Estado de emergencia
Urge que las muchachas salgan con sus rostros maquillados y sus cabelleras al viento, las faldas lo más cortas posible.
Urge que los jóvenes de la generación Bataclan sigan saliendo a las calles, llenando los cafés y los teatros. Urge que las muchachas salgan con sus rostros maquillados y sus cabelleras al viento, las faldas lo más cortas posible. Urge que canten a todo pulmón el rock más irreverente.
Urge acabar con lo políticamente correcto, que se llame por su nombre a lo que no tiene otro nombre que terrorismo islamista. Urge que no se desligue al islamismo del islam, como no se puede desligar a la Inquisición de la Cristiandad.
Urge ir a cenar al Petit Cambodge y tomarse un café en La Belle Équipe, cuyo dueño perdió a su esposa, y su hija de ocho años a su madre.
Urge asomarnos a la ventana y contemplar el río con la misma inocencia que antes de los atentados.
Urge caminar por la République, deambular por la Rue Charonne, pensar en tomarse un trago en el Barrio Latino.
Urge volver a la vida normal.
Ya sé que todo esto que nos urge, a nosotros, parisienses, no es posible en Siria. Ya sé que desde hace cinco años en Siria mueren cientos de niños y personas inocentes. Urge saberlo y tratar de entender una realidad sumamente compleja. Nosotros también tenemos la nuestra, y ya la guerra está aquí. Sin comerla y sin beberla.
Hoy, a las cuatro y veinte de la madrugada, se dio el asalto en Saint-Denis a dos apartamentos donde se cobijaban terroristas que, según se informa, pretendían atentar en La Défense y en el aeropuerto de Roissy; dos han muerto, uno de ellos una mujer kamikaze que se hizo explotar. La balacera duró hasta las cinco, para recomenzar a las siete y treinta de la mañana. Se ha decretado un estado de emergencia que probablemente dure tres meses. Pero ese estado de emergencia no puede obligarnos a cerrar la Tour Eiffel, las escuelas, los comercios, por un tiempo indeterminado. Urge abrirnos a la vida.
Urge que vivamos con la sonrisa vasta y sin las mandíbulas apretadas por el miedo. Urge que sigamos leyendo a nuestros filósofos, como al recién fallecido André Glucksmann, paz a su alma, gran defensor de los derechos humanos.
Urge volver a soñar, urge que la juventud se enamore y se bese en los puentes, urge que París sea otra vez París.
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