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Amando de Miguel

El elefante y la nueva Constitución

No hay forma de saber en qué diablos consiste la reforma constitucional que cada partido trae debajo del brazo.

Recuerdo el delicioso cuento oriental sobre una ciudad en la que todos sus habitantes eran ciegos. Llegó de visita el marajá, montado sobre un soberbio elefante. Los súbditos trataron de enterarse de cómo era el extraño animal. No lo podían ver, pero sí tocarlo. Luego se reunieron para comunicar sus experiencias. Uno tocó la oreja del elefante y contó que se trataba de un animal como una especie de alfombra rugosa. Otro palpó la trompa y concluyó que el elefante era como una boa. Quien le tocó una de las patas observó que el elefante más parecía una columna. Estaba claro que no había forma de saber cómo se podía representar en sus mentes el dichoso elefante.

Valga el apólogo para indicar que no hay forma de saber en qué diablos consiste la reforma constitucional que cada partido trae debajo del brazo. Los del PP plantean que será como la del 78 con algunos retoques cosméticos, como, por ejemplo, la nueva redacción de la sucesión del Rey. Ciudadanos advierte de que se suprimirán el Senado y las Diputaciones. El PSOE advierte de que se trata de construir un Estado federal más o menos asimétrico para que pueda encajar Cataluña. A algunos socialistas les tira mucho la nostalgia republicana. Podemos imagina una carta constitucional republicana y populista, como la de la fracasada Venezuela. Izquierda Unida (Unidad Popular) pretende una república socialista soviética, aunque sin llamarla así. Los partidos nacionalistas sueñan con algo parecido a una Federación Hispánica de Estados independientes.

En definitiva, todos están de acuerdo en que es necesaria una reforma constitucional. Pero difícilmente se podrá llegar al consenso necesario, el que se produjo milagrosamente en 1812 (la Pepa) o en 1978 (la Concha). A este paso, más que elefante, esta vez nos puede salir un ornitorrinco.

¿Y si dejamos la Constitución como está y nos dedicamos a reformas prácticas? ¿No se podrían añadir al texto de 1978 algunas enmiendas, como lo han hecho con gran acierto los norteamericanos? ¿Y si probamos la solución de no tener ningún texto constitucional, al estilo del Reino Unido o Israel?

En una cosa estás acordes todos los partidos. Una nueva Constitución o su equivalente debe ser redactada por catedráticos de Derecho Político. No me parece una buena decisión. Creo que debemos opinar todos. Para redactar el texto sería conveniente que sus autores dominaran el arte escriturario.

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