Merkel y los refugiados: la crisis que nunca quiso manejar
Lo que tenemos en Europa son comunidades islámicas y no ciudadanos europeos.
En el campamento de refugiados de Bayernkaser en Alemania las niñas y mujeres son obligadas a prostituirse por las mafias que operan dentro por diez euros para satisfacer a una población masculina del 80%; es muy posible que existan al menos decenas de campos de refugiados extendidos por toda Europa donde ocurre lo mismo. Las agresiones sexuales en Colonia y Hamburgo son realidades. También las que se producen en zonas adyacentes a donde se ubican de forma vergonzosa miles de refugiados; las que tienen lugar en nuestras plazas y estaciones de trenes y autobuses; y, por supuesto, también el incremento de la delincuencia menor en todas estas ciudades europeas donde se agolpan más de un millón de personas sin control ni medios de vida llegadas a lo largo de 2015. Todo esto también es una realidad. No podemos negar que se impone una respuesta contundente, especialmente para proteger a la mayoría de los refugiados que huyen de una situación trágica y que están muy agradecidos a la sociedad europea y, sobre todo, para la defensa de nuestros ciudadanos y valores, la prioridad para los gobiernos europeos.
En 2014, llegaron a Europa ilegalmente un total de 283.532 personas, de ellos sólo 80.000 sirios y 35.000 de Eritre. De esta inmensa cantidad de refugiados 170.664 llegaron desde Libia, un movimiento migratorio con unos patrones muy explicables.
Sin embargo, en 2015 arribaron a Europa de forma ilegal un millón de personas y se agolpan otros 600.000 en los países vecinos del espacio Schengen, es decir, que se ha multiplicado por siete. Sin embargo, el patrón ha cambiado muy significativamente. De esta cantidad, 715.000 llegaron a Grecia. Más del 90 por ciento ha llegado por mar -básicamente desde Turquía, que ha permitido que más de un millón de personas abandonen su territorio sin hacer nada ante su incapacidad para absorber el problema de los refugiados-. Casi 4.000 personas murieron en el mar intentando alcanzar las costas europeas, una tragedia enorme que muestra el grado de desesperación de la inmensa mayoría de los refugiados. El 50% de los refugiados fueron sirios y el 20% de Afganistán seguido de Irak; países donde los grupos terroristas campan por sus respetos con total libertad y asesinando a cientos de personas todos los días, pero que llevan sumidos en guerras desde el comienzo del siglo, es decir, nada nuevo.
Este nuevo flujo de 2015 no es producto de un efecto llamada, sino de una serie de decisiones que han tomado las autoridades turcas para facilitar la salida hacia Europa de los refugiados establecidos en ese país, combinado con las acción de las mafias que aseguran teóricamente la llegada a Europa, la tierra prometida. Sin duda, lo logran con el apoyo de unos cuantos grupos terroristas. Sabiendo que el EI pretende crear el caos en Europa, su mejor estrategia sería enviar un millón de refugiados a Europa, e introducir entre ellos a lo peor de cada casa. Una vez más, los refugiados, en su inmensa mayoría, son los instrumentos inconscientes de esta maniobra que tiene un objetivo desestabilizador evidente. ¿Cómo iban a dejar pasar esta oportunidad el DAESH y Al Qaeda?
Cuáles son las principales causas para que los refugiados no quieran ir a la rica y despoblada Arabia Saudita o a Irán donde seguramente se les daría una calurosa acogida; primero porque en estos países el orden es sagrado y las fronteras mucho más, y en segundo lugar porque no hay una opinión pública favorable a acogerles y ayudarles, básicamente porque la humanidad y la fraternidad no son conceptos muy extendidos en Oriente Medio. Vienen a Europa sabedores del espacio de bienestar y de esa especie de culpa colectiva que nos asalta a los europeos de ser cómplices o culpables de todos los males de la humanidad.
Ahora bien, dicho todo esto ¿cuál es la visión de los acogedores? Un grupo terrorista de personas que profesan la religión musulmana y que dicen actuar en su nombre y matan a personas inocentes en las calles europeas de forma indiscriminada; los mismos que cometen atrocidades en Siria e Irak. Comienzan a existir pruebas de que los terroristas han utilizado este flujo de refugiados para introducirse en nuestras fronteras para atentar contra nuestros ciudadanos. Es más que posible que dentro de este espectacular incremento de refugiados esté la mano de grupos como el Estado Islámico o Al Qaeda, que no tienen escrúpulos para hacer cuanto se propongan.
Lo ocurrido en Colonia sólo es un botón de muestra. Sabemos de agresiones sexuales en todos los países e incluso del establecimiento de prostíbulos en los campamentos de refugiados y de violaciones de mujeres y niñas; y sólo conocemos la punta del iceberg. Denunciar una violación en este mundo puede acabar con la denunciante lapidada o condenada. Lo más grave de estos hechos es que forman parte de la cultura de origen de estos países donde la mujer es un objeto al servicio del hombre. Cuando vemos los actos de Colonia debemos pensar que esta mentalidad está tan impregnada que creen actuar conforme a sus principios religiosos. Si en Arabia la policía islámica pega con una vara a las mujeres por enseñar el tobillo en la calle, qué pueden pensar los refugiados sirios cuando vean a las alemanas con sus vestidos de fiesta disfrutando de la noche de Fin de Año. Lamentablemente para la gran mayoría de los que han llegado, ésta es su visión de la realidad. Sin embargo, más nos asombra la escasa moralidad de unos delincuentes que se aprovechan de su religión para lo que es de su interés pero nada de las obligaciones, ya que al alcohol parece que no renunciaron para cometer sus fechorías.
Ante esta situación el dilema es, a mi juicio ¿Debemos sacrificar nuestros principios morales y políticos para dar acogida a personas que no sólo no los comparten sino que se convierten en una amenaza para los mismos? ¿Debemos pensar que ésta es una minoría que no debe demonizar a todos los refugiados y que una política policial será suficiente para controlar a más de un millón de personas que han entrado ilegalmente en nuestras fronteras y que provienen de estados en guerra donde los grupos terroristas determinan quién deja el país y quién se queda? O finalmente ¿Debemos defender a nuestros ciudadanos e impedir que aquéllos que no son parte de nuestro sistema de valores se incorporen de forma trapacera violando la ley, que es al final lo que los refugiados han hecho traspasando nuestras fronteras? Es decir, ¿Debemos para salvar a Europa condenar a los refugiados de las guerras a buscar otros lugares de asilo?
Los buenistas optarán por continuar dando la bienvenida a todos los refugiados, pero tendrán que comenzar a dar muchas explicaciones a sus progresistas votantes que defienden la igualdad de género y los derechos de la mujer y que ven como nuestras jóvenes que salen a celebrar y vivir como europeos se convierten en una provocación para los que hemos acogido. Incluso los que defienden una política de puertas abiertas necesitan de una respuesta contundente ante estos delitos para que no se pierda este impulso humanitario que forma parte de nuestros valores, pero que no pretendan ponerlo con contraposición a nuestra seguridad y libertad porque entonces lo humanitario cederá.
Cerrar las fronteras no evita el problema de los refugiados, sólo nos sirve para quitarnos de encima el problema, lo que a la vista de muchos ciudadanos europeos no es poco. No faltan voces que piden levantar muros. Si los refugiados tuvieran la seguridad de que Europa no les va acoger no vendrían, y seguramente nadie estaría preocupado, incluyendo los buenistas que tampoco hicieron nada cuando el problema estaba en Turquía donde se agolparon durante años en una condiciones inhumanas.
La inmigración es un fenómeno complejo especialmente cuando no produce ósmosis. Y lo que tenemos en Europa son comunidades islámicas y no ciudadanos europeos y éste es el principal problema de Europa y parte del germen de la violencia que sufrimos en el continente. En Europa sólo se puede y se debe vivir como europeos. El principal mandato de los gobiernos europeos es la supervivencia de nuestros valores y derechos. Y a quien no le guste vivir de esta manera no debería tener sitio en Europa.
Ha llegado la hora de resolver este problema que pasa de forma clara por llegar a un acuerdo para la paz en Siria y la devolución de los asilados temporalmente a sus países de origen para que reconstruyan o vuelvan a destruir sus países. Europa no es culpable ni de sus dictadores ni de sus desdichas por mucho que algunos mal intencionados nos quieran hacer creer.
La Desunión Europea debería tomar este aspecto una política común de forma inmediata; negar el derecho de asilo permanente a los refugiados y comenzar a preparar su regreso ordenado hacia sus países de origen. Siendo ésta la premisa general, habrán de analizarse los casos específicos, pero lamentablemente en las decisiones políticas siempre pagan justos por pecadores; es algo con lo que deben vivir los políticos. El mensaje de Europa debe ser muy claro; sólo siguiendo los procesos administrativos y asumiendo los valores europeos es posible vivir y quedarse en Europa. No puede ser cuestión de medios, tenemos más de un millón y medio de militares, 25 millones de funcionarios en Europa más otros diez millones de voluntarios, no hay razón para no hacer las cosas bien y con orden, especialmente para proteger a la mayoría de los refugiados que son las víctimas inocentes de todas estas tragedias.
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