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Santiago Navajas

Sobre el colegio Arenales, la igualdad y el igualitarismo

El prohibicionismo moralista es el primer refugio de los inquisidores.

Como pertenecen a una izquierda obsesivamente anticlerical, no habrán leído la Biblia. Ellos se lo pierden porque, como dice Harold Bloom, incluso los ateos redomados, pero sin que les corra por la sangre el racionalismo fanático y reduccionista de los que dejaron de creer en Dios para creer en cualquier sustituto laico, saben que Hamlet sólo se puede comparar con Jehová y Jesús de Nazaret, un solo dios, múltiples y contradictorias personalidades.

En Libro I de los Reyes (3: 16-28) se nos relata el célebre caso de dos mujeres que pretendían ser la madre de un bebé. El rey Salomón decretó que cortaran a la criatura por la mitad y le dieran una a cada demandante. No había en aquella época análisis genéticos, así que Salomón tuvo que jugar con la psicología de ambas. Finalmente, una de ellas prefirió que entregasen el niño entero y vivo a la otra, a la que le parecía una buena idea el reparto igualitario. Por supuesto, Salomón entregó el bebé a la primera (siempre me he preguntado qué castigo le impondría el rey-juez a la falsaria que, además, propiciaba el asesinato del niño).

La concejal madrileña Esther Gómez, de Podemos, ha aplicado la regla igualitaria de Salomón, sólo que ella sí que ha ido en serio y ha partido al niño por la mitad. Concretamente, a ochocientos niños del colegio Arenales, que ha sido censurado debido a que no cae bajo la estrecha ideología igualitaria de la concejal, y su participación ha quedado proscrita en la Cabalgata de los Reyes Magos. Dicho colegio practica parcialmente la educación diferenciada, separando en algunas clases a los niños y a las niñas. Los alumnos de dicho centro han sido discriminados, efectivamente, pero no por su colegio sino por el equipo de Manuela Carmena, debido a que no comparten los prejuicios pedagógicos del grupo de extrema izquierda que gobierna el Ayuntamiento de Madrid. Además, toda la comunidad escolar del colegio Arenales ha sido humillada y ofendida, se ha menoscabado su dignidad democrática y vulnerado sus derechos fundamentales.

Retorciendo las palabras y los conceptos, como si fuera una de las protagonistas del Estado totalitario que tan lúcidamente describió George Orwell en 1984, la concejal Gómez, al tiempo que castigaba al colegio, vinculado al Opus Dei, por motivos religiosos –impidiéndole asistir, rizando la infamia, a una celebración de marcada impronta católica–, acusaba al centro de discriminar por sexo. Resulta tan pueril como querer prohibir los uniformes en los colegios si estipulan que los alumnos vayan con pantalones y las alumnas con falda. Es tan absurdo como acusar a todos los centros del mundo de discriminar por edad, ya que en todos ellos se separa a los estudiantes de acuerdo a su edad.

Es un concepto discutible y discutido que los niños y las niñas, los adolescentes y las adolescentas, de la misma edad física tengan la misma edad cognitiva, ya que en dicho período de crecimiento no se realiza la madurez emocional e intelectual a la vez en los dos sexos (o géneros, para que me entienda la dichosa susodicha). Así que es perfectamente razonable que se elija como opción pedagógica dicha educación diferenciada, ya sea en general o como se realiza en el colegio Arenales, únicamente para determinadas asignaturas. Como también es razonable la mayoritaria coeducación. Este es un caso de libro de que quizás para tratar igual a diferentes colectivos no haya que equipararlos del mismo modo, ya que sus capacidades y competencias necesitan distintas aproximaciones. Hay que recordar que en España la brecha de género entre chicos y chicas en la enseñanza media es abrumadora en perjuicio de ellos, que obtienen peores calificaciones y son mucho más víctimas del abandono escolar prematuro. Pero, claro, son hombres... Sobre todo, tenemos que tener una mente abierta a que lo razonable funcione en distintas direcciones. Y a que el consenso no se confunda con la tiranía de la mayoría ni con la falacia tecnocrática; porque, como explicaba Bertrand Russell,

aun cuando todos los expertos coincidan, pueden muy bien estar equivocados.

En la prohibición del equipo de Manuela Carmena al colegio del Opus Dei se percibe, en primer lugar, la inquina a todo lo religioso; en segundo lugar, la intolerancia hacia todos aquellos que mantengan una visión diferente a, en este caso, la Concejalía de la Verdad; en tercer lugar, la intromisión en todos los aspectos de la vida, incluso aquellos más privados, para configurar un pensamiento único; por último, pero no menos importante, el uso de la represión, la amenaza y el chantaje como instrumento de dominación política, en lugar del diálogo y el debate en un marco de tolerancia, donde los axiomas del Gran Hermano se revelarían como lo que son: simples caprichos, a medio camino entre la ocurrencia y el dislate. Una alcaldesa no está legitimada para imponer su visión sectaria. El prohibicionismo moralista es el primer refugio de los inquisidores

Es importante subrayar que, frente al igualitarismo monotemático, homogeneizador y eliminador de las diferencias del socialismo en sus distintas vertientes (en el que todos somos iguales pero unos terminan siendo más iguales que otros, como sarcástico apuntó Orwell), la respuesta liberal ofrece la diversidad de un pluralismo razonable, donde la igualdad en la educación se entiende de manera complementaria a una libertad de métodos y sistemas pedagógicos, para potenciar la multiplicidad de organizaciones y modelos, siendo la piedra de toque de su relevancia la evidencia empírica y no los prejuicios convertidos en dogmas. A más libertad de elección, más igualdad de oportunidades. La cual dará lugar, a su vez, a una desigualdad en el mejor sentido de la expresión: la que nos hace a todos diferentes al elegir distintos caminos autónomos. Es decir, más democráticos.

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