Pandas entre fantasmas
No se ha alcanzado el grado de perfección y de arte que caracterizó a los artistas clásicos del Museo.
El pasado viernes 29 de enero el Museo Nacional de Ciencias Naturales inauguraba la exposición de los restos naturalizados de los famosos Pandas Gigantes Shao Shao y Chu Lin, como resultado de la cesión de dichos ejemplares por parte del Zoo Acuarium de Madrid.
A pesar la de la buena voluntad que los taxidermistas de la época actual han puesto al naturalizar en lo posible los restos de los emblemáticos animales, hay que reconocer que no se ha alcanzado el grado de perfección y de arte que caracterizó a los artistas clásicos del Museo como la familia Benedito, encabezada por el gran Luis, uno de los mejores taxidermistas del mundo. De todas formas es digno de agradecimiento el gesto de nuestro zoológico.
Chu Lin en posición erguida y su madre Shao Shao, sedente y en actitud de sujetar el bambú que constituye la base de la dieta de los Pandas Gigantes, tanto en cautividad como en libertad, han sido alojados en la exposición sobre Biodiversidad que actualmente muestra el Museo, y dentro de ella, en un rincón especialmente sobrecogedor: el dedicado a especies extinguidas o al borde mismo de la extinción.
Los nuevos compañeros de los Pandas son el Aye Aye de Madagascar, el Antílope Gigante Negro , el Lobo Marsupial de Tasmania y el Leopardo de los Nieves, fantasmas del mundo animal, símbolos de la Fauna en extinción y uno de ellos, el Lobo Marsupial, definitivamente extinguido.
El Aye Aye parece mirar de frente a los recién llegados con sus enormes globos oculares y su insólito aspecto de diablo que le ha conducido al borde de la extinción al mezclar su imagen con la superstición. Parece mentira, pero esta criatura que pertenece a nuestro mismo orden, los Primates, podría extinguirse en su reducido hábitat, los bosques de Madagascar, simplemente por ser feo, o mejor feísimo, ante los ojos de los humanos de su entorno.
Como suele suceder, tras la cortina supersticiosa se esconde un animal sumamente interesante: devorador de insectos que extrae de las grietas de los árboles con ayuda de sus larguísimas uñas, y también de jugos vegetales con los que completa su dieta. Como gran curiosidad diremos que se trata del único Primate capaz de localizar sus presas bajo las cortezas con rigurosa exactitud, y lo hace por ecolocación, es decir golpeando los troncos con sus dedos y calculando así la profundidad a que se encuentran.
Dijo Félix Rodríguez de la Fuente que este Primate, científicamente Daubentonia madagascarensis tiene nombre común de quejido "Aye" y que realmente la absurda persecución de que es objeto por extrañísimo aspecto puede simbolizar el lamento de todos los animales presionados por la superstición humana a veces hasta el exterminio.
Los demás vecinos son mucho más agraciados. El bellísimo Antílope Gigante Negro, subespecie perteneciente al grupo de los antílopes caballo denominada Hippotragus niger variani, es el símbolo nacional de la Angola independiente. Recién estrenada dicha independencia, el Gobierno angoleño comenzó a tratar de salvar los últimos rebaños supervivientes de los excesos cinegéticos y el Parque Nacional de Candalaga responde a esta función, aunque la subespecie sigue en situación de peligro crítico.
Las descripciones del variani suelen hablar de cuernos en forma de sable que llegan a alcanzar el metro y medio de longitud. El ejemplar del Museo de Madrid llega a los ciento sesenta y cinco centímetros, lo que le convierte en la plusmarca de la especie. En origen fue trofeo de caza, en la actualidad es un tesoro científico.
En su santuario angoleño, estos antílopes son esencialmente comedores de hojas y su temperamento es agresivo con los extraños, incluidos los seres humanos. El riesgo que entraña acercarse y lo espectacular de su cornamenta fueron causa de la presión cinegética, a todas luces excesiva, que lo ha puesto en peligro.
Utilizando su formidable cuerna los sables son capaces de ensartar un león, pero es muy raro que se maten entre ellos ya que en sus duelos rituales se arrodillan frente a frente y hacen simple palanca para combatir: ello justifica el título de "antílopes palanca" que suelen adjudicarles los angoleños, hoy orgullosos de su principal símbolo naturalista.
El Lobo Marsupial, maravillosamente disecado, es una pieza única. Cuando fue comprado por el Museo en el Siglo XIX, todavía quedaban ejemplares vivos en la Isla de Tasmania, su cuna, donde en las primeras décadas del Siglo XX hubo que constatar su desaparición, que se hico oficial cuando murieron los últimos que se mantenían en Zoológicos.
A pesar de su aspecto lobuno se trataba de un verdadero marsupial, de manera que la contemplación de sus restos es una espectacular prueba del fenómeno llamado convergencia adaptativa. Los cánidos y estos marsupiales han llegado a formas similares por adaptarse a las mismas necesidades y funciones en la naturaleza: algo comparable a lo que se observa entre delfines y atunes.
Pensar en la clonación de los restos de ADN que pueda contener la piel del ejemplar de Lobo Marsupial de Madrid es por el momento ciencia ficción pero en cualquier caso no está de más conservar con especial esmero esta joya de la colección museística.
Finalmente, el Leopardo de las Nieves (Panthera uncia), que tiene su cuna en las montaña del Asia Central, pone un contrapunto de belleza sorprendente en la proximidad del pobre Aye Aye, pero la verdad es que tal contraste ofrece terreno abonado sobre cualquier lección de educación ambiental que pretenda explicar que la belleza es algo puramente funcional en el mundo de la naturaleza, y que la estética ante los ojos humanos es algo verdaderamente irrelevante. Dicho con mayor claridad: también los feísimos pueden ser muy hermosos desde el punto de vista funcional o adaptativo.
Su presencia en este rincón de la exposición sobre Biodiversidad del Museo Nacional de Ciencias Naturales es el último servicio a la Ciencia que rinden estos dos animales que en un tiempo encantaron en vida y ahora, en forma de restos naturalizados entre especímenes de otras especies simbólicas, mueven al respeto y a la protección de sus últimos congéneres vivientes.
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