficina de la OLP en Madrid.
El primer canciller de Suárez, José María de Areilza, explicó el problema de la diplomacia de los Gobiernos de la Transición para reconocer a Israel y establecer relaciones diplomáticas: la temida "fuerte reacción árabe" y "el lobby de los intereses petrolíferos en Oriente Medio", que finalmente "frustraron" los intentos registrados.
Bajo la efímera presidencia de Leopoldo Calvo Sotelo, el Ejecutivo estaba decidido a dar el paso, pero la primera guerra del Líbano (sobre todo por la repercusión de las matanzas de Sabra y Chatila) y la dependencia energética volvieron a dejarlo en nada.
El mismo año en que Felipe González lograba su histórica primera mayoría absoluta aterrizaba en Madrid el hombre de Israel para encauzar la situación y poder culminar con una formalización de las relaciones: Samuel Hadás. No obstante, y pese a la intención de González de seguir adelante, el asunto se demoró cuatro años, hasta el final de la legislatura. El bombardeo por parte de la aviación israelí del cuartel general de la OLP en Túnez, en 1984, supuso otra demora. En aquel entonces, El País publicó una encuesta sobre el establecimiento de relaciones diplomáticas con Israel. Un 44% de los encuestados estaba a favor y un 12% las rechazaba –estos últimos se definían como votantes de extrema izquierda y de extrema derecha (v. página 28)–.
Hoy, como entonces, los extremos siguen pensando igual en lo que concierne a Israel.
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