Irán es peor que Arabia Saudí
Por muy desagradables que sean los saudíes, los iraníes son mucho peores.
En la jungla sin ley que es el sistema internacional, las naciones rara vez pueden permitirse el lujo de elegir el bien o el mal. Por lo general se trata de elegir un mal menor o mayor. Es lo que pasó en la Segunda Guerra Mundial, cuando nos aliamos con Stalin para detener a Hitler, y es lo que sucede hoy en el caso de Arabia Saudí contra Irán. Ambos países libran una competición por el poder y la influencia en Oriente Medio. Ambos violan los derechos humanos; pero no nos equivoquemos: Irán es bastante peor desde el punto de vista estadounidense, no sólo moral sino estratégicamente hablando.
Vale la pena tener esto en cuenta mientras vemos cómo se desarrolla el drama por la ejecución del jeque Nimr al Nimr por los saudíes. Al Nimr era un clérigo chií fuertemente critico con la familia real saudí. Por lo que puede juzgarse a partir de la información públicamente disponible, no defendía la violencia ni tomaba parte en actividades terroristas. Así las cosas, su ejecución, junto a la de otras 47 personas, constituye una farsa y una colosal violación de los derechos humanos.
Pero eso no implica que Irán pueda consentir que una turba asalte y lance bombas incendiarias contra la embajada saudí de Teherán. Se trata de una violación de las normas que rigen las relaciones entre los países, según las cuales las embajadas son territorio bajo soberanía del titular de la propia embajada, y no se puede entrar en ellas sin su permiso. Pero desde la revolución de 1979, que incluyó, naturalmente, el asalto a la embajada de Estados Unidos en Teherán y la toma de diplomáticos como rehenes, el régimen iraní ha convertido en práctica habitual la violación de la inmunidad diplomática y de otras reglas de las relaciones internacionales. Tan sólo unos años después, en 1983, terroristas patrocinados por Irán cometieron un atentado contra la embajada estadounidense en Beirut en el que mataron a 63 personas: uno más de los numerosos crímenes iraníes contra Norteamérica que el régimen revolucionario de Teherán no ha enmendado y por el que no se ha disculpado.
Aunque invoque la venganza divina contra Arabia Saudí, no es que el régimen iraní esté precisamente en condiciones de protestar por las violaciones a los derechos humanos cometidas por Riad. A finales de octubre, una investigación de Naciones Unidas descubrió que el empleo de la pena capital por Irán estaba aumentando a un ritmo exponencial, y que en 2015 se superarían las mil personas ejecutadas en la República Islámica. Amnistía Internacional, que informó de que en el primer semestre del año se había ejecutado a cerca de 700 personas, proclamó:
Las autoridades iraníes deberían avergonzarse de ejecutar a cientos de personas con absoluto desprecio a las garantías básicas del proceso debido.
El panorama general de los derechos humanos en Irán no resulta más alentador. Según Human Rights Watch, pese a la elección del candidato moderado Hasán Ruhaní como presidente en 2013,
el país no ha visto mejoras significativas en el campo de los derechos humanos. Elementos represivos presentes en las fuerzas de seguridad y de inteligencia y en el sistema judicial siguen conservando amplios poderes y continúan siendo los principales autores de abusos (…) El país sigue siendo uno de los mayores carceleros mundiales de periodistas, blogueros y activistas en las redes sociales. Mir Husein Musavi, Zahra Rahnavard y Mehdi Karrubi, destacadas figuras de la oposición que llevan desde febrero de 2011 sin ser acusadas formalmente de nada ni ser llevadas a juicio, siguen bajo arresto domiciliario.
Y no olvidemos las mayores violaciones de derechos humanos del régimen iraní, cometidas no en su territorio sino en el de Estados vecinos. Dede 2011 Irán ha respaldado una sangrienta campaña de su peón Bashar al Asad para reprimir un levantamiento en su contra. Según cálculos conservadores, Asad ha matado al menos a 200.000 de sus compatriotas con ayuda iraní, empleando armas químicas y bombas de barril, entre otros medios. Se trata de un crimen contra la humanidad que roza el genocidio, y no podría haberse cometido sin el patrocinio de la República Islámica. Además, Irán auspicia escuadrones de la muerte chiíes en Irak; arma a Hezbolá y Hamás, empeñados en la aniquilación de Israel; respalda a los rebeldes huzis del Yemen y comete atentados contra los judíos en general y los israelíes en particular desde Bulgaria a Argentina.
Arabia Saudí ya es lo bastante mala; es la sociedad más opresiva y cerrada que he conocido. Su discriminación sexual da náuseas. Su promoción de la ideología wahabista ha desempeñado un papel significativo en el auge de grupos como Al Qaeda. Pero el reino saudí también se siente amenazado por ese grupo terrorista y otros de su misma ralea y ha actuado enérgicamente contra ellos. Desde luego, muchos saudíes siguen formando parte de AQ, del ISIS y de otros grupos, pero, por lo que sabemos, lo hacen sin respaldo estatal y, de hecho, frente a un activo esfuerzo por detenerlos. Por otra parte, la Fuerza Quds iraní patrocina el terrorismo con pleno apoyo del régimen de Teherán.
En resumen: por muy desagradables que sean los saudíes, los iraníes son mucho peores. Arabia Saudí no está cometiendo crímenes contra la humanidad como está haciendo Irán, ni trata de subvertir a sus vecinos, ni de librar una guerra contra Estados Unidos o contra nuestros aliados. De hecho, los saudíes han alcanzado una tranquila distensión con los israelíes porque ambos están unidos en su mutua oposición al creciente poder de Irán.
La política estadounidense debería ser clara: hemos de estar de parte de los saudíes (y de los egipcios, de los jordanos, de los emiratíes, de los turcos, de los israelíes y de todos nuestros aliados) para detener al nuevo Imperio Persa. Pero en cambio la Administración Obama, moral y estratégicamente confundida, está mimando a Irán, en la vana esperanza de que con ello, de algún modo, convertirá a Teherán de enemigo en amigo.
La última prueba de todos estos mimos ha sido la decisión adoptada la víspera de Año Nuevo por la Administración de no imponer sanciones contra Irán tras haber llevado ésta a cabo en los últimos meses pruebas de misiles balísticos, contraviniendo las sanciones de Naciones Unidas. Con ello se envía una terrible señal a Teherán y al resto de la región: Estados Unidos no sólo no castigará las violaciones iraníes de las normas internacionales, sino que se mantendrá al margen mientras Irán trata de dominar la región.
Por desgracia, ciertos republicanos (léase Ted Cruz) están apoyando esta farsa al sugerir que Estados Unidos se alíe con el principal peón iraní, el régimen de Asad. Cruz tiene razón en cuanto a que a veces Norteamérica tiene que hacer causa común con regímenes indeseables. Pero en Oriente Medio deberíamos hacerla con Arabia Saudí y con otras monarquías del Golfo frente a la República Islámica de Irán. En otras palabras: tendríamos que ponernos del lado de nuestros aliados contra nuestros enemigos.
Esto podría parecer una perogrullada, pero por lo visto en estos tiempos no lo es, en medio de la confusión desbocada que impera en Washington.
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